El proceso de democratización en Afganistán prosigue con la celebración, este sábado, de las elecciones a la Wolesi Jirga, la poderosa cámara baja del Parlamento, en medio del escepticismo total tanto de la población -más preocupada de los niveles récord de violencia y atemorizada por las amenazas de los talibán- como de la comunidad internacional, para la que cualquier resultado mínimamente más legitimado que las desastrosas elecciones presidenciales de 2009 significará un paso adelante.
A lo largo de la última semana de campaña se han acumulado advertencias, quejas y denuncias de diversas organizaciones pro Derechos Humanos, como Amnistía Internacional o Human Rights Watch. Todas ellas coinciden en asegurar que el país sigue sin estar preparado, un año más y ya son nueve en guerra, para celebrar unos comicios. Las razones son las mismas: falta de seguridad y desconfianza total en la seguridad de los mecanismos electorales, paralizados por el histórico clientelismo y la corrupción institucional.
A estos comicios se presentan más de 2.400 candidatos, en liza por 249 escaños que proporcionan una enorme influencia política, capaz incluso de censurar las decisiones del presidente Hamid Karzai. El sistema electoral afgano no permite partidos políticos, por lo que el Parlamento representa sin ningún tipo de filtro la compleja realidad afgana: representantes de las etnias pashtún (mayoritaria en el país), tayika, uzbeka y hazara se entremezclan con antiguos señores de la guerra, jefes tribales locales y meros intermediarios, encargados de facilitar la creación de bloques parlamentarios heterogéneos que obedecen la voluntad de las “élites” que se han apropiado de la mayor parte de la ayuda económica destinada al país durante la última década.
La comunidad internacional destaca aspectos aislados de estos comicios, como el incremento registrado en el número de candidatas o la posible creación de un bloque político real que actúe como contrapeso a las ambiciones del presidente Karzai de anular la influencia de la cámara baja con la creación de instituciones paralelas.
Pero cada vez que los talibán atacan (al menos cuatro candidatos han sido asesinados desde el principio de la campaña), se desvela un nuevo escándalo de corrupción (el último de los cuales afecta al hermano del presidente) o se dan a conocer nuevas cifras de muertos civiles en acciones de combate (un aumento del 31% este año), la esperanza se debilita cada vez más. Sólo unas elecciones limpias y seguras podrían devolver la confianza en el progreso del país centroasiático hacia un sistema democrático occidental.
Precedentes lamentables
“Estas elecciones no van a ser perfectas”, reconoce el jefe de la misión de Naciones Unidas en Pakistán (UNAMA), Staffan de Mistura, quien indicó no obstante que “existe la sensación de que serán mucho mejores que las anteriores”.
De Mistura se refiere a los comicios presidenciales de agosto de 2009, que a la postre se cobraron la cabeza de su predecesor, Kai Eide, acusado de ocultar el masivo escándalo por el que terminaron anuladas nada menos que un tercio de las papeletas depositadas en los comicios, tachados de prácticamente cualquier tipo de déficit imaginable, ya fuera delictivo (soborno, coacción y compra, manipulación o falsificación de votos) o simplemente sociopolítico (violencia talibán, apatía del electorado).
Karzai se alzó con la victoria tras semanas de recuentos adicionales, investigaciones y acusaciones de los candidatos a Estados Unidos y a la ONU de manipular el proceso. Su principal rival, Abdulá Abdulá, rechazó comparecer a una segunda vuelta. Con ello, prácticamente terminó de deslegitimar la posición de Karzai, acuciado por la memoria de las numerosas víctimas civiles colaterales en los ataques de la OTAN y por escándalos económicos como la reciente apropiación oficial del Banco de Kabul, dos de cuyos responsables están acusados de emplear la entidad para su beneficio personal. Su hermano Mahmud es uno de los principales accionistas del banco.
Casi un año después, los responsables internacionales piden tiempo. “El pueblo no ha asumido todavía una cultura de integridad electoral”, explicó el juez Johann Kriegler, miembro de la Comisión Electoral de Quejas, el organismo híbrido a donde se remiten las denuncias sobre las irregularidades del proceso. “Ese tipo de cosas llegan con el tiempo. Cada elección satisfactoria, o mínimamente satisfactoria, prepara el camino”, indicó.
O, como afirma un diplomático bajo el anonimato, “esto no es Suiza”. En el país trasalpino no se cierra el 15% de los colegios electorales por miedo a un ataque insurgente, como ha sucedido en Afganistán desde el inicio de la campaña, donde también se han registrado violentas protestas en los últimos días, la mayoría orquestadas por los talibán contra lo que consideran “un proceso americano” contra el que “se han preparado las medidas pertinentes”. A tal efecto, más de 300.000 policías afganos serán desplegados para proteger los 5.500 colegios electorales que permanecen abiertos.
Pero la Policía no está preparada, a entender de HRW. “Los ataques insurgentes contra los candidatos y la falta de seguridad, ponen en serio peligro la celebración de las parlamentarias”, según advirtió la ONG en un comunicado, en el que se indica que “los candidatos y sus respectivos equipos se arriesgan a ser asesinados, secuestrados, o intimidados por insurgentes o candidatos rivales”. “Las mujeres”, añade, “son las más expuestas al nivel más alto de intimidación”.
Opciones
La Unidad de Estudio y Análisis Afganos (AREU) detecta una “fractura” entre la Wolesi Jirga y la administración Karzai, algunos de cuyos elementos se encuentran infiltrados en el parlamento para “intentar anular la capacidad de supervisión del Ejecutivo que actualmente tiene la cámara baja”, según la analista Anna Larson.
Por ello, es prácticamente imposible conjurar una hipótesis sobre el resultado de los comicios, sobre todo cuando líderes de las principales facciones, como el general Abdul Rashid Dostum (hombre fuerte de los uzbecos) o el líder hazarí Mohammed Mohaqiq han terminado aislados como consecuencia del respaldo proporcionado a Karzai durante los comicios del año pasado.
La figura de Abdulá Abdulá también ha perdido fuerza. Muchos de los seguidores que le veían como el único contendiente real de Karzai le han abandonado al entender que se ha plegado a las maniobras políticas del presidente. Nunca le perdonaron que abandonara la carrera electoral.
El candidato Harun Mir, que comparece por primera vez a los comicios, teme que el dinero, la presión y el fraude electoral dañen irreparablemente las esperanzas de democratización del país, que en el peor de los casos podría acabar arrastrado a un conflicto armado interno. “Los partidarios de Karzai”, apunta Mir a la web Eurasia, “están haciendo lo posible para obtener mayoría. Va a haber fraude sin ningún tipo de duda, sobre todo en el sur”.
“Pero si dejamos escaños vacíos”, advierte, “podríamos perderlo todo. Esta puede ser la última oportunidad para Afganistán. Si no cambiamos la situación, si no llevamos algo de esperanza al pueblo, Afganistán descenderá al caos y la guerra civil”.