“Qué suerte han tenido”, dice Carlos de Quintana, el capitán del barco La Bocaina, mirando el mar. Se lo dice al grupo de periodistas embarcados con el objetivo de llegar hasta la zona donde el Rowan Renaissance, el buque contratado por Repsol, va a comenzar a perforar el lecho marino en busca de petróleo. Los trámites burocráticos retrasan la salida tres horas. Hace falta un seguro para los pasajeros y en La Bocaina sólo hay seguro para los alumnos de la Escuela de Pesca de Arrecife, que usan el buque para hacer su sprácticas.
Hoy el pasaje es distinto. La suerte no tiene relación con la llegada del seguro, sino con el estado del mar. Como un plato. El cielo está nublado pero no hay una ola. “Hace un día de pateras”, recuerda un compañero. En Lanzarote, hace años que se describe así a los días de mar calma.
El barco de Repsol se encuentra a 30,3 millas náuticas (algo más de 50 kilómetros) del puerto de Arrecife, y la velocidad es de nueve nudos. Hay algo de calima, de polvo en suspensión, pero la visibilidad es buena. La suerte continúa sonriendo. Dos grupos de delfines- “son toninas”, dice un marinero- se pegan a la embarcación. Poco después, asoma a estribor una tortuga, y a lo largo del viaje se ven decenas de aves: pardelas, petreles, pahíños y gaviotas.
A mitad de camino, el capitán ve una sombra en el horizonte, como una torre. Ya se distingue el buque. Unas millas más tarde, otro buque, el Relámpago de la Armada española, se comunica con el barco. “¿Cuáles son sus intenciones?”, preguntan, y recuerdan que el Gobierno ha decretado una zona de exclusión de un radio de una milla desde el punto exacto de las prospecciones, esto es 28 , 33 y 32,8 Norte y 13, 11, 36'6 Oeste. Capitanía Marítima ya se había encargado de recordarlo antes de salir del puerto.
Las intenciones son las de ver de cerca y grabar al Rowan Rennaisance, y a una distancia de 13 millas el barco ya se distingue a la perfección. 230 metros de eslora, 32 de manga y una torre de ochenta metros. El buque no está solo. Abarloados a babor y estribor se encuentran los barcos auxiliares Trons Artemis y Trons Lyra; y el Esvagt Rom, que también forma parte del operativo, se acerca.
Repsol ha bautizado esta zona como el pozo Sandía, pero los pescadores la conocen como La teta, por la forma en que aparece en el radar. “Yo vengo aquí todos los años. Este verano estuve, es una zona de pesca de atún”, dice Manolo, profesor de la Escuela y patrón de atuneros.
A una milla, el aspecto y las dimensiones del barco impresionan. Una torre descomunal, un amasijo de hierros, dos grúas amarillas a ambos lados y un cable que desciende hasta el agua y que se distingue a vista de prismáticos. La postal se completa con el barco de la Armada. La Bocaina rodea el perímetro de exclusión y el Relámpago enciende los motores y se coloca detrás. Una zodiac baja del buque con cinco militares a bordo y graban en vídeo a los periodistas. Un tiburón asoma la aleta y se convierte en objetivo de las cámaras. El ejército no abandona el seguimiento hasta que La Bocaina competa el círculo y pone proa hacia Arrecife.
El sol comienza a ponerse en el horizonte. Quedan algo más de tres horas de viaje de vuelta. Repsol no ha comenzado aún a pinchar la bolsa de petróleo, que es el momento más peligroso, según los expertos, para que se produzca un accidente. En un periodo de entre dos y tres meses tiene permiso para perforar el pozo Sandía, el Chirimoya y el Zanahoria, a tan sólo unas millas de distancia. Entonces ya se sabrá si la supuesta riqueza del subsuelo se impone finalmente a la belleza de la superficie.