Como cada lunes a las seis de la mañana hasta que se decretó el confinamiento, el San Fleit, más que un bar el punto de encuentro para los que gustan madrugar en la Isla, vuelve a abrir sus puertas después de cincuenta días.
La nube de Valverde sigue anclada sobre el pueblo y descarga una lluvia débil pero persistente, lo que mantiene a la población remolona en un primer momento.
Hasta el punto de que Lorenzo Barrera, el único de los cuatro camareros que ha escapado del ERTE, mira con pesimismo al resto del día y avisa: “Abrimos por fin después de la cuarentena, pero con esto de poder usar solo la terraza, y al 50%, no lo termino de ver. Vamos a probar y en función de cómo vayan las cosas decidiremos. La gente ha cogido mucho respeto con esto del virus”.
El San Fleit es de los pocos bares que disfruta de terraza en Valverde, pero han tenido que eliminar cuatro de las ocho mesas que había en ella para cumplir por la normativa impuesta por el Gobierno de España.
El Hierro se asoma con cautela a la “nueva normalidad” y son los bares quienes primero se arriesgan: El Encuentro en el mismo Valverde, La Igualdad en San Andrés o el Bar Chachi en El Pinar, cuyo dueño, Manuel, se muestra más confiado.
De momento despacha las peticiones a través de una ventana y en dos mesas adosadas a la fachada, pero dispone de permiso para ocupar la plaza del Mentidero si fuera necesario: “Nosotros vamos a mantener los tres puestos de trabajo que teníamos antes del cierre. A ver cómo se dan las cosas pero esperamos que bien”, señala Manuel.
Cerca de un centenar de comercios han decidido abrir las puertas este lunes en El Hierro, pero el tiempo no acompañó en la mañana.
En el municipio de La Frontera, uno de los tres de la isla, el agua daba un respiro, lo que permitía hacer uso de la terraza del bar Don Din 2 situada en la rambla, pero el resto de comercios que llevaba tiempo sin abrir no había notado gran movimiento en las primeras horas.
Todos, equipados con guantes, máscaras y las bandas de señalización para que la clientela guarde sitio, coinciden en señalar que notan a la población con “respeto y hasta cierto miedo a este virus”, por lo que “las cosas se van a ir recuperando de a poco”.
Y es que cerca del 30% de la población herreña tiene más de 60 años, lo que hace de la Isla una paradoja: es uno de los lugares con menos afección por el coronavirus pero al mismo tiempo uno de los lugares con mayor riesgo potencial por los efectos de la enfermedad.
La mar tampoco acompañaba esta mañana en La Frontera, haciendo inviable que los nadadores pudieran aventurarse a hacer ejercicio en la piscina natural de La Maceta como vienen haciendo los surfistas en otras islas.
Sin embargo, los hay también que tienen claro que de momento no abrirán sus puertas.
Entre ellos, Davide Nahmias, que hace dos años se embarcó en la aventura de hacer del hotel Puntagrande mucho más que un espacio conocido por ser el hotelito más pequeño del mundo y un Bien de Interés Cultural (BIC).
Levantado sobre una lengua de lava y rodeado de mar es, literalmente, una isla dentro de otra al final de lo que un día fue la tierra conocida.
La COVID-19 obligó a cerrar sus puertas y aunque desde hoy tienen permiso para recibir clientes, que no paran de hacer reservas para hospedarse en una de sus cinco habitaciones, han decidido que lo mantendrán cerrado hasta que se restablezcan las conexiones aéreas nacionales e internacionales “porque para los herreños no tiene sentido ir a quedarse en un hotel dentro de su propia Isla”.
Quienes no van a notar prácticamente la diferencia, y en El Hierro es mucha gente, son todas aquellas personas que bien viven de trabajar en la tierra o en la mar, bien tienen un huerto para agricultura de subsistencia.
Todos ellos han podido seguir atendiendo sus labores y a sus animales sin mayores problemas, con la única salvedad de que ahora recuperan los bares y las cafeterías para “echarse un buche de café” antes o después de la faena.
Es el caso de Samuel Acosta, que cruza a pie cada día el pueblo de El Mocanal para ir a dar de comer a su burro. Es también uno de los pocos que mantiene viva la tradición de la agricultura de secano en el norte de la Isla, “como hacía mi abuelo y todos los viejos que recuerdo”: aprovechan lo que ellos llaman “levante”, que no es otra cosa que la nube lloviendo horizontal a su paso por las montañas.
“Y todo lo que siembres debajo del millo, judías, calabazas, frijoles, pega sin regarlo”, dice Samuel explicando gráficamente que cada planta viene a convertirse en una pequeña suerte de árbol Garoé que hace llover las brumas y recoge el agua necesaria para que se dé la cosecha. Su preocupación es otra, y no es poca: “Este año es seguramente el más seco en El Hierro desde hace 48. Y están esos montes que da miedo con lo que pudiera pasar en verano”.
Ajenas a confinamientos, desescaladas y virus, las vacas herreñas seguían pastando esta mañana con toda tranquilidad en la Meseta de Nisdafe.