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Vox y los ufanoides

El presidente de Vox, Santiago Abascal (d), y el portavoz en el Congreso de Vox, Iván Espinosa de los Monteros (i).

José A. Alemán

No me pregunten quienes son esos “ellos” contra quienes nos incita Santiago Abascal. El grito de “¡A por ellos!” surgió, creo, en formato festivo-deportivo para animar cada cual al equipillo de sus amores sin nada que ver con el añadido fachento del “¡Viva España!” que tanto hizo padecer a tantos. Un “¡A por ellos!” seguido del “¡Viva España!” que lo tiñe todo de empeño facha de devolvernos a la pesadilla de cuatro décadas franquistas; las que acabaron en 1975 solo formalmente, visto el aprovechamiento de la miope estupidez de la actual dirigencia democrática para que no nos empujen hacia las cunetas que puedan quedar libres, por decirlo con la mayor crudeza. 

El descontexto del “¡Viva España!”

Ni qué decir que rechazar el otro grito, el “¡Viva España!” que descontextualiza al primero de lo deportivo, no implica que no deseemos lo mejor para nuestro país: se trata nada más que de la necesaria insistencia en que los fascistas desvirtuaron su sentido primigenio para convertirlo en amenaza. Cabría preguntarse si pretenden volver a las andadas. No lo sé pero si la cabra tira al monte no lo hacen menos las proclamas ultraderechistas contra los ciudadanos menos afortunados, los de menor consideración social, los inmigrantes, los más débiles, los diferentes por razón de sexo (con la excepción de los acomodados, claro). Y todo con la mentira por delante. Una falta de respeto incluso para sus propios votantes engañados. 

Si jugáramos a los títulos de películas, el duende cacofónico sugeriría para el caso el de “Vox y los ufanoides” en la que, cómo no, los ultrafachas son los malos al acecho y los ufanoides quienes no hace tanto se ufanaban, como indica su propio nombre, de que España era el único país europeo libre de presencias parlamentarias de ultraderecha. 

-“Espérate y no corras”, -me dijo un amigo socarrón cuando le dije de tanta felicidad. Y no tuve que esperar mucho. 

Yo pensaba, en el fondo, que esa pretendida “virginidad” de las cámaras era como la engañosa publicidad comercial que propone crecepelos que te dejan calvo. Y aunque no me equivoqué, reconozco mi subjetividad al señalar con el dedo al PP y a Ciudadanos como principales ufanoides al allanar el camino que Vox embocó aprovechando el jacío para subírseles. A ver cómo vende ahora Casado su moderación mientras el ultracentrista Rivera coge puerta. Y poco que decirles del lado zurdo porque el desastre es aún mayor pues esta derecha que vemos, tan centradita ella, se ha limitado a volver al lugar del que jamás se fue una vez concluida la tan denostada Transición que fue, para mí, el momento histórico en que más brilló el sentido común; ese que lleva ya tiempo sugiriendo una reforma constitucional para evitar situaciones como la de Catalunya que, a mi entender, está ya perdida. Y no precisamente porque todo catalán lleve un separatista dentro. 

Catalunya, comunidad del norte europeo 

No vendría mal, por cierto, ya que se me colaron los catalanes, que nuestros próceres se dejaran de jueguecitos e indagaran las raíces medievales catalanas relacionadas, por ejemplo, con la Marca Hispánica, la  que determinó, pienso, una mentalidad catalana menestral de apego a la laboriosidad y al enriquecimiento sin prisas, al trabajo bien hecho del pequeño comercio y demás que fueron las características que permitieron al españolismo barato, el que ha jodido a este país, canarios incluidos la desvirtuación que se tradujo en la grotesca caricatura del catalán tan fanático adorador de la “pela” que es capaz de matar un burro a pellizcones por dos reales. En realidad, ha señalado César Molinas y no sólo él, Catalunya es una comunidad de conformación y mentalidad noreuropea, como las que hay en Italia o Francia con la buena fortuna de contar con una derecha menos mostrenca que no se opone a que se identifiquen más con los modos y maneras de sus vecinos transfronterizos que con los que conviven en el mismo Estado. Porque el mundo comienza a caminar por esa vía.  

Frente a esta realidad, que la UE tiene en cuenta con el fomento de las relaciones entre regiones de Estados diferentes sin romperlos, encontramos una clase política española muy alejada de lo que hay. Aún no se ha enterado, a lo que se ve, de que un factor nada residual que jugó lo suyo en la ¿pasada? crisis fue precisamente la mentalidad nórdica de ahorro, enemiga tanto de las subvenciones porque sí como de los endeudamientos públicos para ganar votos y voluntades. Recuerden las criticas norteñas a la vida alegre y despreocupada del Sur que le endosa a su laboriosidad la carga de su derroche. Creo que mientras no se perciba que lo de Cataluña es algo más que un matiz o un absurdo empeño y persista el insensato patrioterismo españolista predicando la mano dura del 155, practicando la judicialización y aprovechando los desmanes de los separatistas radicales para cargarse de razones de mayor dureza sin atender a que el asunto catalán es de sociología política, de rebelión a la vieja usanza contra el sacrosanto Estado con la que no se logrará sino ir a peor. Y en todo caso un problema español. 

5.000 Naciones, 200 Estados 

Da idea del simplismo de la forma españolista de abordar el problema que, mutatis mutandi, la caracterización de los catalanes apenas se haya modificado desde el siglo XVII cuando Francisco de Quevedo, entonces en prisión, quiso halagar al funesto Olivares poniendolos a parir.  Tan inadecuado ha sido, a mi entender, el tratamiento político, constitucional, del problema como el intencionado cultivo de la incomprensión que se ha llegado al punto de posible no retorno. Para los catalanes y para quienes no lo somos. . 

Y acabo recomendando el artículo de Juan Luis Cebrián de ayer, día 11 de noviembre, en El País. Lo tituló “La reforma del Estado” y recuerda que “Nación y Estado no son conceptos equivalentes”. Destaco de su contenido que “hay más de 5.000 naciones en el mundo y solo menos de 200 Estados integran las Naciones Unidas”. De lo que concluye tras los correspondientes comentarios: “O sea, que al margen de emociones e identidades plurales da lo mismo cuantas naciones existan o no en el seno de la propia Nación española. Lo importante es que nuestro Estado garantice la igualdad de los ciudadanos ante la ley sin privilegios para nadie ni exclusiones de ningún tipo”. Y recuerda que, al fin y al cabo, “son los ciudadanos antes que el territorio los que configuran la Nación, conceptos, insisto,  prioritariamente cultural y no político. Pues eso.

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