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Batiburrillo, según y cómo

Mi colaboración de la semana pasada no gustó a los lectores que se tomaron la amable molestia de calificarla de “batiburrillo”. Releí lo escrito y no les falta razón pues no abundé en la posibilidad de una vuelta a las andadas que haga a Europa, por tercera vez, escenario de partida de una nueva guerra mundial que añadir a las dos libradas en la primera mitad del siglo XX y que coronaron la violenta historia del Viejo Continente de la que se responsabiliza en gran parte a los nacionalismos; aunque quienes en su día barruntaron malo el ascenso de fascistas y nazis y de la abundancia de autócratas salvadores fueron tildados de cenizos y exagerados por indicar el peligro de los ultras que en la España de Franco eran los que se llamaban a sí mismos “nacionales” o “bando nacional”, no casualmente.

Lo que no se pudo obviar al concluir la Segunda Guerra fue la infinita capacidad destructiva de las armas modernas a las que se incorporó en 1945 la nuclear. Las dos bombas atómicas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki aterrorizaron al mundo y empujaron a un buen número de personalidades internacionales de la política, la cultura, el pensamiento, etcétera, a los acuerdos que cuajaron, en 1957, con la firma del Tratado de Roma que puso en marcha la Comunidad Económica Europea (CEE), el mercado común o la Europa de los Seis. Adenauer, Churchill, De Gasperi, Schuman, Simone Veil, Melina Mercouri y muchos ilustres más impulsaron la hoy UE que lleva en sus genes, precisamente, la prevención contra los nacionalismos considerados causa principal de la violencia crónica secular europea y de las dos conflagraciones planetarias iniciadas en su territorio, como dije. No es casual que los ejércitos de Franco y sus partidarios se llamaran a sí mismos “nacionales”; como ahora, dicho sea de paso, la derecha descentrada PP-Cs se autodenomina “constitucionalista” lo que no le impide ir de bracillo con Vox, una fuerza juramentada para acabar mismamente con el Estado constitucional. Aunque insistan en lo del batiburrillo, si se fijan verán que todo es parte de lo mismo.

Trump, Bannon y demás

No creo, pues, que fuera batiburrillo lo que escribí el otro día aunque diera por sobrentendidas algunas cosas y las relaciones que acabo de establecer entre distintos acontecimientos. Espero haber dejado claro los prejuicios que inspiran los nacionalismos que tanto han tenido que ver, insisto, con los conflictos en Europa y fuera de ella y los algo más que indicios de su rearme; lo que no es especulación ni entran en la categoría de las llamadas fake news.  

Comenzaré por Steve Bannon, que fuera consejero de Trump, al que ayudó a alcanzar la Casa Blanca. Para él son positivas y hasta recomendables las noticias falsas. No he logrado saber si entre estas figuran las críticas de Bannon a Ivanka Trump y su marido que determinaron el fulminante despido del consejero, que cogió los bártulos y se plantó en Roma, donde residía hasta hace al menos tres meses.  

Ya con Bannon instalado en Europa, conviene decir que la UE ha funcionado más o menos. Se creó para intentar hacer de Europa una plataforma de paz y concordia desde la que proyectar afanes solidarios al resto del mundo. Estas cosas, ya saben, siempre te las ponen bonitas. Pero dejando a un lado sus logros y fracasos, puede decirse que la UE más o menos ha funcionado aunque aparezca hoy en fase de apagamiento, amenazada por la acción de la ultraderecha nacionalista envalentonada con el apoyo Trump que no ha dudado en anunciar su propósito de acabar con la organización europea, pues considera el continente tan dañino como China, pero más pequeño. Es posible que algo tenga que ver con ese pronunciamiento de Trump que los grupos ultraderechistas han cambiado su estrategia y si antes buscaban el modo de tumbar a la UE, se les ve ahora más interesados en hacerse con el control de sus puntos clave. Tampoco cabe hablar por ese lado de batiburrillo, palabro que, por cierto, me gusta, sino de las distintas vertientes y desarrollos de un mismo problema que complica aún más la concurrencia de un número indefinido de intereses no siempre conciliables.   

En cuanto a Bannon habría que ver si fue realmente despedido por Trump o si es su enviado a Europa. Lo cierto es que no ha tenido el menor empacho en proclamar que su actual trabajo es ayudar a la ultraderecha a llegar al poder y formar una Internacional de ese signo. Sus elogios a líderes como el italiano Matteo Salvini están ahí, en la Prensa. Sin duda estaba ilusionado con que saltara del Ministerio de Interior a la presidencia del Gobierno, pero, ya ven, ocurre que las constituciones de los Estados de la UE tienen medios de salvaguarda frente a los asaltos. Como el que planeó Salvini al que el presidente de la República, Sergio Mattarella, cerró el paso a la presidencia del Gobierno italiano y colocó en su lugar a Giuseppe Conte que, como primera medida,  abandonó la política contra los migrantes de Salvini que llegó a verse como un duce redivivo.

Puede parecer la referencia a que la UE ha sabido burlar el oleaje con la defensa de una organización que, la verdad, poco hace, esa es otra, para que le tengamos cariño incondicional. Si nos atenemos a la forma en que ha gobernado la crisis económica última por imperativo alemán con imposiciones al Sur despreciado; si consideramos la vergonzosa política migratoria que no ha impedido la ampliación del Mediterráneo como cementerio llegamos al punto del sí pero no y al revés. Tendríamos que reconocer que peor nos iría sin la UE, reconocimiento que obliga a la izquierda a tragarse el calificativo tópico de Europa de los mercaderes por más que lo sea..        

Boris Johnson y España

A Boris Johnson, amigo de Trump y bien visto por Bannon, se le reviró el Parlamento al que trató de anular con su estrategia para salir de la UE sin acuerdo, o sea, de la forma más dañina para las dos partes. Quiere Johnson, a lo que parece, no sólo cortar amarras sino lo que haga falta no sé si confiado en las promesas de Trump, eso de que una vez fuera habrá un superacuerdo comercial nunca visto. A cambio puede destruir el Reino Unido, como ha señalado Nicola Sturgeon, ministra principal de Escocia que ya ha anunciado para el año que viene un referéndum de independencia de su país.   

Los alemanes han sido más discretos y se han limitado a no votar más de la cuenta a Alternativa por Alemania provocándole algo muy parecido a una parada en seco.

En lo que toca a España, ahí andan PP y Cs disfrutando de la impotencia de la izquierda para formar Gobierno convencidos de que hacer política es procurar que todo vaya peor para el ciudadanaje que no pinta nada. Y es bastante significativo, a mi entender, que Bannon se deshiciera en elogios para los dirigentes de Vox pero nada dijera de Casado y Rivera que presentaron en sociedad a la formación ultra. Nada nuevo por ese lado.

La última ha sido la de Pablo Iglesias, que propuso que sea el rey quien arregle las cosas. Se pasó el hombre toda la última campaña dando la vara con la Constitución a tododiós pero no se leyó la parte referida al papel del monarca. Y en cuanto a eso de un Gobierno de coalición hasta aprobar los presupuestos tras los que se disolverá qué quieren que les diga: igualito que la UD trayendo jugadores que fueron suyos para que le saquen las papas del fuego.

Si en Italia, Alemania y el Reino Unido se han rebelado ya con el camino que los ultras quieren imponer tras la destrucción de la UE, en España la derechona los considera el aliado necesario no para acabar con Pedro Sánchez, que también, sino para ocupar el poder y usarlo a ver si es posible echarle una mano a los peperos presidiarios, dicho sea esto último para que haya algo de batiburrillo.    

Mi colaboración de la semana pasada no gustó a los lectores que se tomaron la amable molestia de calificarla de “batiburrillo”. Releí lo escrito y no les falta razón pues no abundé en la posibilidad de una vuelta a las andadas que haga a Europa, por tercera vez, escenario de partida de una nueva guerra mundial que añadir a las dos libradas en la primera mitad del siglo XX y que coronaron la violenta historia del Viejo Continente de la que se responsabiliza en gran parte a los nacionalismos; aunque quienes en su día barruntaron malo el ascenso de fascistas y nazis y de la abundancia de autócratas salvadores fueron tildados de cenizos y exagerados por indicar el peligro de los ultras que en la España de Franco eran los que se llamaban a sí mismos “nacionales” o “bando nacional”, no casualmente.

Lo que no se pudo obviar al concluir la Segunda Guerra fue la infinita capacidad destructiva de las armas modernas a las que se incorporó en 1945 la nuclear. Las dos bombas atómicas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki aterrorizaron al mundo y empujaron a un buen número de personalidades internacionales de la política, la cultura, el pensamiento, etcétera, a los acuerdos que cuajaron, en 1957, con la firma del Tratado de Roma que puso en marcha la Comunidad Económica Europea (CEE), el mercado común o la Europa de los Seis. Adenauer, Churchill, De Gasperi, Schuman, Simone Veil, Melina Mercouri y muchos ilustres más impulsaron la hoy UE que lleva en sus genes, precisamente, la prevención contra los nacionalismos considerados causa principal de la violencia crónica secular europea y de las dos conflagraciones planetarias iniciadas en su territorio, como dije. No es casual que los ejércitos de Franco y sus partidarios se llamaran a sí mismos “nacionales”; como ahora, dicho sea de paso, la derecha descentrada PP-Cs se autodenomina “constitucionalista” lo que no le impide ir de bracillo con Vox, una fuerza juramentada para acabar mismamente con el Estado constitucional. Aunque insistan en lo del batiburrillo, si se fijan verán que todo es parte de lo mismo.