Cualquiera puede ser presidente
A menos de un mes de la toma de posesión de Donald Trump, suenan todavía las palabras de Hillary Clinton que calificó de “gente lamentable” a los millones de electores que la dejaron con la miel en los labios. La mayoría de los comentaristas la hacían ganadora y contaba con el apoyo explícito de numerosos artistas, de expertos analistas cercanos a las elites, de profesores universitarios y de periodistas que aún no se han enterado de que el oficio agoniza víctima de su ya escaso crédito. Pero ese es otro asunto.
Interesa ahora que la victoria de Trump dio a Jason Brennan, profesor de Ética y Políticas Públicas en la School of Business de la Universidad de Georgetown, materia para argumentar contra la democracia. Brennan se hace preguntas muy crudas, como la de que si el sistema se orienta a llevar a cabo la voluntad popular, “¿qué pasa si el pueblo no sabe lo que hace?” Le espanta la ausencia de conocimientos políticos, incluso de información elemental, lo que a su juicio descalifica las elecciones.
La impresión general es que a Trump puede aplicarse el chiste que en España se aplica a Rajoy, eso de que disfrutamos de una democracia tan perfecta que cualquiera puede ser presidente. Así, si un hombre como Trump logró alcanzar la Casa Blanca, todo es ya posible. Las cosas son, desde luego, más complejas y distintas las circunstancias, si bien es posible extrapolar a España muchos de los comentarios y análisis de los resultados electorales USA.
Sería el caso, por ejemplo, de la permanencia en el poder del PP y su condición de partido más votado que llevara al ministro de Justicia, Rafael Catalá, a proclamar que sus victorias electorales absuelven de corrupción a los populares. Hubo quien se escandalizó, con razón, de que todo un ministro de Justicia, de derechas de toda la vida se virara tan castrista como para apelar al tribunal del pueblo. Lo digo porque no debió asistir a la catequesis el día en que el cura explicó que el perdón de los pecados requiere no sólo confesarlos sino acompañarse de sincero dolor de corazón y firme propósito de enmienda, lo que requeriría la devolución del botín, que no se producirá y ya veremos qué ocurre con el futurible propósito de la enmienda.
Menos forzada es la extrapolación referida al menosprecio del electorado por parte del mester de progresía. En el caso de Trump se habla de la profunda ignorancia de la clase obrera blanca, la que vive en la América profunda alejada de los grandes centros económicos y culturales y temerosa de perder sus puestos de trabajo a manos de negros y latinos, supuestamente más favorecidos por el burro demócrata; en el caso del PP, se destaca por los correspondientes progres la ignorancia pura y dura que induce a votar a un partido que en llegando al Gobierno machaca a los infelices que le votan; sin olvidar el alegato de la tolerancia demostrada de los españoles ante la corrupción, con el añadido de que todo el mundo es corrupto si tiene ocasión de meter la mano en el cacharro del gofio.
En realidad, este tipo de explicaciones y otras por el estilo se deben al pronto inicial de la sorpresa de no pocas votaciones habidas en otros lugares; ya sea la del Brexit que, contra lo esperado, salió adelante, ya de las elecciones austriacas que perdió la ultraderecha por tan poco margen que ahí sigue a la espera de la bajadita. Por no hablar de los resultados de las francesas del año entrante; o de las alemanas, a las que llega Merkel sentada sobre el disparadero del reciente atentado en el centro de Berlín. Los ultras calificaron a las víctimas berlinesas como “los muertos de Merkel” al considerarlos consecuencia de la política inmigratoria de la canciller. Son los mismos ultras que aplauden el triunfo del Trump y admiran a Putin de quien incluso reciben ayuda económica, como ocurre con el Frente Nacional de Marine Le Pen. El propio Trump mantiene buenas relaciones con Putin quien, por su parte, no ha disimulado su contento con la posición del presidente americano en relación a sus compromisos europeos. Algunos de los nombramientos al frente de la nueva administración americana indican que no es disparatado temer que Rusia y EE.UU. hagan un emparedado con la UE.
Ha habido que esperar a que los analistas USA se recuperen de la sorpresa para dar con explicaciones más creíbles de lo ocurrido. Como las que parecen descartar la especial incidencia de los prejuicios racistas y sexistas. A ellos se ha apelado en exceso y es posible que influyeran en otro tiempo, no tanto ahora pues observadores hay que consideran los resultados desfavorables a los demócratas no determinados por la condición femenina de Hillary Clinton sino reflejo de la desconfianza respecto a sus implicaciones en el establishment. Mujeres hay que se negaron a votarla por el mero hecho de que fuera mujer si a esa condición no añadía una actitud beligerante frente a los excesos de Wall Street.
Por lo que se refiere a la clase obrera blanca, supuestamente lanzada a defender sus puestos frente a individuos de otros grupos raciales, se asegura que no pocos negros y latinos votaron a Trump porque, después de todo, ellos también tienen puestos de trabajo que defender y no les preocupa menos que a los trabajadores blancos verse desplazados por mano de obra más barata y por las deslocalizaciones de empresas. A todos ellos, no sólo a los trabajadores blancos, les sonó a música celestial el proteccionismo de Trump y su promesa de impedir la salida de empresas del país y trabajar para que regresen las que ya se han ido. Son votos emitidos, en definitiva, por razones económicas no por motivos de raza; lo mismo que no mueven ya a las mujeres americanas las afinidades sexuales sino su percepción de la economía y de quienes la manejan con quienes vinculan a Hillary Clinton.
Hasta no hace tanto votaban a los republicanos los sectores más conservadores y solían optar por los demócratas los segmentos de la población menos favorecidos. Pero está claro que los tiempos han cambiado y que no ha funcionado la diversidad racial o sexual sino que comienzan a advertirse otras consideraciones, la de estar todos en un mismo barco. En este sentido, aunque el fenómeno se haya apreciado al analizar el triunfo de un tipo tan peligroso como Trump, no es menos cierto que apunta a un paso más en la integración social. A pesar de que también se señala, por otra parte, que en los EE.UU. sigue por sus fueron el llamado “estilo paranoico” que ve amenazas por todas partes.
Entre esos “paranoicos” figura Dinesh D’Souza, un indio-americano nacido en Bombay, profesor en la Universidad de Stanford y autor de libros y de documentales como 2016: Obama`s America. Ha destacado por poner en duda la americaneidad de Barack Obama, al que hace heredero de los sueños anticapitalistas de su padre lo que le llevó afirmar que “EE.UU. está gobernado en función de los sueños de un miembro de la tribu luo de Kenia”. Para D’Souza, Obama odia a los Estados Unidos y con su política buscó la forma de endeudarlo para minar su influencia internacional. Paranoia total.
Las afirmaciones de D’Souza las aprovechó Trump para echarle encima a Obama unos viajitos de brosa. Como poner en duda que naciera en EE.UU. Lo que le valió que sacaran a relucir un viejo artículo de David Cay Johnston en The Philadelfia Inquerer, publicado en 1990 y titulado aproximadamente Los banqueros dicen que Trump vale menos de cero. Por lo visto ya por entonces sus negocios se desmoronaban pero se las arregló para que los bancos no inscribieran en el registro las hipotecas que le concedieron. Fue su manejo de la TV y el éxito de sus programas The Apprendice y The celebrity apprendice los que le dieron por último el éxito financiero de que presume pero del que se comienza a dudar. Aunque presuma de haberse costeado la campaña y de no necesitar el sueldo de presidente. También se le recordó, por si no quería una taza, que sus primeros pasos en el mundo inmobiliario neoyorkino, que es de todo menos transparente, los orientó Roy Cohn, mano derecha del senador Joseph McCarthy y de la caza de brujas en los años 50 del siglo pasado que la historia oficial ha registrado como una de las etapas más vergonzosas. Poco a poco se va sabiendo con quien nos gastamos los cuartos.
Clavijo y los escépticos
Alfonso González Jerez y Manuel Mederos, el primero en La Provincia y el segundo en Canarias 7, son dos buenos analistas políticos que nos vienen al pelo a quienes, a estas edades, nos horroriza la idea de estar pendientes de quienes nos gobiernan y/o mangonean. En alguna ocasión me he soñado joven oyendo a los políticos que correspondieron a mi época y despertado con la angustia, también soñada a Dios gracias, de que jamás me liberaría de estos seres que no pueden ser pero fueron. A veces el sueño se tornaba pesadilla y retrocedía a los tiempos de Franco con aquel gobernador civil de Las Palmas que ordenó el cierre de los prostíbulos de la calle 18 de Julio, en la capital grancanaria, con lo que se ganó el nombrete (vulgo, apodo) de “el siroco”, pues dejó el polvo en suspensión. Era este hombre un sujeto intemperante y sin escrúpulos. En su conflicto con el equipo de Telde encabezado por Juan Pulido Castro, con el que casi se lía a la piña en la parrilla del Reina Isabel, utilizó el bunker del Consejo Provincial del Movimiento (del “molimiento” más propiamente) para correr el rumor de la quiebra de la Caja Insular de Ahorros (q.e.p.d.) que desató aquella mañana de marzo, de 1974 si mal no recuerdo el año, el pánico entre las miles de personas que se abalanzaron sobre las oficinas de la entidad para retirar sus fondos.
Y vuelvo a coger el hilo antes de que peguen a pensar si no será el reblandecimiento de la abuelitud que me empuja a contar batallas. Nada de eso. Me viene a la cabeza aquel gobernador porque, después de los rumbos que ha cogido el sucedáneo de autonomía que padecemos, comienzo a pensar si no vivíamos más tranquilos cuando cada isla era un compartimento estanco y los vientos que se levantaban en una no movía los visillos en las ventanas de las otras. Así, aquella bronca grancanaria no afectó a Tenerife, como los conflictos del por otro lado inolvidable Galván Bello con el gobernador que le tocó no pasó de ser una curiosidad en la isla redonda.
No recuerdo donde leí la maldición de cierto prócer a los jovenzuelos idealistas contrarios a su política. Sólo les deseaba larga vida para que padecieran en propia carne los tremendos desastres a que les llevarían sus proposiciones imberbes de hacerse realidad. Recuerdo que en los últimos años del franquismo la progresía estaba por la unidad de Canarias con un sistema no sólo económico y fiscal sino administrativo que dirigiera las islas, o sea, la autonomía. Creo que fue la olvidada revista Sansofé la primera publicación legal española que plantó en portada el palabro nefando. La reivindicación, un tanto atrevida, se le antojó a los franquistas comunismo separatista, un oximoron donde los haya; para la izquierda de la izquierda que no siempre es más izquierda, la revista era una forma vergonzante de encubrir el colaboracionismo con el Régimen interesado en mejorar su imagen exterior. La leche. Y no les cuento historias de posibilistas y maximalistas porque no me lo perdonarían.
Visto lo visto, en fin, me pregunto si merecían la pena aquellos sofocos, si no está aquella generación sufriendo la maldición que les dije en la forma de la supuesta autonomía de una más que supuesta Canarias unida cuando asistimos al jueguito insularero que se trae Fernando Clavijo; cuando advertimos el peso decisivo en el problema de la gobernación de las cúpulas madrileñas; y no sólo en las sucursales de los partidos estatales sino en la CC que presume de exclusiva “obediencia canaria”, a pesar de estar a lo que disponga ahora mismo la dirección nacional del PP a la que no interesa, de momento, molestar al PSOE. Se da la curiosa paradoja de que quienes desde la perspectiva isleña veían con malos ojos un acuerdo PP-PSOE para gobernar Canarias, comienzan a desearlo y desplazar del poder a CC, disimuladamente tinerfeñista a la vieja usanza.
El esperpento, que acabó con la expulsión de los socialistas del Ejecutivo, se ha prolongado todavía más porque la dirección estatal del PP no sólo no interesa molestar al PSOE, como ya dije, sino que tampoco quieres indisponerse con Clavijo hasta que Ana Oramas le vote a favor de los presupuestos. Por eso anda Asier Antona, líder del PP canario por incineración de Soria, a quien hasta los ladrones han perdido el respeto, en plan de tomarse las cosas con calma. Sin que tenga yo claro todavía si esa actitud sin duda inteligente es de su natural, si obedece órdenes o si está en la línea del éxito liberal conservador que se observa en otras latitudes y que no admite imitaciones como, imagino, habrá podido observar la socialdemocracia.
La moción de confianza de Clavijo
Aunque no me agrade calificar de idioteces las iniciativas políticas, no encuentro otra manera de calificar el propósito anunciado por el presidente Fernando Clavijo de nombrar grancanarios para sustituir a los socialistas que acaba de enviar a las tinieblas exteriores. Como insularista cree que la clave es conceder a los incordios de enfrente lo que supone que desean. Cualquiera que conozca las islas, sabe que Gran Canaria no funciona en esos registros para bien o para mal. De poco van a servirle a Clavijo los garbeos que se está dando por la isla con su cestito de buenos propósitos: carece de carisma y el personal no es bobo sino educado y lo deja estar sin hacerle josicones, faltaría más.
Ahora los socialistas, defenestrados y sorroballados con recochineo, piden (¿o le exigen?) al presidente que se someta a una cuestión de confianza. Aquí habría que considerar, antes de nada y con fines puramente ilustrativos, la matraquilla del PP para que se deje gobernar al partido más votado; que en las últimas elecciones autonómicas canarias fue el PSOE (180.669 votos) con el PP (169.005) de segundo clasificado y de tercero CC (165.446) que es, ya ven, quien preside el Gobierno por gracia más que por obra de la ley electoral.
Si nos atenemos al número de diputados resultante de esa ley, para ganar la cuestión de confianza tendría Clavijo que sumar a los votos de sus 18 diputados los 12 del PP, lo que le daría 30 sobre los 60 que forman la cámara, a los que podrían añadirse los 3 gomeros de Casimiro Curbelo. Esto, claro, si el PP opta por apoyar a Clavijo porque conchabado con el PSOE reunirían 27 diputados a los que podrían añadirse los 5 de NC e incluso los 3 de Curbelo, si es cierto que la cabra siempre tira al monte. En cuanto a Podemos y sus 7 parlamentarios, no creo que les gusten ninguna de las opciones por lo que se abstendrán. Salvo que hayan avanzado más de lo que parece hacia los predios de la vieja política.
Vistas así las cosas, no creo que Fernando Clavijo esté por la labor… salvo que llegue a un apaño con Asier Antona, siempre dependiente del tipo de relación/colaboración de socialistas y populares. Un asquito. Tanto rollo para acabar con la política canaria supeditada a las estrategias e intereses de los partidos estatales.
Y acabo donde empecé. Es lamentable que esta clase política condene a comentaristas como los que mencioné al principio a seguir sus trabajos y sus días que tienden a generar nuevas generaciones de escépticos.
A menos de un mes de la toma de posesión de Donald Trump, suenan todavía las palabras de Hillary Clinton que calificó de “gente lamentable” a los millones de electores que la dejaron con la miel en los labios. La mayoría de los comentaristas la hacían ganadora y contaba con el apoyo explícito de numerosos artistas, de expertos analistas cercanos a las elites, de profesores universitarios y de periodistas que aún no se han enterado de que el oficio agoniza víctima de su ya escaso crédito. Pero ese es otro asunto.