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AFTER THE WEDDING

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Los humanos somos seres imperfectos. Somos seres mezquinos, enormemente egoístas e incapaces por nuestra naturaleza de llegar a sentir una verdadera empatía con nuestros semejantes, salvo que dediquemos todas las energías de las que disponemos, a lo largo de nuestra vida en tratar de lograrlo. Y, aun así, es harto improbable, por mucho que estemos en un escenario que ocupe todo el tiempo del que disponemos e, incluso, aquel que debería ser para nosotros mismos, llegar a alcanzarlo.

Éste es el caso de Isabel Anderson, una mujer norteamericana entregada hasta al extremo en el cuidado y en la atención de un grupo de niños que viven en un pequeño orfanato, situado en la ciudad de Calcuta, capital del estado indio de Bengala Occidental, el cual forma parte de la República de la India. Su vida anterior, en su patria de origen, cambió merced a una decisión tomada en un momento de debilidad e indefensión y, de una forma u otra, ella buscó en aquel nuevo escenario redimirse del sentimiento de culpa que todavía le embarga. Ella abandonó a su hija, la cual fue dada en adopción nada más nacer, ante su incapacidad y la de su pareja de entonces -otro adolescente igual de desorientado como ella- llamado Oscar, para poder hacerse cargo de la recién nacida.

Isabel Anderson (Michelle Williams) en la película After the Wedding © 2019 Ingenious Media, Joel B. Michaels Productions, Riverstone Pictures and Rock Island Films.

Si, en realidad Isabel pensó que aquélla era la decisión acertada, dado que, tal y como se encontraban entonces, su hija nunca hubiera tenido lo que se hubiese merecido, nunca lo sabrá. El problema es que, lo que parecía la decisión correcta, se tornó en un error vital con el que, cual opresivo mito de la antigua Grecia, no dejaba de asaltarla y minar su misma existencia como ser humano. Luego, cuando llegó hasta el orfanato que se terminó por transformar en su hogar, no es que las piezas encajaran, nunca lo hacen, sino que encontró otras piezas y otro puzle que recomponer.

El recuerdo de su hija perduró, pero, ahora, tenía una sucesión continua de vidas destartaladas por recomponer -mucho más que la suya- y muy poco tiempo para hacerlo. De ahí que se empeñara en lograr lo que no pudo hacer con quien llevó nueve meses en su interior y poner todo de su parte para conseguirlo.

Y lo estaba logrando, hasta que la falta de recursos económicos, sumada a una tentadora oferta llegada desde los Estados Unidos de América para paliar dicha carestía, la llevaron de vuelta hasta el escenario del que había salido corriendo, tiempo atrás. En principio, esto tampoco debería haber sido un problema, pues el viaje tenía como cometido conocer a la benefactora, una acaudala propietaria de una empresa de comunicaciones llamada Theresa Young, empeñada en devolverle a la sociedad en la que vivía una parte de lo que había atesorado hasta ese momento. Una vez firmado el acuerdo, el plan era regresar hasta el orfanato donde la estaban esperando los mismos niños con los que vivía todas y cada una de las horas de sus ocupados e intensos días.

Theresa Young (Julianne Moore) en la película After the Wedding © 2019 Ingenious Media, Joel B. Michaels Productions, Riverstone Pictures and Rock Island Films.

Lo que no estaba en los planes de Isabel cuando voló hasta la ciudad de Nueva York es que la benefactora se empeñara en invitarla a la boda de su hija Grace y que el padre de la joven fuera, además del marido de Theresa, aquel joven con quien ella tuvo a una niña, dos décadas atrás.

Para quien es ahora la responsable de un orfanato en la India, volver a encontrarse con Oscar, escultor de renombre, además de padre y atento esposo, supuso sentir un temblor de tierra sobre el suelo que pisaba, de la misma forma que su vida se resquebrajó aquel día en el que decidió separarse de su niña, hoy en día toda una mujer llamada Grace y quien no puede esconder la semblanza con su madre biológica.

Puede que el cálculo probabilístico diga que estas cosas pueden llegar a pasar, pero ni siquiera una concatenaciónde probabilidades como ésta sucede sin ayuda externa. De ahí que, poco a poco, Isabel y el resto de los protagonistas de esta íntima tragedia familiar irán comprendiendo la lógica que motivó aquella situación, cercana a la charada, en un primer momento, pero que esconde un secreto mucho más desolador de lo que se hubiese podido pensar, nada más comenzar la narración.

Está claro que, llegado el momento en el que las cartas se coloquen sobre la mesa, cada uno tendrá distintas motivaciones y, aunque nobles, no resultan tan honestas como se quiere hacer ver. Tal y como ya expresé en los párrafos anteriores, los errores que comentemos no se pueden solucionar al igual que tampoco se pueden enmendar las mentiras, ni las dobles verdades, ni todas aquellas decisiones que tomamos para sentirnos bien con nosotros mismos, aunque luego las vendamos como si se trataran de otra cosa bien distinta.

Para una madre que nunca ejerció de madre, sentarse en la misma mesa que la que pudo ser su hija a tiempo completo es tan surrealista como imposible de asimilar, tanto y tan bien como quisiera. De la misma forma, un padre que prometió dar a su hija en adopción y luego mintió a quien era la madre de la criatura, quedándose con la hija de ambos, pocas razones convincentes podrá esgrimir ante ambas, sin que, por el camino, pierda credibilidad y buena parte de la validez del discurso frente a su hija y frente a quien fuera su pareja de entonces.

¿Y Theresa? ¿Cuál es su papel en toda esta historia? ¿Es tan sólo una persona con recursos que, además, tiene principios?

After the Wedding, basada en guión escrito por Susanne Bier para la película danesa Efter brylluppet (2006) que, ahora, ha sido tamizado por el director y guionista Bart Freundlich, pone sobre la mesa el complicado engranaje que articula las relaciones humanas y cómo, por mucho que lo intentemos, siempre estaremos acompañados por los fantasmas de nuestro pasado.

Ambas películas nos muestran a personajes que quieren hacer las cosas BIEN, con mayúsculas, aunque tampoco tengan muy claro cómo y, al final, es la misma realidad del mundo en el que vivimos la que les dicta las reglas de uso y comportamiento.

Helene Hansson (Sidse Babett Knudsen) y Jacob Pederson (Mads Mikkelsen) en Efter brylluppet © 2006 Zentropa Entertainments, After the Wedding, Sveriges Television, Det Danske Filminstitut, Nordisk Film, Invicta Capital and Sigma Films.

Hay quienes prefieren la versión nórdica, protagonizada por un actor todoterreno como lo es Mads Mikkelsen y por la misma forma en la que el cine nórdico tiene de tratar estos temas, tan poco habituales fuera de este emplazamiento geográfico.

Sin embargo, la falta de contención de la versión norteamericana sirve para anteponer los sentimientos de Isabel, una magnífica Michelle Williams, ante la ambigüedad manifiesta de Theresa Young (Julianne Moore) y su antigua pareja, Oscar Carlson (Billy Crudup), por lo menos, en un primer momento. Luego, cuando su hija Grace (Abby Quinn) empieza a formar parte de su vida, Isabel entenderá que lo que tiene delante de sus ojos es la oportunidad de rehacer el puzle de su vida anterior con ayuda de quien abandonó tiempo atrás. La labor no es fácil, pero su estancia en el orfanato de Calcuta le ha enseñado el valor intrínseco de aceptar un reto y de ahí su entrega para lograr que lo que un día no fue, lo pueda ser hoy.

¿Significará que todo lo que ha pasado hasta entonces se recompondrá? Ella sabe que no, es imposible vivir lo que ya sucedió, pero sí es posible empezar otra vida, tal y como ella hizo y Grace será quien le demuestre cómo.

Todo lo que suceda después, sin escribir está y, por eso, resulta tan terrible y maravilloso para un personaje como el de Isabel.

© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2019

© 2006 Zentropa Entertainments, After the Wedding, Sveriges Television, Det Danske Filminstitut, Nordisk Film, Invicta Capital and Sigma Films.

© 2019 Ingenious Media, Joel B. Michaels Productions, Riverstone Pictures and Rock Island Films

Los humanos somos seres imperfectos. Somos seres mezquinos, enormemente egoístas e incapaces por nuestra naturaleza de llegar a sentir una verdadera empatía con nuestros semejantes, salvo que dediquemos todas las energías de las que disponemos, a lo largo de nuestra vida en tratar de lograrlo. Y, aun así, es harto improbable, por mucho que estemos en un escenario que ocupe todo el tiempo del que disponemos e, incluso, aquel que debería ser para nosotros mismos, llegar a alcanzarlo.

Éste es el caso de Isabel Anderson, una mujer norteamericana entregada hasta al extremo en el cuidado y en la atención de un grupo de niños que viven en un pequeño orfanato, situado en la ciudad de Calcuta, capital del estado indio de Bengala Occidental, el cual forma parte de la República de la India. Su vida anterior, en su patria de origen, cambió merced a una decisión tomada en un momento de debilidad e indefensión y, de una forma u otra, ella buscó en aquel nuevo escenario redimirse del sentimiento de culpa que todavía le embarga. Ella abandonó a su hija, la cual fue dada en adopción nada más nacer, ante su incapacidad y la de su pareja de entonces -otro adolescente igual de desorientado como ella- llamado Oscar, para poder hacerse cargo de la recién nacida.