El pintor Cristino de Vera cumple 90 años: “Mi posguerra en Canarias, cercada por los submarinos nazis, me creó un poco de amargura”

Cristino de Vera posando ante la cámara

Federico Utrera

15 de diciembre de 2021 19:01 h

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El pintor Cristino de Vera cumplió 90 años este 15 de diciembre y, tras casi 10 años de voluntaria incomunicación, me decido a llamarle por teléfono temprano. Responde su esposa Aurora Ciriza y recordamos una época en la que tuvimos una relación más estrecha. Viajé entonces al Monasterio de Silos para reseñar una exposición suya. O aquella otra en el Jardín Botánico de Madrid titulada Constelaciones, que recojo en mi libro Cordel de Extraviados sobre Literatura y Arte bajo el título de Místicos y Voluptuosos.

“¡Querido Federico! Yo ya estoy mal... con un glaucoma y con otras cosas también... de enfermedades interiores... Dicen que la muerte es como un sueño profundo... y yo acabo de despertarme de uno de ellos. La vida no es muy entendible para los humanos, no tenemos capacidad para comprender la existencia cosmológica. Estamos en un mundo infinito, lleno de astros y estrellas... Yo siempre tengo esperanzas de que haya una energía especial, llámala como quieras... Dios, la energía, la fuente, el origen... yo que sé… Cada religión le da una variante. Y en nuestra religión consiste en ser bueno, no tener envidias de nadie, pasar por esta vida sin hacer daño a nadie, hacer lo posible por ir minando el yo, el ego, la vanidad... Llegar a la sencillez total. Lo que decían todos los profetas de todas las religiones, que hay múltiples: la única solución era ir al desierto, allí está el silencio, que es la mayor sabiduría que podemos alcanzar. No pensar con la razón sino con la intuición, con la parte interior, la parte espiritual, que se elaboró en los humanos a través de miles de años... En el desierto vive la paz, el silencio, la quietud... cosas nada acordes con la vida moderna donde todo es huidizo, competitividad... A mí eso no me va”.

Y prosigue: “Con la epidemia esta que ha venido me acostumbré a estar más en casa. Yo siempre he sido un hombre de estudio, aquí pasaba la mayor parte del tiempo, la calle no me dice nada ya, así que no salgo. Estoy tranquilo, leo, oigo música, que ayuda mucho, la música de Bach, una sonata de Bach contiene una cosa que él llama ”aire“, que es preciosa, preciosa…  se te mete en el alma directamente. Eso es lo que te puedo decir, querido Federico...”.

Pocos recuerdan ya que el escritor Francisco Umbral lo definió como “un místico sin misa” que “tiene alma de no tener cuerpo” y Juan Cruz como “asceta inteligente y austero”. Algunos artistas fundarían una trayectoria o una carrera estética en un solo juicio literario de un escritor célebre pero Cristino de Vera muestra cierto desapego y displicencia. “Francisco Umbral daba una imagen que no era yo, él jugaba con eso...”.

Lo cierto es que siguiendo esos artículos y prosas de Umbral sobre Cristino, donde se esconde un libro en ciernes, se podría reconstruir una biografía de Cristino de Vera como hace el documental Al Silencio de Miguel Morales. Y trato de rescatar esa melancolía tan propia, que ya padecían otros artistas como el poeta Luis de León, con bromas y sonrisas: perdona Cristino, ¿tú conociste a Juan Goytisolo?

“Poco, poco, poco... Hablé algunas veces con él de sus escritos... ¿Por qué?”.

Porque fui editor suyo y me precio de haber gozado de su amistad. Y él me decía: “Me encuentro razonablemente mal” (risas)... Cristino lo entiende:

“Sí, claro, la vida es una catástrofe si no hay algo sagrado o espiritual profundo y desemboca en unos miedos incluso a vivir... Hay algunos comienzos de temporadas buenas, pero hay mucho sufrimiento por medio y muchas decepciones... Yo viví la posguerra en Canarias, morían los compañeros y podía haber muerto yo también, no se por qué no, murieron por tuberculosis... No dejaban entrar barcos, Canarias estaba cercada por los submarinos nazis y no podían descargar barcos con medicinas, ni nada... En fin, todo eso lo vives de pequeño, yo era chico, y te crea un poco de amargura... Hay algunas temporadas más amables, más buenas... La felicidad es un mito pero el bienestar, la paz... el cariño de tu mujer, que te cuida, ¡qué sé yo! ¿Qué te voy a decir que no sepas tú también?”.

¿Canarias sigue siendo tu primera tierra o ya es Madrid?

“No, no, no... Lo dijo un sabio como Juan XXIII. Yo estaba en Roma, con una beca y tenía que ir todos los días a una residencia, cogía un bus o un tranvía, ¡ya ni me acuerdo! Iba un día, que me tenía que despedir de una compañera médico que era de Chile... en aquella época era uno joven... y de pronto voy y se queda parado todo, por la Plaza del Popolo y toda esa zona, el Vaticano.... Se inauguraba el Concilio Vaticano Segundo. Cuando murió Juan XXIII sabes que sus papeles pasan de un Papa a otro, los papeles, los escritos, todo lo que tenga pasa al Papa nuevo. Y él quería hacer un Concilio que uniera a todas las religiones. Todas van buscando más o menos el mismo fin, y a través de eso unir a la Humanidad y a los seres humanos para que no hagan guerras como la Segunda Guerra Mundial, que llegaron a tirar bombas de hidrógeno… Hiroshima, donde todavía salen los niños deformados… Es un mundo que no se entiende mucho. ¿Tú lo entiendes?”.

Entiendo que en la vida existe la bondad y la maldad pero con esa dualidad hay que convivir.

“¡Claro, claro! Yo prefiero estar al lado de los buenos... Tengo la esperanza de que haya algo, llámalo Dios o como quieras, el cristianismo tiene partes muy valiosas… y luego el budismo también, enseña un poco a meditar, a una austeridad extraña, el Tao de Lao Tse con las enseñanzas e intuiciones geniales sobre el dolor… Y la vejez. Ya lo decían los estoicos: la vejez es una larga y penosa enfermedad, cuando no tienes una cosa tienes otra peor...”. También lo decía Séneca, “la única manera de tener una vejez larga... ¿sabes cuál es?”. “¿Cuál es?”, responde él. “Empezarla cuanto antes... (risas)”, concluye Séneca.

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