Camino del Aeropuerto de Atenas, siguiendo la carretera que sigue la línea de costa a escasos metros de las marinas que jalonan las playas mediterráneas, se encuentra el campo de refugiados de Elliniko.
Las tiendas ocupan el espacio de un antiguo aeropuerto que se encuentra ahora en ruinas. Las casetas están junto a los edificios en busca de cualquier alero que les proteja, las marquesinas de las guaguas y una de las terminales que aún sigue en pie.
La gran mayoría de las personas que ocupan este aeropuerto son de origen afgano. Sin embargo, lo que más llama la atención al fotógrafo Ankor Ramos es que se repite la escena de decenas de niños pequeños poblando el campo. El resto personas jóvenes, alguna persona de mediana edad y casi ningún anciano o persona mayor.
Cuenta que próximo a la terminal se organiza el reparto de comida, con más orden que en Pireo. Las bolsas se encuentran detrás de un vallado y sobre una mesa. A cada persona que entra se le coteja la documentación en una mesa y luego se desplaza a otra, donde un voluntario de Boat Refugees le hace entrega de una bolsa con alimentos.
Tanto en la terraza como en el interior de la propia terminal se hacinan decenas de tiendas, casi sin espacio para caminar entre ellas. Explica que el calor es asfixiante y el olor insoportable. Un ambiente en extremo cargado en el que conviven un cientos de personas y de ellas muchos niños.
En el exterior se concentran personas con todos sus enseres. Marchan voluntariamente a otro campo, Malakasa. Para ello, se llevan todo lo poco que tienen mientras dos guaguas estacionan en el lugar en espera de hacer el traslado.
Por las reuniones previas y las explicaciones que da el personal voluntario y del gobierno griego no parece que todos estén totalmente convencidos. Sin embargo, y con mucha lentitud los refugiados comienzan a acceder a las guaguas previo control y registro.