En el reino del plátano ninguna fruta que se cultive en Canarias puede siquiera rozar las cifras en las que se maneja el oro amarillo. El tomate está ligado a la historia del archipiélago durante los siglos XIX y XX y sin él sería imposible definir la economía, la geografía, la demografía, la sociedad o la identidad isleña, pero hoy en día sobrevive a duras penas.
En los últimos años el aguacate, la papaya, el mango, la piña o las fresas se abren un pequeño hueco para el consumo local y, a veces, alguno que otro se manda fuera de la comunidad autónoma.
“La gente ve oportunidad de negocio durante un tiempo y salen plantaciones de todos lados, pero siguen estando a unos niveles muy inferiores al del plátano, el tomate o la papa”, dice el técnico de horticultura de la Granja Experimental del Cabildo de Gran Canaria, Juan Monagas, al ser preguntado por uno de los últimos que se han introducido: la pitahaya.
El fruto de la pitahaya (o pitaya), también llamada fruta del dragón por su forma un tanto impresionista, proviene de la planta homónima originaria de América y familiar de los cáctus. Con unas dimensiones de 10 centímetros de largo y seis de ancho, su estructura ovoide y sus colores llamativos (rojo o amarillo) contrastan con un interior blanco decorado con semillas negras.
En el mundo, América Latina y Vietnam son sus principales productores, y los países del centro y el norte de Europa la consumen con cierta frecuencia. En Canarias dos jóvenes agricultores vieron una oportunidad de negocio para poder dedicarse a la agricultura a través de la pitahaya.
Sentado en una terraza una tarde del verano de 2015, Simón Moreno (32 años) - diplomado en Criminología y con un máster en Administración, Gestión y Dirección de Empresas (MBA)- hablaba con unos amigos cuando le nombraron la pitahaya y entonces surgió la idea. Buscó a alguien de confianza y con experiencia para compartir impresiones: Antonio Hernández (39 años), técnico superior en Química Ambiental y máster en Gestión del Medio Ambiente, entre otros títulos, aparte de persona curtida en su propia odisea personal y con varios proyectos frustrados.
De 2009 a 2010, Hernández presentó un proyecto relacionado con la acuicultura para montar una piscifactoría, pero se dio “de bruces directamente con el adquisición de las parcelas para poner las jaulas en el mar, que se conceden a través del Gobierno de Canarias y es un poco complicado acceder a ellas”.
En 2012, cuando acabó Química Ambiental, tuvo la idea de hacer una compostadora de los residuos procedentes de la depuración de aguas residuales. “Se trataba de hacer un abono procedente de los desperdicios, ya que, cuando se depuran las aguas, se obtiene una fracción que se llama lodo activado y ahí están todos los microbios y los deshechos. Si eso se composta y se trata, se obtiene un abono de buena calidad para uso agrícola. Lo desestimé cuando me di de bruces con el Consejo Insular de Aguas, porque ellos eran los propietarios de las aguas residuales y hacían lo que querían con esas aguas. Con el tiempo descubrí que al año siguiente se estaba promoviendo un proyecto similar pero a través de tubos de compostadoras”.
En su tercer proyecto, con Moreno, desarrollaron a partir de octubre de 2015 un estudio de mercado para poder dedicarse al cultivo de una fruta propicia para las características isleñas y con posibilidades de ser exportada a Europa.
La fruta del dragón ya lleva unos años en Canarias, principalmente en Tenerife, de donde proviene la que se puede ver en algún mercado local. “Hace unos quince años que se trajo la plantación de la pitahaya a la Granja Experimental del Cabildo de Gran Canaria, donde hay unas 162 plantas en cultivos al aire libre, pero hace unos dos años también se hizo otro cultivo en invernaderos, que alberga unas cuantas más”, explica Monagas.
Se cultivó inicialmente para investigar el comportamiento de la planta en el clima canario y aconsejar a los agricultores que quieran plantarla: “Nosotros ya hemos repartido unas cuantas, tanto para jardines como para fincas donde tienen miles de plantas. En San Felipe hay una, otra en La Aldea, que ha dejado cajas en Mercalaspalmas, y en Maspalomas hay otra bastante potente, en El Tablero”, dice Monagas.
Moreno explica que para que les dejaran cultivar pitahaya tenían dos frentes abiertos: buscar un terreno y subvenciones. Recorrieron la isla de arriba abajo, hablando con particulares e instituciones casi siempre con la misma respuesta.
“Es muy complicado sin tener contactos, con el añadido de que somos jóvenes y que es un cultivo extraño que la gente no conoce. Hemos pateado la isla entera para buscar un terreno y hemos buscado financiación en los bancos pero es imposible, porque o tienes un aval o no te lo dan por muy buena que sea la idea o aunque la fruta esté vendida”, dice Moreno.
Por ello, se presentaron a dos concursos: uno llamado E-norte, en marzo de 2016 -en el que quedaron terceros- y cuando su intención era establecerse en el norte de la isla, pero “por problemas a la hora de encontrar terrenos lo descartamos”; y otro entre abril y mayo del mismo año, organizado por Philip Morris, en el que fueron premiados con 10.000 euros.
Cuando consiguieron esas pequeñas victorias se les abrieron algunas puertas y se presentaron a la subvención Apoyo para la creación de empresas por jóvenes agricultores (esta solicitud ya está resulta a su favor de manera provisional, según consta en el BOC), procedente de fondos europeos pero gestionado por el Gobierno de Canarias y ligadas al PDR 2014-2020. “En otras comunidades autónomas estas subvenciones se entregan desde mucho antes, y en 2015 o 2016 ya se ingresan, pero aquí se ha retrasado porque han sacado las bases de las subvenciones en septiembre de 2016 y la primera convocatoria no salió hasta la última semana de diciembre”, explica Moreno.
También, aunque sin muchas esperanzas, están esperando otra de Apoyo a las inversiones en explotaciones agrícolas (anteriormente llamada Modernización y aún sin resolución provisional realizada por el órgano gestor, la Consejería de Agricultura): “Es más complicado acceder a ella porque se otorga por puntos, es decir, si tienes gente contratada te dan determinados puntos y así varios requisitos más que nosotros no podemos cumplir porque somos jóvenes agricultores. Aunque estamos a la espera de saber si entramos o no”, cuenta Moreno (la última ampliación presupuestaria aprobada por el Consejo de Gobierno, la de dos millones más en el PDR para 2017, permitirá atender todas las peticiones de jóvenes en la faceta de modernización, siempre que cumplan con las condiciones establecidas).
Uno de los requisitos imprescindibles para poder acceder a las ayudas es tener terreno cultivable: “Desde octubre de 2015 comenzamos a buscar terrenos pateando los campos, con particulares. También le presentamos la idea de negocio a varios ayuntamiento a ver si nos ayudaban, pero no nos hicieron caso hasta que no ganamos el premio”, dice Moreno.
Acceder a los terrenos que tiene el Cabildo de Gran Canaria, a juicio de Moreno, es una “odisea” porque “no los sacan a concurso y ”es muy complicado“, por lo que la única opción que le quedaban era acudir a los particulares. Y tampoco fue nada fácil.
“No nos hacían caso, no te conocen, el cultivo les parece extraño, algunos incluso nos preguntaban si era marihuana lo que íbamos a plantar, otros nos llegaron a pedir hasta 40.000 euros al año por cuatro hectáreas”, recuerda Simón Moreno.
Al final encontraron uno en Telde de casi cuatro hectáreas in extremis, porque firmaron el contrato de arrendamiento en diciembre de 2016, el mismo mes en el que salió la convocatoria para pedir la subvención.
Pero, aunque tienen la tierra, no pueden empezar a cultivarla porque necesitan varios documentos que deben tener en regla: el acta de inicio o las calificaciones territoriales, para justificar y acreditar que se posee una parcela en una zona determinada detallando su superficie. Y que les den luz verde. Además de esperar a que llegue la subvención.
Tras más de dos años de lentitud burocrática y de superar obstáculos “uno va tratando de hacer trabajos por su cuenta para mantenerse, pero tampoco uno se puede comprometer con un trabajo con contrato de tres o seis meses porque el proyecto necesita mucha dedicación y disponibilidad absoluta”; ahora vislumbran el final de un arduo camino al que se ha unido el hermano de Antonio Hernández (36 años): “Esperamos poder empezar en enero de 2018, a más tardar”.