Canarias Ahora Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

De cuando destruyeron el entorno del Guiniguada

Recuerdo la sesión municipal que decidió sepultar el barranco Guiniguada, entrañable aprendiz de río, derruir los puentes de Piedra y Palo que lo cruzaban y liquidar, en suma, el singular entorno urbano del eje primigenio fundacional de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria para construir el acceso al centro de la isla.

Fue a finales de los 60 o principios de los 70. Los plenos se celebraban entonces a última hora de la tarde y las imágenes las envuelve en mis recuerdos una raquítica luz de débiles bombillos que esparcían a la penumbra por los rincones del salón de plenos. Aunque, a lo mejor, el salón estaba bien iluminado y lo ensombrece en mi memoria el silencio entristecido de los concejales que consideraban el proyecto contra la ciudad y su historia pero no se atrevían a contrariar al alcalde de entonces, José Ramírez Bethencourt, hombre de grandes cualidades entre las que no figuraba el sentido de futuro. Las críticas de la Prensa aunque sin grandes aspavientos habían tropezado ya con las presiones a los periódicos a los que se “persuadió” de que no debían secundar la campaña de los comunistas y sus “compañeros de viaje” por más que la oposición antifranquista no quería saber nada de un asunto de “pequeños burgueses” que no afectaba, decía, a los superiores intereses de la clase trabajadora.

No queda más remedio. Es el precio del progreso -comentó Ramírez Bethencourt antes de levantar la sesión tras la votación, de trámite, que aprobó el formidable hachazo al alma de la ciudad. Al alcalde no se le pasó por alto, menudo era, la tensión ambiental y trató, pues, de quitar hierro con el sobado tópico del progreso que tantísimo daño ha hecho en su versión cementera.

Al final de los plenos servían un tentempié pero aquella noche el alcalde no logró retener a los periodistas que nos sentíamos tan indignados como impotentes. Tampoco se quedaron varios concejales que abandonaron las Casas Consistoriales avergonzados y con la cabeza gacha.

Pasaron los meses, comenzaron las obras. Centenares de personas vieron desaparecer el Puente de Piedra, el escenario de sus fotografías de estudiantes y de sus primeras citas amorosas y al que nos asomábamos a ver correr el barranco. O al de Palo perfumado de flores justo al lado del histórico bar Polo. No faltaron lágrimas rabiosas. Años después, cuando mi hijo Carlos llegó a la edad de moverse por Las Palmas, lo cité una tarde en el Puente de Piedra para subirlo a Tafira:

-¿El Puente de Piedra? ¿Y eso dónde es? -preguntó. Para él Las Palmas carecía de esa referencia mientras yo continuaba inclinado sobre el plano de la ciudad mental perdida.

El acceso desde el centro

Han pasado veinte años desde aquella destrucción y la ciudad augurada vive entre nosotros. A la autovía de acceso por (o al centro de la isla) le falta poco para saturarse. Los coches se acumulan y desesperan forzados a pasar por el scalextric que avasalló el teatro Pérez Galdós y arruinó el espacio urbano de los alrededores del Mercado viejo convertido en vericueto de ciudad tercermundista. La comunicación con el barrio fundacional de Vegueta es ahora complicada (…). La decisión impuesta por Ramírez Bethencourt fue una losa echada sobre las espaldas de la ciudad. El barrio de Vegueta, segregado, languideció al otro lado de la barrera física y psicológica de la autovía mientras el de Triana sufría las consecuencias de las drásticas modificaciones de los flujos urbanos. Hacia el interior de la isla, el acceso condicionó el trazado de la autovía de Tafira incorporando a la ciudad mental parajes desaparecidos bajo urbanizaciones fieles a la pauta del absoluto desprecio por el entorno monumentalizado del Guiniguada.

Cualquier reflexión sobre Las Palmas de Gran Canaria ha de arrancar de las consecuencias de esta obra que marcó el punto a partir del que cualquier cosa es posible. Un golpe mortal al espíritu que la ciudad no acaba de reencontrar aunque sí se aprecian ya querencias “regeneracionistas” que no atinan a proponer un modelo de ciudad para el futuro; si es que el antiguo mito de la ciudad celestial a la que se atenía la erección de las terrenales en las antiguas civilizaciones contiene algo de verdad. Dice Diego Novelli, es alcalde de Turín, que “la ciudad, en el sentido de espacio para vivir en él no es sino una compleja estructura histórica resultante de varias piezas que juntas originan un mecanismo capaz de ser estupendo o infernal”. Las Palmas optó por el infierno.

Los lustros de decadencia

La decadencia urbanística de Las Palmas de Gran Canaria no comenzó, desde luego, con las obras del Guiniguada. Los desmanes urbanísticos y la mala arquitectura proliferaban y constituían el factor determinante del desarme moral y del escaso aprecio por la identidad cultural urbana que impidió una reacción suficiente frente a la monstruosidad. La destrucción del entorno del Guiniguada legitimó cuanto se había hecho mal y lo que mal habría de hacerse en los años siguientes. La cultura urbana, precisada de entornos asumidos como parte de la propia identidad, quedó sin brújula y Las Palmas sometida al machaqueo de la especulación y de la estética garbancera. Diría, por continuar con la convención de fechas, que hasta mediados los 80 no se apreció un estado de opinión a favor de recuperar la ciudad (…).

Las Palmas perdió el pulso al permitir el enterramiento del Guiniguada. Cualquier reflexión actual la subjetiviza, insisto, el golpe asestado que nos empeñamos en mantener como un fantasma al que no queremos dejar ir. Pero no olvidemos que en la década de los 70 ocurrieron otras cosas, aparecieron nuevas “piezas”, diría Novelli, que determinaron tres lustros de decadencia después del dilatado periodo que arrancó a mediados del siglo XIX y convirtió en el XX a Las Palmas de Gran Canaria en motor económico del Archipiélago.

El estado de perplejidad, un préstamo y un acierto

En alguna ocasión he oído comentar a los urbanistas la imposibilidad de una solución de conjunto y que debe actuarse sobre la ciudad como un cirujano opera a punta de bisturí zonas muy definidas del cuerpo. Nadie aporta las soluciones globales que todo el mundo reclama y no sabría decir si es que, en verdad, estas no existen o si aterra la cuantía de las inversiones necesarias. En cualquier caso, si hubiera que hacer una rápida generalización psicológica, diría que Las Palmas vivió un largo periodo de tiempo en “estado de perplejidad” aplastada por la saña especulativa e ignorante. Una perplejidad que todavía acompaña a quienes vimos desaparecer los puentes de Piedra y Palo.

El préstamo a que me refiero son las noticias tomadas de Rumeu de Armas sobre la construcción del primer puente de sillería sobre el Guiniguada acometida en 1580 por el gobernador Martín de Benavides para comunicar, de forma estable y permanente, los dos barrios ya populosos de Vegueta y Triana que hasta entonces se hacía por un rudimentario puente de madera o por el cauce del barranco. Remataban la obra dos estatuas de piedra de Santa Ana y San Pedro Mártir que ostentaban el patronazgo de la ciudad y de la isla. Este puente lo arruinó en 1615 una de las entonces frecuentes avenidas del barranco.

Ya desembarazado de aquel texto de 1991 añadiría que iba siendo hora de que alguien tomara la iniciativa para devolverle a la zona el empaque que tuvo. No negaré, desde luego, que algo la han mejorado de unos años acá pero no puede decirse que haya recuperado su papel de eje. Ahora es el Gabinete Literario el que impulsa la idea de integrar la zona con lo que parece querer recuperar en alguna medida su determinante papel de histórico impulsor de ideas y proyectos determinantes del devenir de la ciudad.

Respecto a esta iniciativa debe decirse que ha estado siempre sobrevolando de alguna manera. La Provincia recordaba el miércoles pasado un concurso de 1983 en el que participaron el estudio de arquitectura de Mena y Chesa, Félix Juan Bordes, Juan Ramírez Guedes y no sé si algún otro. Pero si me voy más atrás, cuando estaba todavía caliente el cadáver y el Consejo Provincial del Movimiento en plena labor de señalamiento de rojos tan pertinaces como las sequías del Caudillo, el también arquitecto Eduardo Cáceres proponía, si mal no recuerdo, trazar la carretera del Centro por San Cristóbal y el Lasso. No hubo manera y así, andando el tiempo, cuando ya no era posible coger por el Lasso, tuvieron que acudir a aquella misma zona y hacer el tremendo túnel de San José.

Rajoy en su laberinto

No es la primera vez, creo, que me refiero a los laberintos de Rajoy. Lo que ha llevado a muchos de los que ahora somos viejos por primera vez a reconocer cuanta razón tenían quienes lo fueron primero y se ponían en modo desengañados no del país y el paisaje sino del paisanaje. Machacaban mucho la idea de que la política es el diablo, la que debía compartir el mismísimo Franco si no es leyenda urbana la ocasión en que el opusdeísta Gregorio López Bravo, que fuera ministro suyo de Industria, se le quejó de que los duros del Régimen lo acosaban de mala manera. Dicen que el dictador no le dejó terminar el memorial de agravios y lo interrumpió con un consejo: –Haga lo que yo, Gregorio: no se meta en política.

Sin embargo, es evidente que no debemos desentendernos de la política. No digo entrar en ella, que cada cual es quien cuyo, sino prestarle atención para diferenciar los ajos de las coles y no confundir la gimnasia con la magnesia. Conviene, por ejemplo, no ignorar que en Hungría acaba de ganar las elecciones por goleada Víktor Orbán, que no se ocultó en la campaña para amenazar a sus rivales de que iban a enterarse de lo que vale un peine si ganaba. Clara amenaza de un dirigente xenófobo con reputación de ser el enemigo más peligroso de la UE y que se alinea con la corriente antieuropea que podría muy bien dejar de ser anécdota en el Europarlamento que salga de las elecciones continentales de mayo de 2019. Ya el británico Nigel Farage, el del brexit y Marine Le Pen se esfuerzan por parecer normalitos y llenar de votos el talego sin que a nadie parezca importarle en cuanta medida esos nacionalismos desmadrados tuvieron que ver con las dos guerras europeas y mundiales de la primera mitad del siglo XX. Ni que se esté generando un contexto en que habrá enfrentamientos crecientes de populistas de izquierdas y derechas con el añadido de las injerencias rusas que irán a más a partir del quinquenio europarlamentario que comenzará como ya se indicó en mayo del año que viene. Aunque no parece que Putin vaya a esperar tanto. En realidad se habla de que ya ha trasteado lo suyo con el brexit en el Reino Unido, la Liga Norte en Italia y en España con Cataluña a la que ya han metido en el mismo paquete. No puede ignorarse cuanto interesa a la política debilitar a la UE y que está en estos momentos en las mejores condiciones para calzar por ella.

La brocha gorda de un relato

En el relato de brocha gorda que acabo de hacer veo a Rajoy en el laberinto a que lo han conducido sus torpezas. Desde la judicialización del conflicto catalán que lo ha llevado ahora, al ponerse flamencos los alemanes, a la extraña contradicción de acusarlos, a los alemanes, de politizar el proceso judicial resultante del problema político que él precisamente judicializó. Hay opiniones encontradas acerca de quien lleva la razón, si las autoridades y jueces alemanes o españoles desde el punto de vista jurídico pero, qué quieren, a mí sólo se me ocurre que al judicializar problemas políticos hace Rajoy lo que Franco hacía con el Tribunal de Orden Público. Como se deduce del anuncio de la Audiencia Nacional de considerar terrorismo los cortes de carreteras y las acciones contra las autopistas de peaje.

Sea lo que sea, lo mejor es esperar a ver. Aunque ya se ha visto que en todo este asunto de Carles Puigdemont no ha estado fina la parte española porque, como señala Lluis Bassets, los secesionistas se han llevado el gato al agua al convertir un fracaso suyo en muy notable éxito mediático internacional. Para Bassets, es paradójico que el conflicto catalán, encapsulado al menos desde 2012 como una disputa interna, se haya proyectado internacionalmente “en cuanto se ha trasladado al territorio de la seguridad del Estado y del Código Penal, como ha sucedido a partir del 1 de octubre pasado con la celebración de un referéndum de autodeterminación fuera del marco constitucional español y la posterior proclamación de una república catalana que ni siquiera llegó a reunir a sus órganos, a producir un simple decreto”. Insiste en que no fueron los éxitos sino los fracasos del independentismo los que le han dado notoriedad global.

Estamos, pues, ante las consecuencias de la torpeza de Rajoy en este asunto. Errores que no son de ahora sino largas secuencias enlazadas por una cerrazón y negativa al diálogo en función de cálculos electoreros. Evitaré asimismo volver a contar la historia conocida que condujo a la sentencia del Tribunal Constitucional de 2010 y que fue el pistoletazo de salida para el entonces minoritario secesionismo. Después de aquello comenzó a subir con fuerza mientras decaían los ánimos de los autonomistas en su apuesta por una razonable integración que cogiera cuerpo mediante el ejercicio de la política.

Y no les digo del lío de Cristina Cifuentes no vaya a ser que la desaparición del dichoso máster no sea trama del PP sino trama contra el PP. Indigna ese modo de prolongar la solución a situaciones comprometidas sin que les importe desprestigiar las instituciones. Tanto se repiten que ya es casi un protocolo pasar del descubrimiento de la corruptela de turno a la defensa cerrada, seguida de grandes ovaciones y elogios al que han cogido con el carrito del helado y del que todos proclaman su absoluta inocencia hasta que, por último lo quitan de en medio y desaparece. Como si entre aplausos y elogios se reservaran un espacio para negociar la retirada con premio para asegurarse la boca cerrada. No es normal que durante semanas permanezcan en un que si tu-tú que si ta-tá negando la mayor y todas las demás.

Cifuentes, por ejemplo, se niega a abandonar la presidencia de Madrid si no se lo pide Rajoy mientras recibe, en lo que espera la decisión, aplausos prolongados y muestras de apoyo en todas partes y a pesar de las evidencias, el ministro de Justicia se dice convencido de que ha dicho la verdad. Aunque la realidad es que de ese convencimiento no participa demasiada gente del propio PP, que la aplaude aunque me da que preferirían que cogiera puerta. No sé si Rajoy conseguirá salir del laberinto en que está, pero lo cierto es que el país está para unas elecciones anticipadas si no quiere ir a peor. Pero como quien oye llover.

Recuerdo la sesión municipal que decidió sepultar el barranco Guiniguada, entrañable aprendiz de río, derruir los puentes de Piedra y Palo que lo cruzaban y liquidar, en suma, el singular entorno urbano del eje primigenio fundacional de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria para construir el acceso al centro de la isla.

Fue a finales de los 60 o principios de los 70. Los plenos se celebraban entonces a última hora de la tarde y las imágenes las envuelve en mis recuerdos una raquítica luz de débiles bombillos que esparcían a la penumbra por los rincones del salón de plenos. Aunque, a lo mejor, el salón estaba bien iluminado y lo ensombrece en mi memoria el silencio entristecido de los concejales que consideraban el proyecto contra la ciudad y su historia pero no se atrevían a contrariar al alcalde de entonces, José Ramírez Bethencourt, hombre de grandes cualidades entre las que no figuraba el sentido de futuro. Las críticas de la Prensa aunque sin grandes aspavientos habían tropezado ya con las presiones a los periódicos a los que se “persuadió” de que no debían secundar la campaña de los comunistas y sus “compañeros de viaje” por más que la oposición antifranquista no quería saber nada de un asunto de “pequeños burgueses” que no afectaba, decía, a los superiores intereses de la clase trabajadora.