Comenzó fabricando su propia tabla de windsurf en la carpintería familiar y con el tiempo se situó en la élite mundial de los shapers, los diseñadores de alta competición. En el taller de su empresa Proof Gran Canaria S.L. de El Doctoral, Carlos Sosa Farray (Las Palmas de Gran Canaria, 1960) ha producido buena parte de las tablas del campeones mundiales de los últimos 30 años.
Pregunta. ¿Cómo se llega a ser uno de los mejores shapers del mundo?
Respuesta. Durante diez años hice sobre todo mis tablas y las de mis amigos, aunque construí ocasionalmente algunas para extranjeros que vivían en la isla. Un día de 1985 ?yo tenía entonces 25 años? apareció por la carpintería Björn Dunkerbeck, que tenía entonces doce y empezaba a navegar en competiciones internacionales, aunque aún no era campeón mundial. Björn vivía en la Playa del Águila [Gran Canaria] y unos noruegos amigos suyos le habían enseñado las tablas que les habíamos hecho. Me pidió que le hiciéramos una. Se la hicimos y se la llevó al Aloha Classic de Hawaii, la competición más importante del mundo. Le gustó más que las que le hacían shapers europeos y norteamericanos. Y también le hicimos una a su hermana Britt, que también se la llevó a Hawaii. Björn probó la de su hermana, que le gustó aún más, y ganó la competición con ella. Era la primera vez que un europeo ganaba el Aloha Classic. Entonces me propuso que trabajáramos juntos. Para cuando me di cuenta estábamos trabajando las 24 horas del día en un garaje que alquilamos en El Doctoral.
P. ¿Cómo se adentró en el mundo del windsurf?
R. Un día de 1974 me encontraba trabajando en la carpintería familiar en Arinaga, cuando me llamó la atención algo que entraba y salía del mar en Pozo Izquierdo, algo que se movía y daba saltos pero que no conseguía saber lo que era. Nos acercamos y resultó ser un windsurfero hawaiano, Robby Naish, que estaba buscando nuevos spots, nuevos sitios para navegar. Hasta entonces no tenía noticia de la existencia del windsurf y me quedé tan impresionado que en aquel mismo instante decidí que quería hacer lo mismo. Entonces no había manera de comprar tablas en Canarias porque aquí el windsurf era un deporte poco conocido. La única solución que veía era construirme yo mismo la mía, pero no tenía ni pajolera idea de cómo hacerlo.
P. ¿Y cómo se las ingenió?
R. Tuve noticia de que en Bahía Feliz existía una escuela, el Club Mistral. Les pregunté si tenían alguna tabla vieja que pensaran tirar y me regalaron una muy grande. La despellejé hasta alcanzar el núcleo, que era una espuma de poca densidad con tantos agujeros que tuve que coger la mitad para taparlos y hacerme una tabla más pequeña. Me informé de qué resinas se usaban para impermeabilizarla y la cubrí con ellas. Un vecino que se había sacado un equipo en una promoción de Nivea me prestó la vela. Así empecé.
R. ¿Aprendió a navegar sólo?
R. Si. No sabía amarrar la vela, ni la botavara, nada. Pero se fueron uniendo otros amigos ?practicábamos con mi tabla- y entre todos aprendimos. Pasaron seis o siete meses y, después de que Robby Naish lo descubriera, el spot de Pozo Izquierdo comenzó a salir en revistas especializadas. Muchos europeos vieron entonces que ya no tenían que desplazarse a Hawaii o a América, que aquí hay un alisio constante, buenas condiciones de olas y una temperatura que permite practicar windsurf los doce meses del año, y empezaron a venir a navegar. Algunos nos vendieron tablas y velas.
P. Y empezó a fabricar para los competidores. ¿Dónde adquiría los materiales?
R. Los comprábamos a Clark Foam, una empresa especializada de California, la mejor que había entonces, hasta que empezamos a trabajar con sistemas de vacío y resinas epoxi, las que utiliza la industria aeroespacial para los fuselajes.
P. Tendría que comprar maquinaria muy sofisticada, porque las grandes empresas cuentan hasta con ingenieros aeronáuticos en sus equipos.
R. Bueno, empecé con el compresor de la nevera de mi abuela, que se le había roto (risas).
P. Y también que adecuar sus instalaciones.
R. Si. Nos vimos en la necesidad cuando se nos abrió el mercado de los competidores internacionales. Nuestras instalaciones eran muy pequeñas, unos 100 metros cuadrados, y estaban mal preparadas. Hicimos las que tenemos actualmente con 600 metros cuadrados en dos niveles, circuitos cerrados de aire, sistemas de vacío, máquinas de control numérico de chapeo para quillas, control de desalojos de agua para calcular los litros de tabla para el peso de cada persona, etcétera.
P. ¿Recibió ofertas de multinacionales?
R. Muchas nos quisieron comprar nuestros diseños, pero no aceptamos. Pensábamos que si empresas de aquellas dimensiones se interesaban por nuestro producto se debía a que éste era bueno y por tanto lo podíamos defender solos. Además, nos divertía mucho competir contra multinacionales de doscientas personas, nosotros, que eramos un equipo de trece. Tuvimos la gran suerte de tener buenos competidores.
P. A los que ponían de los nervios...
R. Bueno, les machacábamos todos los años en todas las competiciones. Lago de Garda, Tarifa, Aruba, Francia, Japón, Hawaii, Brasil, República Dominicana, Holanda, Inglaterra, Alemania, Canarias... Hacíamos productos exclusivos para cada competidor, para cada competición, para cada lugar, para todo. Yo probaba personalmente todas las tablas, navegaba con ellas, veía lo que el material me daba, comprobaba cada variación. Además, desde el primer diseño registramos todas las variaciones en una base de datos, cuando por entonces los shapeadores no registraban estas cosas. Si les pedías otra tabla igual pero con más o menos litros no sabían lo que habían hecho con lo que, a diferencia nuestra, les resultaba muy difícil mejorar el producto.
P. Tendrían que viajar constantemente.
R. Al año había 17 mundiales en largas distancias, slalom, speed y olas. No nos daba tiempo de ir a trabajar a todos, pero si en alguno no teníamos los resultados que queríamos, íbamos al año siguiente y trabajamos un mes antes para tener una visión clara de cada spot, del viento, del mar, etcétera. Llegábamos a acuerdos con talleres locales, yo shapeaba la tabla y ellos la terminaban. Además, siempre manteníamos fresca la lectura de cada sitio. Aunque lo conociéramos, volvíamos de nuevo para introducir las variaciones necesarias y mejorar el resultado de las competiciones.
P. Además de con Björn Dunkerbeck ¿con qué otros campeones del mundo trabajó?
R. Con Orjan Jensen, Peter Volwater, Josh Stone, Anders Bringdal, Robert Teriitehau, Josh Angulo? La última vez que hicimos tablas para un campeonato mundial fue en 2010 por encargo del hawaiano Josh Angulo. Me dijo que quería retirarse de campeón del mundo, siempre se quedaba entre los diez primeros. Estuvimos trabajando con él durante 2009 y en 2010 lo ganó y se retiró.
P. Hace unos años dejó de fabricar tablas de alta competición en la cima del éxito. ¿Por qué?
R. Llegó un momento en que empezaba mi trabajo cuando mi equipo terminaba el suyo, desde las cuatro de la tarde hasta altas horas de la madrugada. Una vez estuve trabajando cuatro días ininterrumpidos porque teníamos que terminar 16 tablas para ocho competidores en Francia. La entrega de materiales se había retrasado y las terminamos un día antes de que comenzara el campeonato. Me fui con ellas al aeropuerto y llegué al spot a las ocho de la mañana, justo a tiempo de repartirlas porque la competición empezó a las diez. Todas se quedaron en los cinco primeros puestos. Pero mis niñas estaban creciendo y no les estaba dedicando tiempo, así que empecé a aflojar. No obstante, ahora estamos con un proyecto, y en dos meses volveremos a fabricar tablas.
P. ¿A qué le atribuye el éxito de su empresa?
R. A la tenacidad haciendo lo que nos gusta y a tener buenos competidores. No somos especiales. Como nosotros hay veinte millones.
P. ¿Qué le diría a alguien que quiere abrirse paso como emprendedor en estos momentos tan difíciles?
R. Que lo intente. Que si tiene una inquietud, una ilusión, que empiece. Que lo principal es empezar.