Snowpiercer, nombre con el que se estrenó dicha adaptación, fue una de esas películas que debió correr mucha mejor fortuna, pero se topó con dos factores con los que, entonces, era difícil pelear. Por un lado, buena parte del público y la crítica “especializada” pensaban que el cine distópico, el que plantea una suerte de futuro alternativo, normalmente catastrófico para la raza humana, estaba ya pasado de moda. Ahora, con una pandemia que ha hecho descarrilar nuestra forma de vida cotidiana, todo lo anteriormente dicho ya no está tan claro. Y segundo, en aquellos años, NO estaba de MODA ir a ver una película coreana y/o dirigida por un director de dicho país asiático como, en la actualidad, Sí lo ESTÁ.
Sea como fuere, la película de Bong Joon-ho, que contó con un sólido elenco encabezado por Chris Evans, Jamie Bell, Tilda Swinton, John Hurt, Ed Harris y el actor coreano Kang-ho Song -también en la retina de todos los espectadores, ahora, tras ser uno de los protagonistas de la galardonada Parasite (Bong Joon Ho, 2019)- es de las que no se olvidan y de ahí que, en el año 2015, se anunciara una nueva adaptación de la historia gráfica, en este caso, en formato televisivo y que ahora estrena Netflix.
En esta nueva propuesta, la cual cuenta con la dirección ejecutiva del director Bong Joon Ho -quien también firma el libreto de uno de los capítulos- aparecen Jennifer Connelly y Daveed Diggs como cabezas de lista y, por ahora, ya se han confirmado dos temporadas. Ambas están centradas en el devenir existencial de un tren que representa, a imagen y semejanza de la literaria historia de H. G. Wells, The Time Machine, una sociedad dividida entre un selecto y poderoso grupo de personas, como los Eloi descritos por el escritor británico, y los que pugnan por sobrevivir en las “catacumbas” de la sociedad -en los últimos vagones del tren- al igual que los Morlocks de la novela original.
Se me antoja que es el momento ideal para ver la película original del director Bong Joon Ho y, sobre todo, para aceptar que lo que se plantea en ella no es tan disparatado, más si se tiene en cuenta las soflamas lanzadas por muchos mandarines durante la actual pandemia sobre temas tales como el cambio climático, la sanidad y los servicios sociales y las ENORMES diferencias de clases que cada día se agigantan más en esta sociedad, la nuestra, cada vez más amenazada. Y no por ningún virus, sino por nosotros mismos.
SNOWPIERCER. LA PELICULA (NIGHT VISIONS BACK TO BASIC. 09-13.04.2014)
Poder ver determinadas películas uno, dos o tres meses antes de su estreno comercial justifica, por sí sólo, la existencia de un festival de cine. Sin ellos, deberíamos esperar hasta la fecha señalada, emulando al recio y noble sheriff de la inmortal película de Gary Cooper, High Noon, y ver dichas películas cuando la compañía que las distribuye decidiera cuál era el momento adecuado.
Este año 2014, durante la edición de primavera del festival Night Visions, sus organizadores programaron -en exclusiva, y tres meses antes de su estreno en las pantallas finlandesas- la proyección de la película Snowpiercer, primera película rodada prácticamente en inglés, aunque también se escuche otras lenguas, tales como el francés, el alemán, el japonés y la lengua del director coreano Bong Joon-ho, responsable, entre otras, de Memories of Murder (2003), The Host (2006) y Mother (2009)
Snowpiercer está basada en la novela gráfica francesa Le Transperceneige, creada por Jacques Lob y Jean-Marc Rochette, y publicada por la editorial Casterman en 1982. Luego la serie la completó el guionista Benjamin Legrand, quien remplazó a Jaques Lob en 1999, y a lo largo de las dos siguientes entregas. 1
En la narración que sirve de base argumental para toda la acción, somos testigos de un futuro donde la humanidad se circuscribe a los pasajeros de un tren que circula alrededor de un globo terráqueo congelado tras una catástrofe medioambiental, la misma que todo el mundo vio, pero nadie supo parar. El tren, un enorme monstruo de acero trepidante, dotado de un motor casi diríamos que inmortal - merced al ingenio de su creador, un visionario llamado Wilford (Ed Harris)-, se acabó por convertir en la única solución de una raza humana tan decrépita como falta de toda esperanza.
No obstante, el tren y todos los que viven dentro representan la pirámide social que ha conformado al mundo civilizado, desde que el hombre bajó de los árboles y empezó a vivir en comunidad. Dicha pirámide social está encabezada por quienes tienen; es decir, los que “pertenecen a la parte delantera”, en palabras de la degenerada y sádica Mason (Tilda Swinton), una suerte de portavoz de la realeza en una situación límite como es ésta. El resto de los ocupantes se hacinan en la parte trasera del tren y sobreviven comiendo un compuesto alimenticio que haría vomitar hasta a las mismas cabras...
Entre medias, una cohorte de fieros y espartanos soldados, incapaces de pensar por sí mismos, siempre al servicio de quienes les alimentan y aleccionan. Son la línea divisoria entre la riqueza y la pobreza o, como ocurriera durante décadas en la dividida ciudad de Berlín, o lo que sucede en la patria del director, entre la libertad y el totalitarismo.
Siempre hay quien se resigna y trata de buscar el lado positivo a todo aquel sinsentido, caso de Gilliam (John Hurt), el patriarca que vive en el furgón de cola, y quienes, como es el caso de Curtis Everett (Chris Evans) y Edgar (Jamie Bell), mantienen la esperanza de derrocar a quienes mantienen un “status quo” opresivo y desigual.
Tal y como viene ocurriendo a lo largo de la historia, en especial tras la Revolución Francesa, Snowpiercer simboliza -teniendo como escenario los lúgubres y asfixiantes vagones de un cimbreante tren de pasajeros- la eterna lucha de clases y la enorme desigualdad que siempre ha caracterizado a las civilizaciones humanas. Resulta insultante ver la forma en la que unos pocos viven en la parte delantera del tren, además de sentir el fanatismo y locura que los embarga en su afán por defender sus derechos “adquiridos” al pertenecer a una determinada casta. El descubrimiento, tanto para los rebeldes como para el espectador, llegará tras el encuentro de los primeros con Namgoong Minsu (Song Kang-ho), el ingeniero que diseñó las puertas que mantienen a los unos separados de los otros, y a su hija Yona (Go Ah-sung). Lo que luego verán no es sino la plasmación de todas las desigualdades sociales que apuntalan al 1% de la población, los que poseen el 95% de los recursos y las riquezas de nuestro mundo.
Snowpiercer demuestra que el cine distópico está viviendo una segunda juventud tras su eclosión durante los años cincuenta, sesenta y setenta del pasado siglo. Su desarrollo argumentl y estético, cargado de una profunda desesperanza, oscuridad, y carente de una salida válida ante todo aquel sinsentido recuerda, poderosamente, a una de las obras maestras de este tipo de producciones, Soylent Green, dirigida en 1973 por Richard Fleischer y magníficamente interpretada por Charlton Heston, Leigh Taylor-Young y el gran Edward G. Robinson.
En el caso de Snowpiercer, Bong Joon-ho reinterpreta las líneas originales escritas por Jacques Lob y Benjamin Legrand y las convierte en una película dura de asimilar, pero tremendamente brillante y que no deja a nadie indiferente, seas de la clase social que seas. En parte, esto se logra por lo bien compensado que está el reparto, aunque, como suele ser habitual, los “buenos” no puedan dar todo lo que tienen dentro de sí, dado que son los “malos” los que tiene “patente de corso” para ser y hacer lo que quieran, algo que Curtis Everett no podrá lograr, por mucho que lo desee.
Admito que, mientras veía la película, no pude dejar de pensar en otra de esas impresionantes películas que el séptimo arte nos va dejando en el camino, también desarrollada en un tren y con elementos en común con la película del director coreano. Runaway train, dirigida en 1985 por el director ruso Andrei Konchalovsky, basada en una historia escrita por el también director japonés Akira Kurosawa, traslada al interior de un tren de mercancías sin control buena parte de las virtudes y la carencias de nuestra sociedad. El dramático enfrentamiento entre Oscar “Manny” Manheim (Jon Voight) y Warden Ranken (John P. Ryan) rodeados, éstos, por Buck (Eric Robert) y Sara (Rebecca De Mornay) –dos víctimas indefensas ante una situación que los supera- es, en cierta manera, el drama que viven los personajes atrapados dentro del tren de la película de Bong Joon-ho.
La frase final que aparece en la película de Andrei Konchalovsky “No beast so fierce but knows some touch of pity.” “But I know none, and therefore am no beast.”, pronunciadas por Lady Anne en la obra de William Shakespeare Richard III, muy bien podrían haber sido pronunciadas por la ya mencionada Mason, o por la demente profesora que también aparece en la película, emulando las enseñanzas de la Alemania del Reich de los 1000 años, o por el mismísimo creador de aquel engendro, Wilford, tan cortés y educado, como carente de toda moral.
Y lo peor del caso es que nuestro mundo va camino de convertirse en lo mismo que nos cuenta esta película, aunque aún no nos hemos cargado el ecosistema. Tiempo al tiempo...
© Eduardo Serradilla Sanchis. Helsinki, 2014-2020
© 2013 SnowPiercer, Moho Film, Opus Pictures, Stillking Films, CJ E&M Film Financing & Investment Entertainment & Comics, CJ Entertainment, TMS Comics, TMS Entertainment and Union Investment Partners.
© 2020 CJ Entertainment, Studio Ty and Tomorrow Studios