Una soltada sobre 'Soltadas tres'

Eduardo González Pérez

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Apunte UNO. Cogiendo fuerzas.

Ante mí el tercer tomo: Soltadas Tres [de literatura y…]. Y ante mis sombras literarias (aquellas que de la lectura desembocan —sin remedio y agradecido yo a la precedente preposición— en la escritura desvergonzada) el autor: Victoriano Santana Sanjurjo. En la mesa de mis desayunos se disponen los dos anteriores tomos —Soltadas Uno [de literatura y…] y Soltadas Dos [de literatura y…]— acompañados por muchos de otros títulos sobre los que este autor teldense, afincado como santaluceño, tiene a bien referirse -por el mucho gusto que profesa y confiesa- en sus letras escritas y juntadas por mí en este banquete. Me encuentro, por lo tanto, ante un nada frugal desayuno con el que poder permanecer cuarenta, cuatrocientos o cuatro mil días, en cualquiera de las travesías desérticas que se me impusieran, sin padecer hambre o sed en el alma con la que se ha dotado, seguramente con poca puntería, a este cuerpo hereje sin condición mesiánica alguna y sí mucho atrevimiento.

Habré de reconocer que la primera vez que me enfrenté a una “soltada” me costó abrir la puerta. Quien la redactara ya lo había advertido en otras ocasiones sin yo saberlo: no sería precisamente de métrica escasa este solar sobre el que había edificado sus palabras. Por eso, muchas veces había tenido que reducir el equipaje cuando mudaba su biblioteca a otro lugar. Un ejemplo dicho por él mismo: “La primera versión que hice de esta reseña […] tenía unas cinco mil palabras. Dada su extensión —excesiva tanto para el formato de prensa digital como para el soporte de papel— […] consideré oportuno hacer tres reducciones: la primera […] de dos mil quinientas palabras; la segunda […] con mil setecientas voces, más o menos; la tercera y última, de 850 vocablos” (Soltadas Dos, pág. 53).

Sin temor a las medidas, al igual que el trovador de la cumbre que no huye del agua fría, no me iba a amedrentar ante un sendero que se pudiera antojar como angosto -o de largo recorrido- a las primeras de cambio. Tampoco ante las reconversiones en diferentes tablas periódicas, ya fuesen estas puras o impuras, que los atómicos elementos pudiesen depararme. Tenía claro, desde un primer momento y sin necesidad de avisos, que me iba a empapar por la misma razón en la que en los días de lluvia salgo a caminar sin paraguas. Que nos llueva entonces.

Apunte DOS. Soltadas sustantivadas

Cierto es que ya acudía a Soltadas Tres con los pies mojados. En diferentes medios digitales había leído anteriormente algunas de las páginas que conformaban el libro que entre manos, frotándolas con alegría y no por frías, lo sostenían ahora de igual manera que se sostiene una flor, un tesoro o un hallazgo literario: se sostiene con el cuidado que se pone sobre aquellos asuntos que no quieres que se rompan. Tampoco que desaparezcan.

Adecuado es, por lo que aquí me ocupa, abandonar por unos momentos la lectura que me empapa y preguntarme por el título de este conjunto de textos que se hace llamar “soltadas”. Rebusco, pues, entre los diccionarios recurrentes para comprobar que todos concluyen en un mismo parecer compartido: “soltada” se corresponde con el participio del verbo “soltar”. Sería fácil, por consiguiente, deducir que “soltadas” formaría parte de un grupo parlante -y parlamentario- mixto, correspondiéndose con el género femenino y su numeroso plural. El mismo autor trata de definirlo refiriéndose a «otras definiciones dispersas en volúmenes no escritos sobre teoría literaria y composición de textos». Y tales volúmenes no escritos -y, quizás, por ese mismo razonamiento, no publicados- se nos vuelven imposiblemente ariscos. Abatido quedo entonces ante mis definitorios volúmenes para caer en manos del mismo autor que sí las escribe y sí las ha publicado ya anteriormente. ¿Dónde? En Soltadas Uno hallamos las respuestas.

Recurriendo a este primer volumen (concretamente a las páginas 143-144 del Texto 10, titulado “Muestras para un diccionario sadalónico”) ya se nos advierte —en la acepción “E” del significado pretendido para el vocablo “soltada”— del posible acortamiento de miras si, como usuarios de la lengua española, tratásemos a este término exclusivamente como adjetivo. Esto es así porque un adjetivo necesita vincularse a un sustantivo que lo mantenga a flote. No es este el caso de “soltada”, por no necesitar este vincularse a nada que le proporcione identidad propia. “Soltada”, por lo tanto, es un sustantivo que se mantiene por sí mismo al recibir su propio impulso, vertical y hacia arriba, igual al peso del volumen del líquido que cualquier otro sustantivo pueda desalojar cuando navega en el océano de la literatura.

Se ha de entender una “soltada” -con todos los derechos que se le confieren a un sustantivo sin diferencias en el sexo, raza, religión o convicciones lingüísticas- como todo “texto breve e inevitablemente incompleto; emocional en su proyección como respuesta a un impulso expresivo ineludible; pretendidamente académico, profundamente ensayístico”. Es esta la manera en la que su propio autor -y, por ende, beatificador de sustantivos- nos lo suelta: sin dudas ni revuelo alguno.

Tratar una soltada como texto breve tiene sus más y sus menos. Más bien tiene sus más por suprimir lo breve al tratarlo de incompleto. “Es breve por no haberlo completado todavía”, pareciera querer decirnos su autor. Si le damos más papel nos moverá el mundo, pienso yo mientras con mi lápiz de lectura -otro de los sustantivos definidos en el citado “diccionario sadalónico”- intento anotar lo oportuno.

Y en papel propio permito al autor que escriba: “Busco un género que me permita el amparo de una escritura que quiere ser muchas cosas a la vez; y como no existe (o, mejor, yo no lo conozco), le he dado una entidad propia a lo hecho, de ahí la necesidad de crear un neologismo como ”soltada“ para que sea real”.

Sin duda alguna, esa realidad se palpa, se toca, se escucha, se lee y se siente. Es “soltada” una realidad, desde la silla en la que leo, de tal magnitud que permite entender lo leído y extenderlo hacia los márgenes de los que se desprende. Y “extender” es un verbo mucho más placentero que “entender” por todo aquello que sugiere de forma ilimitada -infinita diría- que hasta uno mismo con ella se atreve. Esta osadía se hace necesaria a cualquier lector que subraya, anota, fija marcas y dibuja símbolos cuando disfruta de las obras sobre los que ha decidido depositar su atención. Victoriano Santana Sanjurjo nos lleva ventaja en ello; pero, como docente experimentado nos incita, nos invita con su sustantivo ya reconocido a disfrutar de la lectura que nos comparte en una dimensión mucho más amplia y mucho más rica: amplia, porque no escatima palabras para decirnos; rica, porque la riqueza de las palabras empleadas nos da placer.

Es este el trabajo que realiza en sus reseñas literarias. Se enfrenta a un texto por amarlo de forma inconmensurable, se extiende sobre él por no querer acabar nunca con ese enamoramiento que ha de permanecer todo el tiempo que le sea posible. “Soltada” se conforma, definitivamente, en un sustantivo por su propia sustancia y no por lo adjetivado a ella. “Soltada” tiene todos los atributos necesarios para ser el sujeto de la oración al mismo tiempo que atiende -en todos sus ángulos y aristas- a lo predicado en esta. SOLTADA, como nombre propio -y en mayúsculas por aquello de atender a la ortografía como se merece- terminará por designar un género literario que, si no existía hasta determinado momento, en otro momento preciso había que crearse.

Apunte TRES. Contexto tres

A modo de obertura se interpreta este prólogo -transmutado por la magia del alquimista- bajo la batuta y título de “Contexto Tres”. Trátese como pieza musical que compone e interpreta el propio autor por no querer comprometer a otro músico en tales menesteres. En vano intento queda, a mi escaso juicio, su intención de declararse parco en el arte de componer preliminares excusándose con ese “yo tener quisiera” en referencia galateaica que naufragando quedara en el abrumador océano del Quijote. Amistades perder no desea por no andar de estas sobradas y pintores que albeen la entrada como frontispicio parece temer buscarlos. Por eso, no le queda otra que poner manos a la obra sobre su propia obra.

Es “Contexto Tres”, según mi escaso juicio reiterado, una delicada pieza musical donde, de tan cuidadoso el lugar elegido para que lo ocupen todas y cada una de las notas participantes, se hace imposible los desafines, los gallos que se escapan o los falsetes inoportunos que harían temblar -con chirridos sostenidos por innecesarios bemoles- hasta la aguja que sobre el vinilo intenta no salirse del surco. Tampoco para que no nos salgamos nosotros cuando a escuchar nos dispongamos. Nada nos deja el compositor a nuestro libre albedrío. Nada y todo a la misma vez. Nada porque todo, en un ataque de sinceridad, nos lo dice. Y todo porque nos ofrece la total libertad de callejear por las páginas de este Soltadas Tres [de literatura y…] como nos venga en gana. Pero no por ello deja de indicarnos (¿para qué si no el sentido del índice que precede a este Contexto Tres?) que es un aria — de El Mesías, de George Friedrich Händel [He shall feed his flock like a shepherd]— lo que ha de sonar antes del indicador indicado. 

La cuestión es que la obra ha sido cuidada -y cuidadosa- hasta en el más mínimo detalle que pudiéramos pasar por alto. Lo de deambular a través de ella sin ton ni son no es lo más adecuado. En todo caso, es lo que yo estimo como tal por llevarle la contraria al autor. Reconoce este haber revisado concienzudamente las veinticinco piezas que componen este trabajo “con la íntima convicción de que nadie las leerá ni tratará de cuestionar”. En un ataque de temerario arrojo, me rebelo contra tal exposición. ¿Y qué mejor manera de rebelina tormentosa pudiera ser no otra que la de su lectura y relecturas hasta saciarme? ¿Qué mejor afrenta el plantearme cuestionarlas, hasta en el orden, no dejándolas estar -“como ataúdes en sus nichos”- “las veinticinco experiencias vitales que se reproducen en las páginas de este testamento libresco?”

Como no gusta el autor de los enfrentamientos —tanto en la vida privada como en la que la de la literatura nos comparte— habré de prescindir yo de convertir mis reflexiones sobre Soltadas Tres [de literatura y…] en armas arrojadizas. No existe un pacto de caballeros entre Victoriano Santana Sanjurjo y yo. Simplemente advertidos nacimos de escribir sobre lo que, ya leído, placer nos proporcionó. De manera clara y concisa, por repetir lo advertido, así se refleja en una parte del pentagrama pautado para “Contexto Tres”: «Huyo de esos conflictos y enredos que tanto han caracterizado a los gremios de artistas y creadores en general. No me interesan. Ni los recojo en mis textos ni participo en ámbitos que no tengan cabida». Si aquí traigo sus palabras es porque resumen su clara disposición a las que dedica tanto su tiempo, su enorme trabajo y su capacidad escritora. Nada hasta ahora he referido a la crítica literaria. Reconozco que se me hace difícil decirme de este modo a lo que Victoriano practica. Claro está que va a hablarnos sobre literatura. Queda claro que sobre literatura vamos a leer. Pero el concepto “crítica” me suena a majadería vacía, a cáscara de nuez triturada: esa que hace mucho ruido al cascarla y poco nos ofrece como sustancia al paladar.

Apunte CUATRO. De los agradecimientos

Intenta afirmar el dicho sobre lo bien nacidos que habrán de ser aquellas personas agradecidas con lo que se les ha dado y que, con gratitud, acrecientan todo aquello concedido devolviéndolo generosamente. Se desenvuelve nuestro autor en la grandeza de los gestos, enormes y extensos, concebidos por las dádivas del altruismo. Devuelve lo dado tanto o más de lo recibido por el hecho de haber nacido con la convicción que él mismo se ha forjado en el ámbito de la generosidad. De esta manera, el autor -considerado pésimo poeta, mediocre dramaturgo y pobre narrador- destina -y agradece- las soltadas aquí recopiladas [junto a las moiras que en vida le acompañan] al ciudadano del siglo XX y, con deseosas esperanzas trascendentes, al del siglo XXI y sus consiguientes.

También agradece a todos cuantos [¿cuántos?: ¡¡¡1287!!!] aparecen en el índice onomástico de este tomo. Nos asegura que todos los nombres por orden alfabético que en este se anotan «forman parte de la historia de este libro» de un modo u otro. Incluso una banda sonora —desde Pink Floyd, Queen, Dylan, Vangelis, Max Ritcher, etc.— suena al unísono de editores, escritores, medios de prensa [digitales y analógicos] y editoriales tantas. Como es preceptivo, aparecen los agradecimientos particulares a determinadas personas con las que comparte una intimidad que se le respeta. No así a aquella otra de la que nos hace partícipes: “Muchísimas gracias por honrar este volumen permitiendo que esté contigo en tu biblioteca. Espero que halles en sus páginas algo que te agrade y que, de algún modo, sientas que se pudo componer pensado en ti. Si a esa sensación intelectual llegas es porque, sin duda, teniéndote presente, elaboré lo que has sentido como propio”. Definitivamente, ese cuantos [¿cuántos?: ¡¡¡1287!!!] se me termina por configurar como pocos al releer las anteriores palabras.

Apunte CINCO. [De literatura]

Son catorce las visiones que Santana Sanjurjo dispone, a su juicio ordenado, referente a la literatura [entrecorcheteada y grafiada la palabra ya desde la propia cubierta de este tercer tomo]. Son catorce las soltadas enumeradas, catorce las reseñas literarias, catorce momentos extendidos sobre unos textos tratados con extraordinario enamoramiento. No podría ser de otra manera: lee por el gusto de lo leído y escribe por la necesidad de compartir lo degustado.

Ante la duda de citarlas todas, no me contienen ni retienen cada una de las catorce: 1. “El cervantino caso de La viuda de Saramago”, José Saramago y su La viuda; 2. “Entre Madeleine y Maud, clareando la bruma”, Ángeles Alemán Gómez y su Maud Bonneaud-Westerdhal, la creadora surrealista; 3. “Cuidando el legado de los vientos”, Víctor Álamo de la Rosa y su Trabajar en los vientos; 4. “Dos de tantos: los guirres de Víctor Ramírez”, Víctor Ramírez y su Guirres sin alas; 5. “En la Matilla, donde La hijuela”, Marcos Hormiga y su La Hijuela; 6. “Dos lecturas sobre Domingo-Luis Hernández”, sobre Veneno en el paraíso y Angostura del autor tinerfeño; 7. “Otredades y miedos en el insectario de Carcoma”, Yurena González Herrera y su Carcoma; 8. “En el cálido huerto de Landero”, Luis Landero y su El huerto de Emerson; 9. “Coordenadas alternativas para el siglo XX”, Antonio Puente y su Para un imaginario del siglo XX…; 10. “Diarios domésticos del desamor”, Rafael-José Díaz y su Duérmete, cuerpo mordido; 11. “Ese vivir sediento de Amélie Nothomb”, Amélie Nothomb y su Sed; 12. “Para leer en la gran orilla de Ricardo Blanco”, José Luis Correa y su Para morir en la orilla; 13. “En el jardín de Roco ocurrió”, Alexis Ravelo y su Los nombres prestados; y 14. “Antonio Becerra, piedra en esta otra vida”, Antonio Becerra Bolaños y su En esa otra vida de la piedra.

Desde un primer momento, es fácil hacerse una somera idea sobre la escritura que va a realizar Victoriano Santana Sanjurjo sobre estos textos citados y enumerados a los que trata de acercarnos. En la primera soltada -refiriéndose a José Saramago-, comienza diciéndonos que le va a admitir todo y todo se lo va a perdonar. Tal vez sea esta la razón por la que, en los primeros párrafos, se va a deleitar él mismo recordándonos lecturas anteriores que sobre el escritor portugués ya ha realizado. Esto es así. Santana Sanjurjo es así: imposible de ceñirse a un corsé que oprime y estruja. Y ante los estreñimientos, el extendimiento nada encogido como manera de transitar por una novela a la que es imposible separarla de todas aquellas peripecias literarias que el autor haya podido padecer.

La prosa utilizada en las soltadas es tan interactiva como hiperactiva. De una obra a otra nos lleva; de un párrafo exquisito y personal nos conduce a otro que nos vuelve cómplices de lo relatado; de un tiempo verbal hace verbos a los propios autores que, aun no siendo coetáneos entre sí, les permite compartir familiaridad con el propio tiempo que la literatura les concede. Ejemplo de esto que digo, muchos: desde traernos a Cervantes al Portugal temporal de Saramago como dispensarle a Víctor Álamo de la Rosa todo lo que le sea necesario para continuar trabajando en los vientos con toda la amplitud de su antología poética.

Así mismo, en un recorrido imparable de sus lecturas, se permite incluso la licencia de tratarse como inepto cuando, en La hijuela, de Marcos Hormiga, se debate en un intento de clasificarla como “ficción antropológica”. Es algo parecido al inútil empeño en despojar al budismo de la meditación: se quedaría en nada, como en nada quedaría nuestro empedernido leedor si, en la hoguera de las vanidades, ardieran las lecturas que aún tiene pendientes. Añadiré que pobres de nosotros en nuestra orfandad condenada a respirar las cenizas que la envolverían. A los bibliófagos nos interesa desentrañar todo aquello del mundo que fagocitamos. Por ello, nos alegramos de que la ineptitud de Santana Sanjurjo tan solo habite en el universo de las paradojas metafóricas que nada ocupa ni preocupa al vasto océano de la literatura.

Si apunto como recorrido imparable a su vicio por la lectura, no puedo dejar pasar por alto que el toxicómano, en su desesperación, busca incansablemente los viejos sitios donde amó la droga. Por eso, la calidez de un huerto se le vuelve descanso. Y hasta tres veces se tumba bajo la sombra de un viejo roble donde encuentra el abrazo del jardinero. Pareciera que El huerto de Emerson, de Luis Landero, sería su lugar preferido para recordar al —sobre todo «buena gente»— admirado Alexis Ravelo. Quiero encontrar ahí la respuesta a la dosis doble de soltadas que nos proporciona sobre Ravelo: en la primera, trata de anestesiarnos con morfina sobre Los nombres prestados para mitigar el dolor posterior de un panegírico que todos desearíamos no leer si la muerte se hubiese tomado el día libre aquel aciago 30 de enero de 2023. En todo caso, en cualquier caso, seguramente Eladio Monroy visitaría más de una vez la sombra de ese viejo roble en la que depositaría sus lágrimas que —de tantas y tan líquidas— imposible sería que se diluya la tinta de innumerables páginas concebidas y, como regalo, recibidas.

No hay larvas que roan y taladren la madera de este roble. No las que, en su voracidad, produzcan ruido perceptible. Ni polvo que quede tras digerir la madera roída. Sí existe, en cambio, la preocupación grave y continua que mortifica y consume a quien la tiene. Vuelvo a tomar el lápiz de leer entre mis manos para anotar, subrayar y volver sobre lo subrayado en un escrito que habla sobre lo ya escrito. Carcoma, de la tinerfeña Yurena González, es la obra leída sobre las que se sumerge Santana Sanjurjo sabiéndose a flote. Como pez volador, se hunde en las profundidades y sacude sus alas de guirre porque, desde las alturas, otea la copiosa obra de Víctor Ramírez. En Guirres sin alas, o con alas prestadas por el voraginoso lector que aquí nos trae, nos invita, por su condición de Ícaro aventurero, a mirar tras el decorado que el propio autor “victorramireño” confecciona: tras este es posible encontrar una mirada que nos ha condicionado como canarios. La carcoma sea, pues, aquella que nos preocupe y ocupe en el leer. Que, por fortuna, esa Canarias —que está convencida de que el conocimiento es peligroso— sea cada vez más pequeña.

Desde las pequeñeces nos enfrenta, en la soltada titulada “Entre Madeleine y Maud, clareando la luna”, a las grandezas necesarias. Destaca, a propósito, el trabajo Maud Bonneaud-Whesterdhal, la creadora surrealista, de Ángeles Alemán Gómez. Maud, “para los desconocedores de los hondos entresijos culturales de Canarias de la segunda mitad del siglo XX”, no puede continuar siendo tenida en cuenta simplemente como la esposa del esposo que sí es reconocido en fama y capacidad artística e intelectual. Ella no fue tan solo una nota al pie de la foto: más bien, una estrella alrededor de la que giran los astros. Y, como estrella, se cuidó de no ser tratada como tal, no sea que la luz desprendida apagase todo a su alrededor. De esta manera, concluye en calificar de modo sobresaliente el necesario trabajo de Ángeles Alemán Gómez: bondadoso este lector que nos hace leer lo leído.

La misma bondad del lector Victoriano se refleja claramente en lo escrito por Santana Sanjurjo. Lector y escritor se estrechan las manos: una acalla a la segunda mientras la otra escribe sobre los silencios pedidos por la primera. Es así como la pluma vuelve al tintero para soltarnos lo apetecido, para decirnos sobre lo gozado en los instantes que le proporcionan todas esas otras personas dignas de su lectura. Aparecen entonces -imposible que el papel pautado del pentagrama recoja sus silencios- Domingo-Luis Hernández, Rafael-José Díaz, Amélie Nothomb, José Luis Correa y Antonio Becerra como voces que se unen a un coro musical que iluminan las tinieblas. Sobre sus obras, en el índice citadas, sobrevuelan unas soltadas para cada una a las que invitados quedan. El don del extendimiento lo posee Victoriano Santana Sanjurjo de forma magistral. Este que les escribe ha de silenciar la mano que mece la escritura y poner en marcha la otra que pasa las hojas que han de leerse con lápiz en la tercera de la que la selección natural de las especies, hasta el momento, no me ha dotado.

Apunte SEIS. [Y…]

Un “y”, entre corchetes y al que acompaña un triple suspenso de puntos, se nos antoja como incógnito ante lo que nos pareciera desconocido. Pero despojados ya de tanto suspense -aclarada definitivamente la sustancia nada adjetivada de las soltadas que a continuación encima se nos vienen-, poco hay que temer ante lo maravilloso que se desplegará en las siguientes páginas. Doble la hoja que, en fondo negro por ambas caras, nos separa lo hasta ahora compuesto y nos anuncia, en blancas letras, los asuntos que nos esperan en la continuidad de nuestra lectura. Once soltadas se nos indica —porque a modo de intraíndice se conforma este pliego separador— con sus títulos enumerados que nos permiten una comodidad agradecida para un tomo de poco más de quinientas páginas que se lee a sorbos.

A continuación vienen -porque atrás quedan las anteriormente citadas- las siguientes: 15. “Un gestor administrativo de contenidos”; 16. “Memorial de la pandemia”; 17. “De la tierra”; 18. “El Hierro inconmensurable”; 19. “El altermundismo de Francisco Morote”; 20. “Marcelas todas”; 21. “Moiras apoteosis”; 22. “Extra omnes III”; 23. “Decálogo sobre el libro impreso”; 24. “36 años de un instante: C. P. León y Castillo, 1987-2023” y 25. “Leccionario de Átropos”.

Con ilusión me adentro en estas soltadas porque me presuponen la amplitud del sustantivo ya reconocido, dotándolo aún más de cualidades sustanciales notablemente merecidas. Si me asaltaban las dudas que las “soltadas” se me antojaban, sin remedio -y vuelvo a dar gracias a la preposición que me niega el antídoto-, como un género literario con todos sus derechos, he aquí que encuentro la oportunidad de despojarlo de su adjetivación como crítica literaria a la que me negaba ceñirlas. Es aquí donde estas no obedecen a un tema estrictamente literario. Cierto que sería más justo apostillar que no toman un texto como referencia para, apoyándose en este, cumplir con su desarrollo sujetándose al tutor que las reafirma. Adquieren las soltadas, de esta manera, un carácter vivencial sobre las que el autor, sin abandonar su condición de literato, cumple con la voluntad de contar lo que le sea preciso.

Y es preciso que, como docente, nos ofrezca -contundente en el ofrecimiento- una soltada que titula “Un gestor administrativo de contenidos”, cuyo sustento es un libro que publicó en 2020: Un docente y otros textos sobre educación. Los pies de páginas (162 anotados en su totalidad para el cómputo total de Soltadas Tres) se vuelven del todo aclaratorios. Para esta aún más: los docentes, profesores, pedagogos o maestros se convierten en una parte de la administración a las que las diferentes leyes educativas -“muchas en intervalos muy breves”- los han despojado de su inicial propósito. Como meros gestores han sido transformados, trocados en operarios del sistema educativo con la intención de «convertir en verdes los números rojos». Esta transmutación de colores puede hacer pensar a algún padre cómo es posible que su propio hijo haya aprobado todas las asignaturas siendo un total inepto. Otras reconversiones laborales no nos dejan entender, a los que estudiamos en otros entonces, que la libertad de entrar y salir de los colegios e institutos no produjo más absentismo del que ahora posiblemente exista; si acaso, un sentimiento agridulce de atravesar una reja, una alambrada, una valla o un muro cada vez que hemos de visitar un centro educativo.

“Memorial de la pandemia” tiene dotes de una soltada cercana. Quien más y quien menos conservan recientes los momentos de incertidumbre, de confinamiento, de miedo o de reflexivas cavilaciones. También remembranzas de la “lírica bélica” con la que fuimos bombardeados tan solo -menos mal- con palabras y puestas en escenas de militar uniforme. Las Cuestiones Objetivables Vislumbradas Inquietamente Después (del) 19 —el título de 2020 sobre el que se sostiene este memorial— seguramente se volverán necesarias como experiencia colectiva. Posiblemente, el autor tendrá que volver a publicarlas para que no caigan -para no caer- en el olvido.

Con los pies en la tierra, se nos ofrece “De la tierra”. De esta provenimos, de esta es de donde nacemos los seres vivos; de esta en la que crecemos, nos reproducimos, morimos y volvemos a nacer. En tan poco, tanto. Y entre tanto y tanto, lo poco que somos y lo mucho que de tierra y barro tenemos. Moja su pluma, el autor, en un tintero de almagre que, en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro, nos permite el descanso que nos volverá a permitir ser nuevamente. ¿Nos atreveríamos a pedirle algo más?

Surge la lírica sanjurjiana para abrumarnos en el infinito y la eternidad. Así la saboreo: sin espacio donde dejar de disfrutarla y con el tiempo que no se acaba. Escribe “El Hierro inconmensurable” tras la observación de las imágenes de Alexis W. guiadas por las palabras de Víctor Álamo de la Rosa (El Hierro, la isla al principio. Ediciones Remotas, 2021). Consideró el autor ubicarla en esta otra parte de Soltadas Tres por encontrar un lugar más adecuado para ella. “Nada más abrumador que el infinito y la eternidad, el espacio que no termina y el tiempo que no se acaba. Así he comenzado y así he de concluir”. Y qué adecuado final para tan extraordinario comienzo.

Entre los textos que fondean en la bahía de mis desayunos —acompañando a Soltadas Uno, Soltadas Dos y Soltadas Tres—, En clave altermundista (Altermundismo vs. Neoliberalismo) [Editorial Mercurio, 2022], de Francisco L. Morote Costa, es uno de ellos. Pero no le corresponde a este momento hacer referencias a dicha publicación porque se me invita -por gusto y placer- al deguste de la soltada que Victoriano Santana -“El altermundismo de Francisco Morote”— aquí nos incluye. Dos autores bondadosos se unen en un mismo fin: cantarle al viento las verdades del hombre. A la tenacidad de la templanza de Francisco Morote, a su estudio incesante de la humanidad y sus devaneos, a la fortaleza que tienen los deseos transformadores, a su creencia en la inteligencia que nos permita razonar, dialogar y escoger que es lo que nos conviene, se junta el deseo de nuestro “soltador” al proclamar lo que el inmortal maestro de inmortales deja como herencia dicha: otro mundo es posible porque tenemos en nuestras manos todas las posibilidades heredadas.

“Marcelas todas” (de Pro Marcelas, 2010) se me vuelve y revuelve en silencio. He de bajar la voz pidiéndomelo a gritos. Es el momento en el que la pastora Marcela hace uso de la suya para decirse que es un lugar en el mundo donde habita. Y habita sin pertenencias ni perteneceres. Sin deudas ni deudores. En un instante, en un último instante, Santana Sanjurjo nos lleva desde el primero -antecedido por la interpretación libre del discurso redactado por el alcalaíno- hasta la sonrisa y besos sin dueños. Feliz ella, feliz él, felices nosotros en una habitación que no nos pertenece por el simple hecho de amarla. Ciego es el amor posesivo que no nos deja ver, ahí afuera, otra noche estrellada.

Llego a “Moiras apoteosis” (de Moiras chacaritas, 2010) descalzándome los pies al querer, sigilosamente, pasear por sus pasillos. La hermosa obra no requiere de ropajes innecesarios, de protectores solares inútiles en sus porcentajes ni de gafas oscuras que ojos protejan. Sin equipaje ni ambages. Con cuidadosa aproximación por la seguridad de su autor -ante un hipotético incendio- de salvarla de las llamas. Por la misma seguridad de reconocerse en ella si conocerlo quisiéramos. Lo mismo da: lo mismo que mismamente se repite inflando la circunferencia que, en su redondez, es la misma constantemente. Con el mismo adjetivo califica un rosario de sustantivos que pierden la sustancia en la que perdemos la nuestra. Un texto redondo como redondas las mismas miserias que atrapan a la misma humanidad que tropieza las mismas veces en la misma piedra para ser siempre lo mismo.

También el hipócrita que, no creyendo en los santos, se somete y supedita al calendario santoral descansado los días no laborales por este dispuesto; y el ácrata que cree en el hombre -que cree en los hombres-, que cree en el futuro y la permanencia del pasado. Que cree en la fuerza de la razón y en la de nuestra razón. En el poder de las palabras para adecuarlas a otro calendario más humano, a otras declaraciones más humanas. Por eso mismo —por el mismo hecho— las grandes declaraciones guardan espacio para rellenarlas con miles de equis. La Universal de nuestros derechos admitirían entonces mil doce equis que nos la equipara Sanjurjo a mil doce vidas desaparecidas, a miles bajo la tiranía consentida, a miles de silencios —como miles los espacios en blanco— que se vuelven cómplices por comodidad.

Se atreven las Moiras a examinarnos en nuestra mesura, fanatismo, transigencia, intransigencia y tolerancia. Nos preguntan estas por qué no coinciden las sustantivas respuestas con las preguntas sustanciales. Y yo me pregunto por qué aún perduran en mí —en este momento que aún es instante— las palabras de un “Leccionario de Átropos” que me hacen sentir marinero que recoge del agua la botella mensajera. Solitario me siento en una isla que ha perdido el norte y yo la brújula. No tengo más que las letras impresas que se me revuelven en estas últimas soltadas de este tomo con el que me atreví. Salto, a trompicones, de unos párrafos a otros sin querer encontrar la puerta de salida. Releo «Extra omnes» al mismo tiempo que el “Decálogo para un libro impreso”. Releo las “Felípicas” de un año y otro e intento enfocar la foto de «36 años de un instante». Busco la nitidez de unas imágenes que me devuelven palabras: “La memoria es lo que permanece; lo demás sobra. Lo tangible no tiene importancia. No sirve para nada.(…)”.

Cierro el libro sabiendo que mi memoria lo volverá a abrir en cualquier momento que escriba sobre cualquier otro asunto; en cualquier momento que busque “una palabra que perdure más allá de la memoria”. Y Victoriano Santana Sanjurjo, con sus Soltadas, me ha devuelto a la vida de esa palabra.

Apunte SIETE. Colofónica soltada

Sintiéndome cerca del final -por volver al principio al hacer de vuelta el camino- quisiera borrar mis huellas para que no se sepa que he estado caminando entre la arena y la espuma. Suerte -como dijera el Gibran poeta- que el mar se encargará de hacerlo. No quedarán estas, pero la arena y la espuma permanecerán para siempre. Es hora ya de cerrar el libro y las soltadas. En esta apañada, volverán al monte a donde tiran las cabras. No habré sido justo, pero poco importa ahora cuando es a otro al que le toca pacer en estos prados de verdes pastos. Tan solo permitan, y que el autor no se me enoje, dejarle un colofón en la última página [última por ahora y hasta el esperado Soltadas CUATRO]:

Este libro se terminó de imprimir

el día 25 de octubre de 2023,

ciento cuarenta y siete años después de que

Juan Oliva Moncusi errara dos tiros

—realizados con una pistola Lafaucheux

provista de cápsulas de bala de 12 milímetros de calibre—

sobre el monarca Alfonso XII.

Según dijera Benito Pérez Galdós,

«en aquella época de insipidez mal azucarada,

hasta el regicidio era tonto, desaborido y sin picante».

Y con mala puntería, añadimos aquí.