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Episodios coloniales

Era de esperar que el Tribunal Supremo bendijera las prospecciones petrolíferas. La chulería soriana de las últimas semanas y el desprecio de la delegada del Gobierno hacia los manifestantes, acogida a las tesis de la mayoría silenciosa que Rajoy sacó de los arcanos franquistas, irritaría si no estuviéramos acostumbrados a las majaderías de esta gente. Soria recibió el fallo con voladores y medias verdades. Ocultó que el Supremo no se pronunció sobre el fondo de la polémica, es decir, no entró a considerar los riesgos que la actividad entraña para la vida social y económica de las islas. Se limitó a señalar la corrección de la tramitación administrativa de los permisos por parte del Gobierno. Asimismo, pasó por alto, el muy ministro, que dos de los cinco magistrados no estuvieron de acuerdo, lo que indica, a mi entender, que cabía una interpretación diferente de la misma legalidad y que algo han tenido que ver en la que salió las presiones del Gobierno y de la petrolera. Porque a ver quién se cree que el uno y la otra permanecieron quietecitos a la espera de que la Justicia hiciera su trabajo. Soria, como Pedrosa, es de Repsol dentro y fuera de la pista. Él sabrá.

Lo que aquí interesa ahora es cuanto aclara este asunto respecto a la naturaleza colonial de la relación de Canarias con el Estado. No hace falta entrar en juridicidades para advertir que el mismo PP que promueve a muerte las prospecciones al punto de ponerse faltón con quienes disienten, se opone con igual determinación a las de Baleares y Málaga: allí alegan los peperos las mismas razones que rechazan en las islas, pero, chico, es la metrópoli. En el caso de Baleares diferencia el PP entre el Mediterráneo, un mar cerrado, y el Atlántico, todo un océano que arrastraría la basura a los países de negros, como ya indicara en su día el pepero Manuel Fernández. Es cierto que no aludió a la pigmentación de nuestros vecinos, pero el espíritu del popularizado, nunca mejor dicho, ¡que se jodan! de la diputada Fabra estaba presente.

A lo que iba: eximen a las costas peninsulares, metropolitanas de una carga que echan sobre los hombros isleños ultramarinos que habrán de asumir los riesgos para que la España pepera, cada vez más Una/Grande/ Libre, se beneficie del hipotético petróleo. Después de Repsol, claro está, que se debe a sus accionistas...

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Era de esperar que el Tribunal Supremo bendijera las prospecciones petrolíferas. La chulería soriana de las últimas semanas y el desprecio de la delegada del Gobierno hacia los manifestantes, acogida a las tesis de la mayoría silenciosa que Rajoy sacó de los arcanos franquistas, irritaría si no estuviéramos acostumbrados a las majaderías de esta gente. Soria recibió el fallo con voladores y medias verdades. Ocultó que el Supremo no se pronunció sobre el fondo de la polémica, es decir, no entró a considerar los riesgos que la actividad entraña para la vida social y económica de las islas. Se limitó a señalar la corrección de la tramitación administrativa de los permisos por parte del Gobierno. Asimismo, pasó por alto, el muy ministro, que dos de los cinco magistrados no estuvieron de acuerdo, lo que indica, a mi entender, que cabía una interpretación diferente de la misma legalidad y que algo han tenido que ver en la que salió las presiones del Gobierno y de la petrolera. Porque a ver quién se cree que el uno y la otra permanecieron quietecitos a la espera de que la Justicia hiciera su trabajo. Soria, como Pedrosa, es de Repsol dentro y fuera de la pista. Él sabrá.

Lo que aquí interesa ahora es cuanto aclara este asunto respecto a la naturaleza colonial de la relación de Canarias con el Estado. No hace falta entrar en juridicidades para advertir que el mismo PP que promueve a muerte las prospecciones al punto de ponerse faltón con quienes disienten, se opone con igual determinación a las de Baleares y Málaga: allí alegan los peperos las mismas razones que rechazan en las islas, pero, chico, es la metrópoli. En el caso de Baleares diferencia el PP entre el Mediterráneo, un mar cerrado, y el Atlántico, todo un océano que arrastraría la basura a los países de negros, como ya indicara en su día el pepero Manuel Fernández. Es cierto que no aludió a la pigmentación de nuestros vecinos, pero el espíritu del popularizado, nunca mejor dicho, ¡que se jodan! de la diputada Fabra estaba presente.