El primer ministro británico, Tony Blair, encajó este viernes un varapalo en las últimas elecciones municipales y autonómicas de su mandato, que se saldaron con un serio revés para el Partido Laborista, si bien no se llegó a producir el desastre temido por los más pesimistas.
La semana próxima, Blair anunciará su dimisión como líder laborista y jefe del Gobierno, tras haber logrado tres históricos mandatos consecutivos y haber permanecido diez años en Downing Street.
Se tratará, empero, de un adiós amargo, a la luz de los malos resultados obtenidos por el Laborismo en los comicios municipales de Inglaterra y en los autonómicas de Escocia y Gales celebrados este jueves, a los que estaban llamados unos 39 millones de electores.
Pese a todo, Blair dijo que el Laborismo no sufrió una “derrota aplastante”, como habían anticipado muchos expertos, y aún fue más lejos al opinar que los resultados constituyen “un buen trampolín para ganar las próximas elecciones generales”.
En unas votaciones vistas como un veredicto popular sobre la gestión de Blair, lo cierto es que los laboristas sucumbieron ante el Partido Nacionalista Escocés (SNP) al perder la hegemonía en el Parlamento autónomo por primera vez desde su creación en 1999.
El Laborismo sólo ganó 46 escaños de los 129 en juego, mientras el SNP consiguió 47 y se alzó con una victoria histórica, lejos del Partido Conservador (17) y los liberal-demócratas (16).
Para más inri, el líder del SNP, el carismático Alex Salmond, ya ha anunciado su firme intención de convocar en el 2010 un referéndum sobre la escisión de Escocia del Reino Unido, todo un quebradero de cabeza para el Gobierno central de Londres.
No obstante, aún está por ver si los nacionalistas podrán formar Gobierno, cuya llave queda ahora en manos de los Liberal-Demócratas y su disposición a crear una coalición con el SNP.
En las elecciones municipales inglesas, los laboristas también padecieron un calvario, pues, tras el recuento de votos en 303 de los 312 consistorios en liza, la formación de Blair perdió nueve ayuntamientos (485 concejales) y ganaron en 33 (1.803 concejales).
El propio Laborismo había previsto una pérdida total de hasta 600 ediles, pero finalmente no se materializó el batacazo.
Por contra, el Partido Conservador (primero de la oposición) resultó el gran vencedor de los comicios, al lograr el control de 38 nuevos consistorios (875 concejales), de modo que ahora quedan en manos “tories” 160 gobiernos locales (5.077 concejales).
El Partido Liberal-Demócrata (tercera fuerza política británica), por su parte, obtuvo un total de 22 consistorios (2.113 concejales).
Los comicios en Inglaterra se presentaban también como un termómetro para medir los progresos del joven y modernizador líder conservador, David Cameron, quien calificó de “impresionantes” los resultados de los tories.
“Somos el partido nacional que habla por el Reino Unido”, comentó Cameron, sabedor de que el triunfo en la municipales inglesas (un 41 por ciento del voto), traducido a unas elecciones generales, le abriría las puertas del Gobierno.
Sin embargo, el llamado efecto Cameron, cuya formación obtuvo los mejores resultados en el sur de Inglaterra (zona tradicionalmente tory), no surtió un efecto significativo en el centro y norte inglés, zonas de tendencia más bien laborista.
En los comicios autonómicos de Gales, los laboristas se mantuvieron como primer partido de la Asamblea galesa, aunque perdieron terreno en favor de los nacionalistas del Plaid Cymru.
De los 60 escaños en liza, los laboristas obtuvieron 26, tres menos que la pasada legislatura y que fueron a parar al Plaid Cymr, que posee 15 y se consolida como segunda fuerza de la región.
Este “viernes negro” de los laboristas deja, pues, un panorama muy complicado para Gordon Brown, ministro de Economía y probable sucesor de Blair en la jefatura del Gobierno, quien tiene por delante la hercúlea tarea de reavivar la popularidad de su partido.