El Delta de Saloum (Senegal): donde las mujeres sostienen el ecosistema y a la familia
El Delta de Saloum es uno de los paisajes con mayor biodiversidad de Senegal. Aquí la naturaleza se dejó pintar con un suave caracoleo para crear numerosos entrantes y salientes que albergan pequeñas islas, manglares, sabanas, acumulaciones de mariscos y aves en peligro de extinción. Aquí las aguas dulces de los ríos Sine y Saloum y las saladas del océano Atlántico se abrazan y crean sonidos que aunque parecen venir de lejos, son en realidad los dóciles vaivenes de la bajamar. Reconocido como Patrimonio de la Humanidad en 2011, a la vera del Delta de Saloum se han asentado durante siglos numerosos pueblos que han subsistido gracias a la pesca y a la recolección de mariscos, actividades que convierten la zona en testimonio vivo de desarrollo humano sostenible. La historia de estos enclaves es la de hombres echados a la mar y, más tarde, emigrados a Europa, pero sobre todo la de mujeres de ya varias generaciones que se han quedado en la costa para trabajar en la recolección de mariscos y cuidar a sus familias, siendo el soporte económico y social de sus localidades. Y a diferencia de la actividad pesquera, donde los hombres salen a faenar y las mujeres limpian y venden el producto, en el marisqueo son ellas las que participan de todo el proceso productivo por completo: extraen, procesan y venden.
Es tal la trascendencia económica y social que las mujeres llevan a cabo en esta zona, que el Instituto Universitario de Pesca de la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar lleva 18 años desarrollando diferentes proyectos con el objetivo de apoyar el desarrollo local gracias a la ciencia. Su director, Malik Diouf, detalla que estos trabajos son un estudio biológico de la zona y sobre los conocimientos que tiene la población acerca de los recursos, y que tuvo como partida la detección de una disminución de los mismos y del tamaño de las capturas. Un asunto preocupante porque afecta a la principal fuente de ingresos de las mujeres. En las investigaciones recogen muestras de los mariscos de la zona para medirlos y cuantificarlos y así poder hacer una comparativa con las capturas de años anteriores. Gracias a este trabajo ya se pueden nombrar dos fenómenos como las principales amenazas: la economía de mercado que busca producir y vender en masa, provocando el agotamiento de los recursos, y los efectos del cambio climático. “Está constatado que el Delta de Saloum es una zona afectada por el cambio climático”, asegura tajante Diouf y ello se observa en que el aumento del nivel mar afecta a los bancos de arena donde se alojan los moluscos, impidiendo su formación y recogida. Además, la agricultura, el otro sector al que se recurren las mujeres cuando termina la época de recolección también está padeciendo los efectos de la disminución de las lluvias y del aumento del nivel del mar, que saliniza las tierras y las convierte en terrenos de peor calidad, según Diouf.
De esta degradación del ecosistema se preocupa también Felogie de Niodior, la Federación Local de Grupos de Interés Económico de una isla de aproximadamente 5.000 habitantes por donde no circulan vehículos, donde las calles están ocupadas mayormente por mujeres y niños y donde la vida transcurre entre la pleamar y la bajamar. Felogie, que agrupa a las mujeres mariscadoras de esta isla del Delta de Saloum, obtuvo en 2010 el Premio Ecuatorial de las Naciones Unidas en reconocimiento al trabajo de la comunidad para reducir la pobreza a través de la conservación y el desarrollo sostenible. Su sede es a su vez la unidad transformadora del marisco de la isla, donde se limpia, se cuece y envasa el producto, acciones que dirige su presidenta, Fatou Ndong, una mujer espigada que ha estado dos veces en la sede de la ONU en Nueva York, que aprendió de su madre este oficio que la acompaña hoy y que cuando llega a su casa aún tiene fuerzas para colocarse a su espalda de 50 años trabajados a su nieta de dos.
“Aquí las mujeres son muy valientes”
La presidenta de Felong, que después de casarse se quedó en la isla para recolectar y cuidar a su familia mientras su marido se marchó a Francia, expresa con temeridad que los cambios globales acaben con el principal sustento económico de miles de familias. “Sería muy duro el cese de la recolección porque la principal fuente de economía y subsistencia es la recolección de moluscos. Aquí no tenemos otra actividad para las mujeres, para las familias y, yendo más allá, para la sociedad entera”. Recuerda que hace años se podían recoger hasta 7 kilos de moluscos al día (principalmente berberechos, aunque también hay almejas, ostras o caracoles marinos). Sin embargo, esta cantidad se ha reducido actualmente a la mitad.
El dinero obtenido por la venta de mariscos (que se vende en un 25% al mercado local y un 65% al internacional) es crucial para el sustento de sus hogares, pues ellas son las que se encargan al completo de sus familias, de la educación de sus hijos, de comprarles material escolar y los medicamentos y de sufragar los cuidados básicos de agua, comida y vestido diario. Ndong no deja pasar por alto que también son ellas las que los llevan al colegio, al médico o al hospital y los cuidan si se enferman. “Aquí la madre se ocupa de todo. Los niños al volver de la escuela dicen que quieren comer o comprarse algo y como papá no está, es la mujer la que se encarga de hacerlo todo para los hijos. Aquí las mujeres son muy valientes porque se ocupan de la educación, alimentación y salud de los niños y luego vuelven al mar a extraer los moluscos. Es muy difícil, pero la realidad es que las mujeres son el soporte”, confiesa Ndong.
La mayoría de sus maridos se han marchado a Europa o están en alta mar faenando. Otras enviudaron hace tiempo. Ndong reconoce que ellas pueden llamar a sus parejas para que les envíen dinero, pero muchas veces su necesidad es urgente: “Antes de que llegue el dinero, es la mujer la que se las va a arreglar para solucionarlo y que los niños tengan lo que necesitan”. También señala que lo peor sucede cuando los maridos que partieron al extranjero abandonan a sus esposas e hijos. Asegura que no son casos muy numerosos pero que hay hombres en Niodior y otras islas que dejaron a sus esposas embarazadas, se marcharon y tardaron 10 años en regresar. “Recuerdo que un día estuvimos riendo ya que una de las chicas que trabaja aquí tuvo un hijo y el niño le preguntaba si su padre era joven o viejo”, rememora Ndong.
Las risas compartidas las acompañan en cada actividad que realizan juntas, mientras comen en la unidad transformada sentadas en círculo, cuando secan, limpian y guisan los moluscos y cuando salen al mar a recolectar. La vida en Niodior les ha generado un fuerte vínculo de solidaridad femenina y sentido comunitario, ayudándose unas a otras cuando lo necesitan. Su compenetración es visible cada día a las 8 de la mañana o a las 12 del mediodía, según cuando se produzca la bajamar. A estas horas las mujeres mariscadoras de Niodior se calzan todas al mismo compás las botas impermeables, se atan la caja de almacenaje con una cuerda a su ropa y parten juntas al mar. Allí están seis horas agachadas escarbando la arena con sus dedos o una cuchara metálica para extraer principalmente berberechos. A veces tienen momentos para compartir sus historias y hasta para cantar. El mar es para ellas su calvario pero al mismo tiempo su salvación. Como para Maimouna y Diadi Sarr.
(Puedes escuchar con tus cascos cómo trabajan y los sonidos del entorno mientras lees sus testimonios):
“Cuando algo malo me pasa, voy al mar y lo olvido todo”
Maimouna Sarr (56) tuvo 13 hijos con su primer marido, quien falleció. Ahora está de nuevo casada, vive con siete personas más y todas dependen económicamente del trabajo que ella desempeña, el cual aprendió de su madre, quien a su vez se lo enseñó su abuela. Sus alargados dedos, secos y cuarteados testimonian su larga trayectoria en el mar. “Por la mañana me levanto muy temprano, a las 4:00, para rezar, después voy al muelle a ver si hay pescado para venderlo. Si no hay, vuelvo a casa a esperar a que la marea baje para ir a la recolección de marisco. También por las mañanas preparo el desayuno a los niños para que vayan comidos a la escuela y después hago el almuerzo para que cuando lo niños vuelvan tengan la comida preparada”.
Considera que se trata de un trabajo muy duro, por eso tiene claro que no desea que ninguno de sus hijos siga sus pasos. “Quiero que ellos vayan a la escuela y después a la universidad y que estudien una carrera. De hecho, tengo un hijo que está en la universidad y otro hijo que trabaja como farmacéutico y estoy muy contenta, la verdad”.
La dureza de su trabajo se compensa con el estilo de vida y el entorno natural que la rodea. Maimouna expresa que a pesar de todo, en esta isla se respira aire puro, hay árboles, no hay coches ni contaminación atmosférica y la vida es tranquila. Además, recalca que existe entre la población una ayuda mutua y que todos se comprenden unos a otros. Aunque es el mar, el que le ha dado los momentos más especiales: “Seguirá siendo mi medicina, ya que todos estos años cuando algo malo me venía a la cabeza, como la muerte de mi marido, iba al mar y olvidaba todo”.
“El trabajo de mariscadora es muy duro. Nunca se lo enseñaré a mi hija”
Diadi Sarr (55) enviudó hace muchos años y vive con seis personas a su cargo. Sus ojos esconden sus pupilas cada vez que sonríe, gesto que hace cada vez que finaliza una frase. Recuerda que al no poder asistir a la escuela, iba con su madre a recolectar mariscos y de ella aprendió. Relata que se levanta diariamente a las 4:30 de la madrugada para desayunar, rezar y a continuación salir a esperar a los pescadores en el muelle. Una vez ahí recoge la mercancía para limpiarla y después venderla. Regresa a casa, prepara el desayuno para toda su familia, alista a los menores para que vayan al colegio y espera a que la marea baje para ir a extraer los moluscos. “Como ves es muy duro, pero, ¿qué podemos hacer? Nos tenemos que mantener y sobre todo tengo que poder pagar la educación de mi hija que está en la universidad estudiando medicina. Toda la educación de mi hija la pago gracias a la recolección de mariscos: voy al mar a recolectar, luego las preparo para venderlas y después le envío el dinero a mi hija”. Al igual que Maimouna, no se planeta transmitir sus conocimientos a su hija: “El trabajo de mariscadora es muy duro. Nunca se lo he enseñado ni enseñaré”.
Por las vicisitudes de su trabajo, aspira en algún momento poder emprender en un negocio diferente al de la recolección de mariscos. “Estoy muy cansada. Si pudiera aprender algún día otro oficio abriría una tienda para poder vender pescado y mantenerme”.
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