La guerra en Ucrania para las personas dependientes: las que han podido huir y las que no

Natalia G. Vargas

Sheyni (Ucrania) —
26 de marzo de 2022 22:12 h

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La guerra ya llevaba dos semanas instalada en Ucrania cuando Serhiy pudo llegar a la frontera con Polonia. Apoyado sobre sus muletas, el hombre de 59 años nacido en Járkov se coloca al final de una fila que se prolonga un kilómetro y espera su turno sin rechistar. Su hija, con las ojeras marcadas en la cara, recorre la cola una y otra vez pidiendo a los voluntarios que le den prioridad a su padre y lo consigue. Poco tiempo antes de que Rusia invadiera su país, Serhiy perdió una pierna en un accidente laboral en la fábrica metalúrgica en la que trabajaba. En Járkov, una ciudad asediada por los bombardeos, ya no le queda nada. Solo espera poder rehacer su vida con su hija en el país vecino: “Mi casa ahora es una ruina”. 

Ambos salieron de su ciudad, en el noreste de Ucrania y a 50 kilómetros de la frontera con Rusia, hace una semana. El Ayuntamiento de Járkov cifra en 972 los edificios destruidos por los bombardeos rusos. De esta cifra, 778 eran edificaciones residenciales. Según ha informado Efe, en los ataques a este punto del país han muerto al menos 500 civiles.

Serhiy y su hija pasaron la mitad del trayecto en tren y el resto en guagua hasta llegar a Sheyni, el pueblo donde está instalado el puesto fronterizo. Allí, voluntarios de diferentes países transportan sillas de ruedas de un lado a otro para las personas con problemas de movilidad. 

Al otro lado de la valla está Elisabeth. Ha recorrido más de 800 kilómetros de carretera desde Berlín para recoger a su amiga Olga, que vivía en Kiev. La joven alemana llegó a la frontera a primera hora de la mañana y espera con preocupación. “Mi amiga no puede caminar y el hombre que iba a ayudarla a venir ha tenido que quedarse en el país para prestar servicio militar. Espero que alguien la ayude a empujar su silla de ruedas, es lo que debería hacer cualquier persona”, cuenta. 

Las dos se conocieron en la capital ucraniana hace una década, cuando Elisabeth hacía voluntariado limpiando la casa de Olga. Desde entonces, no se han vuelto a ver. “Hacía mucho que no hablábamos, pero desde que me enteré de la guerra le dije que la podía acoger en mi casa en Alemania”, recuerda. Después de dos horas de espera, Olga aparece a lo lejos acompañada por tres mujeres más. Cuando se aproxima a la puerta, abierta día y noche, los soldados polacos que custodian el paso fronterizo también se prestan a ayudar. En Medyka, otro joven que reside en Estados Unidos observa la escena esperando por su padre, que tampoco puede andar. 

“Cada vez van a llegar personas más vulnerables”, cuenta la delegada internacional de Cruz Roja Española en Polonia, Sara Escudero. Con el paso de los días, el conflicto se recrudece. Los cálculos de Naciones Unidas apuntan a que en la guerra han muerto hasta el momento más de 900 personas. La mayoría de ellas, víctimas de armas explosivas y ataques aéreos y con misiles.

“Los que empiecen a salir ahora del país son los que han quedado expuestos a condiciones extremas y llegarán con más necesidades”, apunta. Por esta razón, Escudero señala que cada vez será más necesario el apoyo psicosocial. La ONG también se encarga de apoyar a las personas con discapacidad y con movilidad reducida. “Se intenta disponer de sillas de ruedas y de personal que se encargue del acompañamiento aquí en Polonia”. En todo el país, el transporte público es gratuito para facilitar los desplazamientos de las personas ucranianas. 

La intervención de Cruz Roja Española en el conflicto se desarrolla en tres ejes. El primero, en Ucrania, ofreciendo a las personas desplazadas alimentos y medios de transporte para evacuarlas de diferentes ciudades. “De este modo podemos sacar a las personas heridas y a las más vulnerables”, cuenta la delegada en Polonia.

La segunda parte tiene lugar en los países limítrofes, donde se ofrece una primera asistencia y se da información jurídica a los ucranianos sobre su derecho a pedir refugio. También en España la ONG acompaña a las personas en la búsqueda de vivienda. “Esta intervención es enorme. La magnitud de la crisis es que han llegado más de 2 millones de personas en 24 días”. 

La delegada de Cruz Roja apunta que Polonia será el país en el que permanezcan más personas desplazadas durante más tiempo. “Los que se han resistido a salir porque no tienen a dónde ir son las que se van a quedar aquí. Son las mismas que esperan a que todo pase para volver cuanto antes a su país”, explica. Hasta este sábado, habían alcanzado suelo polaco 2.144.244 personas de los 3,6 millones de ucranianos que han abandonado su hogar. Los mayores picos, según los datos de Cruz Roja, datan de los días 6, 7, 8 y 9 de marzo. Esos días, Rusia atacó zonas de paso de desplazados ucranianos e intensificó sus ataques en Kiev.

Resistirse a huir

Las personas mayores son las que intentan a toda costa no tener que marcharse. Es el caso de Evgenia. Tiene 27 años y vivía en Kiev. Con el dinero que ha ahorrado como diseñadora de moda ha decidido marcharse a Estambul después de haber pasado dos noches en Leópolis. “Mis padres querían que yo me pusiera a salvo, pero ellos no querían dejar el país”. 

Lo mismo le pasó a Irina. Vivía en los alrededores de Járkov y el segundo día de la invasión se marchó con una amiga hasta Tenerife. Los primeros días de la guerra las salidas eran más “caóticas”. Por eso, la ucraniana tuvo que pasar algunas noches durmiendo en el metro. Ahora, a lo largo de toda la frontera entre Polonia y Ucrania se han desplegado campamentos temporales en centros comerciales donde los desplazados pueden pernoctar. Las estaciones de tren de Varsovia y Cracovia también se han convertido en un refugio en las últimas semanas.

Irina, en su camino hacia Canarias, tuvo que pasar algunas noches durmiendo en el metro. En su caso, sus padres querían que ella se pusiera a salvo. Ellos no pueden. “Mi madre no puede salir de Ucrania porque no puede caminar, y mi padre tiene que prestar servicio militar. Ahora quiero encontrar un trabajo para que puedan tener dinero. Estoy muy agradecida por la acogida, pero quiero regresar a mi país con mi familia”. 

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