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“Entre todos la mataron y ella sola se murió”

Pedro Sánchez recibe en el Palacio de la Moncloa a Pablo Iglesias el pasado 7 de mayo.

José A. Alemán

De los tiempos en que los abuelos eran viejos y se les suponía sabios data el adagio con que titulo porque, en efecto, puede decirse que entre todos mataron la legislatura y ella sola se murió. Lo tenían siempre las abuelas en la punta de los labios cuando un crac de algo quebradizo estampado contra el suelo llegaba desde la habitación en que jugaba o se peleaba la jauría de nietos y no había forma de averiguar quien fue el culpable de la fechoría. Supe con el tiempo, que los abuelos, ante la invasión de su casa por la chiquillería el 6 de enero quitaban de en medio cuanto fuera susceptible de hacerse añicos por más que siempre se les quedaba atrás alguna pieza. Ya de mayor comprendí el drama al punto de antojárseme determinante que de la resignación de aquellas generaciones que pasó de hijos, los que Dios quiera a no ir más allá de la parejita con el inconveniente añadido de que la abuelitud estaba entonces sobrevalorada mientras que hoy al haber menos nietos, son menos también los abuelos y ya saben cuanto degrada la escasez a las instituciones.

Relaciono lo anterior, no me pregunten la razón, con la necesidad fetichista de conservar la jarrita de porcelana del juego de té sobreviviente de un feroz pelotazo que redujo lo que pudo salvarse a chapuceras reconstrucciones domésticas con Imedio; puro fetichismo pues en la base de la pieza figura el sello de marca centrado por una cabeza de unicornio aureolada con el nombre del fabricante: Enoch Wedgwood (Tunstall) Ltd. quien, si mal no recuerdo, fue el suegro de Darwin. Lo que me lleva a una sesión sobre evolucionismo organizada por el Museo Canario a caballo de los años 50 y 60 del siglo pasado, lo que ya era osadía, en la que se plantó el padre Martín Sarmiento, sacerdote claretiano, conocido por un integrismo que desahogaba en el púlpito y en los micrófonos de Radio Catedral, la emisora del Obispado. No comprendí la sorpresa de los organizadores al verlo allí, hasta que se levantó trémulo de ira (santa, por supuesto) y barbotó que había entrado en la sala convencido de que el hombre no descendía del mono y se iba convencido de que al menos descendían del animalito los asistentes a aquella sesión. Como la mayoría de los presentes conocía al personaje, se tomaron la ocurrencia con socarronería y alguna carcajada que hirió menos el sentido del ridículo del sulfuroso clérigo que los chillidos simiescos para alertar a Johnny Weissmüller de que se acercaban cazadores blancos por la parte del río para que fuera a romperles los rifles.

Los recuerdos tienen eso, evocas uno y te salen otros a borbotones. Y entre ellos figura una cuasi olvidada bisabuela anglófila de la que solo conocí su descomunal fotografía enmarcada en la sala principal de la que fuera su casa en vida. Siempre me pareció leer en su mirada detenida la sospecha de si no le estarían tomando el pelo al ponerla delante de aquel artefacto ante el que no la dejaban ni pestañear para que no se fastidiara la toma. La fotografía estaba en la sala de recibir pues no se acostumbraba todavía a sentar a las visitas en la cocina pues no se habían emperifollado s para ponerse a pelar papas o limpiar arbejas. Y digo ellas porque eran las que podían verse en semejante trance pues los varones preferían las trastiendas roneras unisex de la tabaquería de Flores, en la esquina de la calle Reloj con Espíritu Santo; o la más amplia de los bajos de la casa a la que creo llaman “de Laforet” en la trasera de la Catedral, frente por frente de la entrada principal y pastichosa de la Casa de Colón. Allí vendía tabaco, creo recordar, el señor Trujillo si mal no recuerdo su nombre y en la trastienda, donde había una mesa para echar un subastao o un envite, despachaba Ciso que servía enyesques de cocina traídos de su casa, supongo.

Lo que va de Rajoy a hoy

Lo que va de Rajoy a hoy Insisto en que he tirado de anécdotas y recuerdos para retrasar el momento de abordar la cuestión que nos ha tenido de cabeza todo el verano hasta llegar adonde menos queríamos: unas elecciones superanticipadas para corregir (?) los resultados de las no menos anticipadas del pasado mes de abril.  Suelo hacer eso de irme por los cerros de Úbeda, a anécdotas y comentarios intrascendentes cuando los hechos me tientan a largar maldiciones; las que trato de evitar porque si les digo la verdad no me sé las suficientes para aplicarlas al caso.   

Con Rajoy se cerró, a mi entender, la etapa reciente más negra de la derecha española a resultas, a mi entender, de las secuelas de la presidencia de Aznar quien todavía se atreve a andar por ahí dando consejos y proclamando lo que a su juicio debe hacerse con olvido de que la mayoría de los casos de corrupción con implicaciones peperas se fraguaron e iniciaron hasta llegar al esplendor durante su etapa al frente del partido y del Gobierno. Sin entrar en el aspecto de las responsabilidades penales, que son cosa de la Justicia, es evidente que tampoco voy a tirar voladores y confetis a su paso. Justamente lo que ha hecho Pablo Casado que accedió a la presidencia del PP con su bendición y se ponen pesados, los dos, cuando vuelven a recordar, para ganarse las simpatías del público, que los dos han hecho juntos en campañas electorales tal cantidad de kilómetros que, debidamente proyectadas, darían para tropecientas y pico mil vueltas vueltas al planeta. No como Julio Verne que la dio a un solo mundo en ochenta días; o Cortázar que invirtió los términos y dio la vuelta al día en ochenta mundos por el gusto de llevar la contraria...

Aznar, creo, es un líder amortizado pero, ya ven, con esta gente nunca se sabe porque también lo está Franco y ahí sigue dando la lata. Nada diré tampoco que no sepan acerca de la corrupción que en la Comunidad de Madrid se transmite con los entorchados presidenciales y ahí están que lo digan Aguirre y Cifuentes y las salpicaduras a la nueva presidenta que, supongo, habrán de aclararse. Es evidente, a eso iba, que el PP no es un partido ejemplar, lo que no quiere decir que el PSOE no tenga también su historia de desvergüenzas, aunque en ninguno de los dos casos quepan generalizaciones que acaben por mezclar justos con pecadores hasta entullir los caminos de la madurez democrática y ciudadana, siendo el dicho entullir o entullar portuguesismo incorporado al habla canario desde entulhar, que es rellenar, cubrir o taponar algo con escombros u otro material.    

La derecha se traga al centroderecha

La derecha se traga al centroderecha De momento lo que tenemos por la derecha es el acuerdo del PP y Cs con Vox. Y los indicios de que a poco se descuiden será Vox quien se lleve el gato al agua, o sea, a la derecha más pura y por supuesto más dura acabará por tragarse a las mediocridades que dirigen a sus dos socios. Porque debe reconocerse que los ultras de Abascal y compañía son los más coherentes del trío derechoso pues sus proposiciones, siendo absolutamente rechazables en democracia, dejan claros sus objetivos. Se beneficia Vox, en resumidas cuentas, de la misma constitucionalidad democrática que no le gusta para sustituirla por un sistema más a su gusto, tipo la democracia orgánica del que habitara entre nosotros. Y les gana Vox a sus dos socios porque tanto a Pablo Casado como a Albert Rivera les consume la misma ambición y consideran en pecado de leso patriotismo a Pedro Sánchez con lo bien que interpreta el papel de buen chico.

Quiero decir, en fin, que no se comprenden o se comprenden demasiado los pasos de Casado y Rivera para acabar con Sánchez.. Cuando anunciaron el acuerdo a que habían llegado con Vox lo primero que se me vino a la cabeza fue la política con que las potencias trataron de aplacar a Hitler, concesiones que no impidieron la catástrofe. Un posicionamiento que, encima, desprecian los ultras y ya pudimos ver las patadas vía disminutivos (partidito y otros…) de Santiago Abascal a Casado y sus lugartenientes. Ellos, los lugartenientes de Casado y los de Rivera han metido y avalado a los ultras en el “circuito” constitucional para conseguir el apoyo de unos votos que les permita desbancar a Pedro Sánchez llegando en su impaciencia a proponer la formación de un bloque indiscriminado de cuanto se mueva por la derecha. Le van a regalar una base de partida de primera.

En cuanto a Rivera parece claro que sus posicionamientos resultaron potables a quienes ahora se le están yendo por razones que tienen que ver, supongo, con que Cs estaba en la línea de sus convicciones hasta que dejó de estarlo para comenzar a utilizar la mentíra y la exageración como arma  principal el odiado Sánchez. No entienden otra política que la del enfrentamiento a cachetón limpio. Rivera, por su parte, ha resultado no ser nada nuevo bajo el sol y que no destaca por la firmeza de sus opiniones pues un día llama “banda de delincuentes” a Sánchez y los suyos, se niega rotundamente a negociar con él y de pronto se le ofrece para llegar a un acuerdo por el que él se abstendría en investidura para que consiguiera la presidencia y formara gobierno. Cosas muy gordas, calumnias de diversos calibres, ha proferiso Rivera contra el mismo Sánchez al que ofrece acto seguido apoyo sin que Inés Arrimadas pare de rajar. No son pocos los que en Cs están cogiendo puerta ante la patética oferta de Rivera a Pedro Sánchez para facilitarle formar gobierno.

Dejo para las últimas líneas a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias. Creo que el primero ha querido en todo momento anticipar elecciones, llegar al punto en que estamos ahora mismo. Ha estado jugando con todos en su interés, particularmente con Podemos frente al que Iglesias ha demostrado de sobra sus limitaciones como líder. Es difícil de explicar al personal que la oferta rechazada en su momento acabe por ser aceptada cuando ha dejado de estar sobre la mesa; y muy comprensible la negativa de Sánchez a un Gobierno de coalición que permitiría a Iglesias y a los ministros de Podemos el constante cuestionamiento de las decisiones de los ministros socialistas. En eso radicaban las “mutuas desconfianzas” que llevó a Sánchez a cerrarse en banda muy consciente de la redondez de su argumento para desacreditar al máximo el emperramiento de Iglesias. La cuestión es, sin duda, más compleja y cargada de matices, pero así se percibe de fuera. La izquierda puede quedarse lejos del poder una buena temporada.

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