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Felipe VI por Navidad

Durante la campaña electoral Inés Arrimadas dio por segura su victoria con la que se superaría el dichoso procés y volvería España a ser la envidia de la galaxia. Nada de particular pues todos los candidatos pretenden mojar, o sea, ganar o al menos conseguir un buen resultado con buenas palabras y eslóganes que hacen bonito en los carteles, aunque sean menos creíbles que el “lava más blanco” de algún producto de limpieza.

Desde luego, a Arrimadas le salió bien el invento hasta el extremo de entusiasmar a Aznar que salió a felicitarla efusivamente; para darle a Rajoy por ahí, lo que le encanta, o también porque no está el ex presidente pepero muy lejos de los círculos en que se fraguó Ciudadanos a quien nadie reclama, como a Podemos, que dé a conocer sus fuentes de financiación. Que deben ser abundantes y de rápida resolución porque nada más saber que los primeros sondeos les daban posibilidades, los dirigentes de Ciudadanos aumentaron en casi dos millones de euros la cantidad destinada a la campaña. Sin que nadie rechistara aunque, eso sí, sin perder de vista la financiación de las andanzas de Puigdemont.

A Arrimadas le salió bien casi todo pero no arrasó, posiblemente contaminada por la idea de la derecha, del PP y de Rajoy, de que en Cataluña no hay problema político alguno sino cuatro enredadores y que bastará desenmascararlos para que todo se calme. Pensó Madrid que con diversos gestos de autoridad, con su rebaba autoritaria y unas cuantas contusiones bastaría y se equivocó lo que obliga a Arrimadas en la mar y sin remos para asumir las iniciativas que le corresponden como cabeza de la candidatura más votada, para tratar de formar Gobierno: simplemente no tiene quien le escriba. Aunque de la inteligencia política catalana, no sólo de los secesionistas, cabe esperar cualquier cosa. Dicho sea sin ocultar que esta vez lo veo difícil. Arrimadas, como digo, no arrasó pero se llevó por delante al PP, lo que tampoco está mal. El estropicio pepero ha sido grande, sin duda y ya se notan las primeras resultas. Empezando por Aznar que cada vez se muestra más desconsiderado con su sucesor. Dicen que no anda el ex presidente pepero demasiado lejos de los círculos en que se fraguó Ciudadanos. Lo que fue, sin duda, una buena maniobra de la derecha para desplazar al PP que ha brindado a Aznar la oportunidad de mortificar a su sucesor.

El triunfo de Arrimadas, digo, ha satisfecho a la derechona porque, aseguran, los secesionistas no consiguieron la mayoría social. Lo que es tan cierto por lo menos como que tampoco la lograron los constitucionalistas. No sé, la verdad, qué quieren decir con eso pues es precisamente Arrimadas la primera convencida de que no podrá formar Gobierno y ya tiene su mérito, qué voy a decirles, que sin el apoyo social puedan pararle los pies. Su candidatura, la ganadora, acaparó el 25% de los votos, cuatro puntos por encima de los obtenidos por JxC (21%) y ERC (21%) y nada menos que 21 respecto a la CUP (4%); todo sea dicho sin sacarle decimales, como el cura del cuento que confesaba con la calculadora en mano para fijarle al pecador arrepentido la penitencia justa. No sé, la verdad, a quien pretenden engañar porque resulta que para más INRI, como se decía en lo antiguo, la participación superó el 80% del censo electoral. Ni siquiera pueden agarrarse a la abstención, algo que han reconocido implícitamente los medios “patrióticos” que han abandonado el socorrido argumento de la pobre y atropellada mayoría silenciosa. Lo que nadie esperaba era la esperpéntica predisposición de Puigdemont a ejercer de presidente de la Generalitat por Internet. Nunca pensé que alguien pudiera superar el plasma de Rajoy. Cuánto echamos de menos a Berlanga.

Son muchos los temas que afloran en este interminable conflicto en el que no aparece nadie capaz de reconducir las cosas. Podría referirme, por ejemplo, a los paquetes de mentiras puestas en circulación como la insistencia en que por vez primera un partido no nacionalista logró alzarse con el triunfo. Falso puesto que el PSOE ha presidido la Generalitat con Pasqual Maragall y José Montilla que se las ingeniaron para llegar a acuerdos con los nacionalistas vía que no tiene hoy Arrimadas que, como diríamos de los futbolistas que marran un gol cantado, se llenó de balón.

En otro orden de cosas diréles aunque deteste autocitarme en plan de eso ya lo dije yo, que debo hacer excepción para remontarme a las elecciones autonómicas catalanas de 2010. Me refiero a que en 2010 viví en directo las elecciones catalanas celebrada a los pocos meses de la dichosa sentencia del Tribunal Constitucional (TC) contra la reforma estatutaria. Fue un palo durísimo a los autonomistas que la respaldaron y que se habían puesto hasta quisquillosos para que la tramitación del proyecto se tramitara para su aprobación sin dejar nada atrás. Llegó a hablarse, en aquel momento, de que el TC aguardó para hacer público su fallo a que se celebrara el referéndum y darle a los catalanes en todos los bezos para que el palo les doliera más. Indicaba en aquel trabajo que iba a ocurrir, cuarta más o cuarta menos, lo que está ocurriendo ahora y no era observación de mi cosecha sino que recogía la opinión de amigos que se sentían desolados antes lo que podía ocurrir. Y entre lo que barruntaban ellos ya figuraba la formación de dos bloques cada vez más antagónicos que pondrían patas arriba cuanto se había logrado. Si les digo la verdad, vergüenza da que nos tengamos que conformar con esta gente mandando.

Fue el PP, Ciudadanos y el grueso de la derechona quienes llevaron las cosas al punto de irreconciliabilidad con la reducción del conflicto a dos bloques, el constitucional y el independentista. Ni qué decir tiene que a los secesionistas radicales se mostraron encantados con que la derecha se apuntara a bruta porque les dio la oportunidad de hacer lo propio y acabar con la posibilidad de tender puentes. Puentes que no interesaban a Madrid, que quiere a los catalanes derrotados definitivamente, ni al radicalismo secesionista. Arrimadas, que expresó su deseo de ser presidente de todos los catalanes, no fue muy consecuente con sus constantes ataques directos más allá de la lógica controversia política. El excesivo uso de eslóganes no seguidos de las correspondientes propuestas acabó por cerrar la posibilidad de que al menos los dos bloques se saluden por la calle sin los “jocicones” que tanto molestaban a mi abuela, incansable lectora de Galdós; aunque acabé convencido de que, en realidad, le divertían esas muecas de enfado y rechazo, aunque lo disimulara para no malcriar a los nietos.

Se me estaba pasando que, al decir de las bífidas lenguas, hay malestar en el PP tras el pinchazo catalán. Dicen que Moragas fue enviado a las Naciones Unidas después del desastre electoral catalán que entraba, por lo visto, en su jurisdicción. Por su parte, Soraya Sáenz de Santamaría, a la que le pusieron despacho en Barcelona, para que tuviera donde cargar el móvil en sus idas allá ha reabierto su tira y afloja con Dolores de Cospedal sin que, la verdad, sepa a que se debe estos nuevos lances y ni ganas de averiguarlo pero me da que el descalabro catalán ha debilitado a mucho pepero ilustre o con pretensiones.

Felipe VI por Navidad

Son curiosos los esfuerzos de los periódicos en la alabanza a los discursos reales. Tenemos una realeza que siempre acierta en el tono, el contenido y la oportunidad de sus intervenciones con lo que recuerdan, mejorando lo presente, los tiempos de los discursos del Caudillo de los que teníamos en los periódicos el texto con la debida antelación y hasta incluso una aproximación, por arriba, de los millones de personas que se congregaban a escucharlo. Paralizaba al país con su verbo imponente. No digo que sea lo mismo ni que los discursos de aquel Caudillo que no nos merecíamos, porque merecíamos algo mejor, tengan nada que ver con los de Felipe VI como tampoco podían compararse a los de su padre. Son otros tiempos y las llamadas al entendimiento, la comprensión y la convivencia en democracia fueron oportunas como obligadas de modo que, por ese lado, nada tengo que objetar. Lo que ya no me gustó tanto fue que con el asunto de Cataluña cargara toda la responsabilidad del lado catalán con la de años que lleva el PP hostigando a Cataluña, primero como una forma de acosar a Zapatero y de impedir reformas estatutarias para llegar al punto en que estamos hoy.

Si Felipe VI legitima esa opción pepera, cosa de la que se le acusa, le está haciendo un flaco favor a la institución que hoy encarna. Con el PP no habrá solución para la cuestión catalana en términos democráticos ni se ve por ninguna parte que vayan a producirse reformas del sistema autonómico que afloje las tensiones. De la Constitución, por ejemplo, sabemos que es posible reformarla porque lo dice ella misma pero el PP lo impide. Lo que me recuerda el juego con que nos atormentaban a los niños hace la tira de años. Aquello de si quieres que te cuente el cuento del gallo Morón y el pobre niño decía que sí a lo que el cruel adulto reponía no te digo ni que sí que no, sino si quieres que te cuente cuento el gallo Morón y así ad infinitum dijeras sí o no. Felipe VI por Navidad.

Durante la campaña electoral Inés Arrimadas dio por segura su victoria con la que se superaría el dichoso procés y volvería España a ser la envidia de la galaxia. Nada de particular pues todos los candidatos pretenden mojar, o sea, ganar o al menos conseguir un buen resultado con buenas palabras y eslóganes que hacen bonito en los carteles, aunque sean menos creíbles que el “lava más blanco” de algún producto de limpieza.

Desde luego, a Arrimadas le salió bien el invento hasta el extremo de entusiasmar a Aznar que salió a felicitarla efusivamente; para darle a Rajoy por ahí, lo que le encanta, o también porque no está el ex presidente pepero muy lejos de los círculos en que se fraguó Ciudadanos a quien nadie reclama, como a Podemos, que dé a conocer sus fuentes de financiación. Que deben ser abundantes y de rápida resolución porque nada más saber que los primeros sondeos les daban posibilidades, los dirigentes de Ciudadanos aumentaron en casi dos millones de euros la cantidad destinada a la campaña. Sin que nadie rechistara aunque, eso sí, sin perder de vista la financiación de las andanzas de Puigdemont.