La Historia recuperada
La “consagración” de Risco Caído y las Montañas Sagradas por la Unesco contribuirá, espero, a enterrar definitivamente el falso relato de la Conquista de Gran Canaria. Creo que el reconocimiento de la Cultura de nuestros antepasados o predecesores prehispánicos en el complejo de Risco Caído cabe emparentarlo con episodios como el paso a mejor vida de la procesión del “Pendón de la Conquista” en la mañana del 29 de abril, fecha en que hace 536 se consideró por lo visto “sometida” la Isla. Dos hechos que apuntan en la misma dirección de poner las cosas en su sitio.
Recuerdo desde niño aquel esperpento procesión en que desfilaba el pleno del Ayuntamiento de Las Palmas, todos endomingados de fracs que, siendo atuendo de veladas nocturnas, admite excepciones como la de aquel cortejo diurno que iba de la Catedral a la iglesia de Santo Domingo y vuelta sin perro que le ladrara pues nadie se detenía a su paso por las calles desiertas. La indiferencia ciudadana no afectaba, eso es verdad, a la solemne gravedad del cortejo convertido en involuntaria alegoría de la dictadura franquista que, como todas, pasaba del populacho. Sobrevolaba todo el estruendo de las andanadas, desde la batería del risco de San Juan, supongo, y no sé si incluir en mis recuerdos trompetas y tambores militares pues no recuerdo que participaran.
Abría la comitiva el concejal síndico, portador del “Pendón de la Conquista” donado a la Ciudad por el obispo Frías, uno de los “tres juanes” venidos al frente del ejército conquistador. Al prelado le entregó la enseña la mismísima Isabel la Católica y no se comprende que Roma siga sin canonizarla, a la reina, a pesar de cuan milagrero resultó ser el Pendón: los dos sucesivos alcaldes parecían en la procesión más altos y poseídos de una apostura de despaciosos trancos acompasados con la vara de mando y la sonrisilla estereotipada debajo bajo la mirada que hurgaba en ventanas y balcones en busca de correspondencia.
El pacto que acabó la guerra
La guerra en la Isla duró cinco años y acabó con el pacto de Tenesor Semidan y los Reyes Católicos que algunos consideran un tratado internacional entre dos monarcas reinantes.
Comenzó la aventura castellana en Gran Canaria, ya saben, con la obligada misa tras el desembarco seguida de la marcha en busca del lugar idóneo para instalar el campamento; el que seguramente les había indicado alguien que conocía la Isla. Por fin dieron con el altozano próximo a la desembocadura del Guiniguada en el mar donde establecieron el Real de Las Palmas, origen de la hoy capital de Gran Canaria. En el recinto delimitado acotaron el espacio de la futura y primera iglesia confirmando así la festiva observación de que los ingleses comienzan siempre una colonia con un banco; los franceses, con un cabaret y los españoles, con una iglesia.
Es el momento de aclarar que me crié, o malcrié, quién sabe, en la vecindad de El Museo Canario y poco a poco, gracias a los “recortes” cogidos a los mayores, a las lecturas, las salidas al campo y el respeto con que mentaban en esas latitudes camponesas a los “antiguos canarios” me fui haciendo a la idea de que los castellanos no las tuvieron aquí con salvajes atrapados en la Edad de Piedra sino con gente de mayor envergadura. Me llamaba la atención que con piedras y palos aguantaran nada menos que cinco años las embestidas de soldados bien armados y movidos por el apostólico deseo de sacar a los nativos de las tinieblas para dirigirlos, bien ataditos eso sí, a la luz de la Fe verdadera en aumento de su Santa Madre Iglesia. Aquellos pensamientos nos enardecían, qué le vamos a hacer, y provocaron más de una de las guirreas a pedrada limpia con que trasudaba la infancia inconsciente los odios entre mayores.
De su primer viaje a la Corte, vuelvo a coger el hilo, regresó Tenesor con 41 canarios que iban a ser vendidos en Sevilla. Y se cuenta cómo ayudó el guanarteme a los que vivían, hacinados y maltratados, en un barrio sevillano cercano a la Puerta de la Carne, la que los musulmanes llamaron de Minjoar y que fue una de las principales salidas de la ciudad amurallada. La puerta figura en el Coloquio de los perros cervantino, fue derruida en el XIX y estaba en el encuentro de las calles Santa María y Cano Cueto, dicho sea para el turisteo. Dicen que su origen se remonta a los romanos.
Cosas imperiales
Canarias fue, creo, el primer hito del impulso imperial de los Reyes Católicos que cuajó en el imperio familiar de los Austria, que no español. Hecha esta observación para bajarle los humos a Abascal, añado que Josep Pérez, el hispanista francés de origen español, considera que el Régimen de Franco no era, en rigor, propiamente fascista aunque viviera el dictador con la obsesión de devolver a España el esplendor (de los Austria) partiendo de las glorias de Isabel y Fernando cuyo espíritu impera, según una canción de las JONS asumida por la Falange en la que se proclama a España la Nación poderosa que jamás dejó de vencer, no como el Real Madrid que veces gana, veces pierde. Ante estos fenómenos no es rara la abundancia de rompetechos más colgados que Spiderman.
Creo que Pérez tiene razón desde la perspectiva del análisis y clasificación de las ideologías con criterios de técnica historicista, por así decir, o sea, sin olvidar que Franco fue un dictador sin entrañas y nada tienen que envidiar sus crímenes a los de Hitler. Salvo su mayor eficiencia tecnológica.
Con las anteriores consideraciones bien presentes, repetiré que el éxito de Risco Caído ratifica lo que ya sabíamos o sospechábamos. Los canarii traídos y dejados en Gran Canaria poseían una Cultura que aplicaron al aprovechamiento de los nada numerosos recursos de la Isla. Los castellanos, pues, se llevaron por delante toda una Cultura derivada de las tribus africanas anteriores al Islam y prolongada aquí por quienes fueron traídos a la fuerza.
Por otra parte, el interés por los ancestros isleños suscitaba, lo que son las cosas, las sospechas de la dictadura que no pudo evitar la acumulación y variedad de investigaciones y estudios, cada vez más interdisciplinarios, que los franquistas dejaron circular por el qué dirán, convencidos de que solo interesarían a unos pocos y que al grueso de la gente la inmunizaría su ignorancia, la gran baza del facherío franquista, su válvula de seguridad. Tan es así que La Provincia tuvo que suspender, allá por los 70, una página semanal dedicada a la Cultura canaria por “indicación” del Gobierno Civil que detectó en ella un nido de guanchistas rojos e independentistas, además de comunistas, que están en todas partes, como Dios a pesar de ser ateos.
El Granero de Valerón
Es obligada aquí la mención al Cenobio de Valerón como ejemplo ustedes dirán de qué. No sé quien le puso el nombre sugeridor de un noviciado de mujeres anterior a la llegada de los castellanos. Hubo quien aventuró que allí encerraban a las mozas casaderas para atiborrarlas de comida y ganaran peso porque a los antiguos canarios les gustaban llenitas y lustrosas, dato que difundo no sin ciertas aprensiones en los tiempos que corren de ebullición femenina. Mucho me complació que mis hijos observaran en su día la imposibilidad de que cupieran las muchachas núbiles en tan estrechas oquedades, apretadas como si fueran los mejillones que anuncia Bertín Osborne.
Aunque sea forzar algo las cosas, les diré que, para mi gusto, no se acepta abiertamente que se trata de un granero porque eso presupone que había una agricultura excedentaria entre los antiguos canarios que obligaba a la guarda y custodia del grano y su uso racional al llegar el tiempo de la siembra o para hacer frente a las hambrunas. Esto implica autoridades políticas y administrativas, instituciones y cuanto denota una sociedad compleja que diferencia los oficios y las clases sociales; que cuenta con nociones médicas y sabe utilizar como medicamento cuanto ofrece la naturaleza. En definitiva: se equivocan quienes siguen insistiendo en que estaban aún en la Prehistoria más profunda, no sé si en el Paleolítico o en el más soportable Neolítico. Ya tenía su propia Historia.
Tenesor Semidan
El caso de Tenesor Semidan, bautizado Fernando Guanarteme, es ilustrativo de los malos relatos a derribar. Muchos le siguen considerando un traidor que entregó la Isla porque es más sencillo condenar que entender y ni les digo comprender. Dicho de una sentada: Tenesor quiso evitar el exterminio de su pueblo.
No es preciso a narrar el conocido episodio de su apresamiento aunque sí conviene señalar cuanto huele a conchabo con los castellanos para pasar a la Corte, a presencia de los Reyes Católicos, en busca de un apaño que salvara a su gente. Pero lejos de destacarse el sentido de sus desvelos se puso el acento, para ridiculizarlo, en que nada más entrar a presencia de los monarcas imploró el bautizo llorando a lágrima viva para postrarse después entre incontenibles sollozos, a los pies de los monarcas a pique de arruinar con el moqueo el fino cordobán de los zapatos de Fernando y los rotundos chapines de Isabel. Imagino que lo alzaron enseguida, no fuera a resbalar alguien en sus esparcidos humores y hacerse daño. No paró hasta que le dijeron, para empezar, que lo bautizaría el arzobispo de Toledo.
Sin embargo, me da que Tenesor conocía lo suficiente de las costumbres castellanas para saber lo determinante de ser o no cristiano. Entre monarcas católicos se negociaba en pie de igualdad y no eran pocas las deferencias de los unos para con los otros y pudo ocurrírsele que, de bautizarse, sería él también un rey católico lo que le facilitaría sentarse de tratar de tu al colega. Tenesor había observado que ya no eran simples incursiones las que se dejaban caer en las playas de la Isla, como tantas otras veces, sino que tenía enfrente un ejército dispuesto a continuar guerreando hasta que las ranas criaran pelo, para lo que disponía de relevos y suministros prestos el tiempo que hiciera falta. Poco podía hacer porque, por no tener, no tenía modo de cubrir bajas. Cada muerto de los suyos era un hombre de pelea menos de reposición imposible mientras los castellanos podían sustituir a sus caídos y transmitirle la sensación de que cada vez se enfrentaba a un ejército nuevo. Estaba condenado a quedar al mando de 5 viejos, mujeres y niños frente a las fuerzas castellanas renovadas de fijo. No tenía otra salida que tratar el asunto con el rey castellano.
Pero el Fernando no era menos largo. No se le escapó el dilema de Tenesor ni su situación extrema mientras que a él solo le interesaba la Isla para competir con Portugal por el control de las navegaciones al Atlántico Sur. Gran Canaria ofrecía las mejores condiciones para ese cuidado y necesitaba entenderse con el monarca canarii y Tenesor fue bautizado, se firmaron los compromisos acordados entre reyes y no faltan incluso quienes los consideran tratados internacionales entre dos coronas en guerra.
En sus viajes a la Corte Tenesor pasaba revista a los compromisos no respetados. Iba sibre todo a quejarse de los incumplimientos pero ya entonces la distancia era el olvido. Aunque el rey Fernando actuara de buena fe, no estaba en el día a día de una colonia lejana y obligaba a estar siempre dispuesto a plantarse en la Corte. Ya tenía delante una oligarquía castellana poderosa en la Isla y nada tiene de particular que lo envenenaran. Perro muerto y se acabó la rabia.
De cuanto se ha dicho a lo largo del tiempo contra Tenesor llama la atención la seguridad con que se afirma que los reyes castellanos le regalaron el territorio de Guayedra en pago a sus servicios, lo que su detractores consideran la traición de entregar la Isla. Algo que niega el abogado Norberto Moreno que conoce bien el asunto y señala que en el testamento de Tenesor no se menciona para nada Guayedra, lo que solo se explica porque no era de su propiedad. Es difícil concebir la posibilidad de que se tratara de un olvido dada la importancia económica de aqyel territorio. Según parece, Guayedra era en realidad un “redondo”, o sea, un territorio que queda fuera del gobierno común. Algo parecido a las reservas indias de Estados Unidos.
Risco Caído, en fin, como la Cueva Pintada y el largo etcétera de sorpresas que, sin duda, seguirán aflorando ponen a flote una historia de la que intuíamos no poco de lo que se va descubriendo.