Es verdad que el sustento emocional y narrativo de la película se apoya en el devenir vengativo de un padre, Nels Coxman (Liam Neeson), empeñado en segar la vida de quienes él cree responsables de la muerte de su hijo Kyle (Micheál Richardson). Sin embargo, dicha venganza es la excusa del guionista danés Kim Fupz Aakeson quien, basándose en su guión original para la película nórdica Kraftidioten -dirigida también por Hans Petter Moland cinco años atrás- decidió unir fuerzas con el también escritor Frank Baldwin y juntos se propusieron reinventar lo que ya se había contado en la película del año 2014, interpretada, ésta, por el actor sueco Stellan Skarsgård.
En este caso, ambos guionistas no sólo plasman y con cierto descaro, todo sea dicho, el reguero de sangre que va derramando el susodicho padre vengador, sino que, de manera simultánea, articulan una historia donde lo que acaba primando son las diferentes, complicadas, esquivas y, a ratos, dolorosas relaciones entre los padres y sus hijos.
En la película, esto se plasma además en tres frentes. Por un lado, está la relación entre Nels y Kyle Coxman, condicionada por la relación entre Nels y su esposa, Grace (Laura Dern). En segundo lugar, se encuentra la disfuncional relación entre Trevor “Viking” Calcote (Tom Bateman) y su hijo Ryan (Nicholas Holmes), relación que no es que sea de mucha ayuda, pero, a su modo, “Viking” Calcote también se preocupa de su hijo. El tercero en discordia será White Bull (Tom Jackson), un delincuente de la “vieja escuela”, empeñado en vivir bajo un código que las nuevas generaciones ni siquiera conocen. En el caso particular de este último, la relación con su único hijo no se nos muestra en la pantalla, salvo por el hecho de que es el deseo del vástago por contentar a su padre lo que acabará por poner las cartas sobre la mesa y demostrarle al veterano traficante de drogas que su antagonista y competidor en el negocio, Trevor “Viking” Calcote, es un ser desmedido al que hay que enseñarle las reglas del juego, sin adulterar y de manera clara.
Si se quieren buscar más semejanzas a todo lo anteriormente dicho, es innegable que hay algo de relación entre un padre y una hija en la forma de comportarse e interactuar que tienen los dos agentes de la ley John 'Gip' Gipsky (John Doman) y Kimberly “Kim” Dash (Emmy Rossum). El problema es que el también veterano agente de la ley y contemporáneo de White Bull busca educar a su nueva compañera para que ésta no le saque las vergüenzas, ni sus manejos con el traficante nativo americano, en vez de tratar de protegerla ante una situación que, como es de esperar, se acaba descontrolando.
Incluso el comportamiento del hermano de Nels Coxman, Brock “Wingman” (William Forsythe), un sicario retirado que, antaño, trabajó para el padre de Trevor “Viking” Calcote posee un regusto al Edipo clásico, dado que Brock nunca le perdonó al padre de Trevor Calcote que le arrebatara a una mujer y de ahí su enconamiento y actitud desafiante para con su sucesor. No queda claro el que Brock asesinara, tal y como sí hiciera Edipo, al padre de Trevor Calcote, pero dado el subtítulo de la toda la película… ¿Quién sabe?
En realidad, la película plantea la tremenda indefensión que las personas normales sufren ante las agresiones de quienes, como Trevor “Viking” Calcote y White Bull, utilizan nuestro mundo como su tablero de juegos particular, siendo Kyle un buen ejemplo de esto último. Otro tema que queda de manifiesto es la indefensión de aquellas personas que quieren cumplir con su obligación, tales como la agente Kimberly “Kim” Dash, y la actitud de aquellos que harán todo lo posible para evitar que las cosas puedan llegar a cambiar, como el agente John 'Gip' Gipsky.
Y, por encima de todo, están los ya comentados problemas que rodean a la educación de los hijos, la falta de comunicación entre padres e hijos y el compromiso por tratar de entenderlos, por muy difícil que esto pueda llegar a ser. En realidad, si algo queda claro es que los guionistas ni sintonizan con los modos y las maneras que tiene el ser humano de interactuar, ni están muy de acuerdo con la notable falta de ética y deontología, tanto personal como profesional, la cual se está convirtiendo en la moneda de cambio habitual en nuestra tecnológica e impersonal sociedad global.
Al final, la línea que separa lo correcto de lo que no lo es se difumina y sólo queda el instinto de supervivencia además de una esquiva, torticera y adulterada búsqueda de esa diosa justicia que, tiempo atrás, se bajó de su pedestal y decidió marcharse, ante tanta insensatez e incoherencia.
© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2019.
© 2019 Mas Films, Paradox Films & StudioCanal
Es verdad que el sustento emocional y narrativo de la película se apoya en el devenir vengativo de un padre, Nels Coxman (Liam Neeson), empeñado en segar la vida de quienes él cree responsables de la muerte de su hijo Kyle (Micheál Richardson). Sin embargo, dicha venganza es la excusa del guionista danés Kim Fupz Aakeson quien, basándose en su guión original para la película nórdica Kraftidioten -dirigida también por Hans Petter Moland cinco años atrás- decidió unir fuerzas con el también escritor Frank Baldwin y juntos se propusieron reinventar lo que ya se había contado en la película del año 2014, interpretada, ésta, por el actor sueco Stellan Skarsgård.
En este caso, ambos guionistas no sólo plasman y con cierto descaro, todo sea dicho, el reguero de sangre que va derramando el susodicho padre vengador, sino que, de manera simultánea, articulan una historia donde lo que acaba primando son las diferentes, complicadas, esquivas y, a ratos, dolorosas relaciones entre los padres y sus hijos.