De socialdemócratas a socioliberales
Cuando la caída del muro de Berlín, en 1989, había inquietud por las consecuencias posibles del acontecimiento sobre el estatus de los trabajadores occidentales. Muchos entendían que los derechos laborales y el Estado de bienestar eran concesiones del capitalismo liberal por miedo al comunismo y que, al hundirse el bloque soviético y desaparecer el peligro de contagio, comenzaría el proceso de anulación y liquidación de las conquistas sociales. Procede aquí la anécdota de un viejo comunista, ya fallecido, que, una tarde de palique en cierta terraza, lamentó la desaparición del bloque comunista que dejaría al capitalismo sin enemigo de consideración; lo que le permitiría acabar, añadió, con los derechos de los trabajadores, arrasar los sindicatos y demás. Quiso la casualidad que estuviera en la rueda de presentes un amigo polaco al que los lamentos del veterano comunista llenaron la buchaca: -Lo que estás diciendo es que debemos nosotros, los polacos, los checos, los húngaros, seguir como estábamos para que ustedes vivan bien y tranquilos– dijo.
-Razones –convinieron los contertulios en los que, sin duda, latía la idea que la socialdemocracia, en cuanto artífice principal de los logros históricos de los trabajadores, había sido la vacuna contra el peligro comunista. Pero vayamos por orden.
Lo que va de ayer a hoy
A principios del siglo pasado se consideraba a los socialistas bandas sectarias de iluminados y criminales. Sin embargo, tras la primera guerra mundial se les vio compartir poder con los partidos burgueses en Alemania, Suecia y Austria; más adelante, en Inglaterra y Francia. Habían renunciado a la violencia revolucionaria y a la destrucción de la propiedad privada a cambio de que se aceptaran políticas de redistribución de los superávit tendentes a la igualación social. Esta transacción, por llamarla de alguna manera, es el origen del prejuicio de tildar a la socialdemocracia de simple gestor del capitalismo orientado a desactivar intentonas peligrosas.
>En cualquier caso, lo cierto es que los socialdemócratas consiguieron sacar adelante a lo largo del siglo buena parte de sus propuestas programáticas: sufragio universal de ambos sexos, incorporación de la mujer al trabajo, reconocimiento de los sindicatos y del derecho de huelga, reducción de la jornada laboral a 40 horas y lo que dio en llamarse “Estado providencia” (pensiones de vejez, enfermedad, viudedad, etcétera). Fueron logros asumidos por la sociedad europea que dejaron a la socialdemocracia sin objetivos y de ahí que derivara hacia el mero afán de ganar elecciones; so pretexto de preservar lo conseguido, entre lo que cabe incluir la ambición de quienes pretendían medrar de socialistas.
El indudable éxito de la política socialdemócrata hizo que en 2002 quince países de la UE tuvieran gobiernos de su signo. En 2010, sin embargo, sólo gobernaban en España, Portugal y Grecia. Ya entonces era evidente el agotamiento de la socialdemocracia al carecer de un proyecto que oponer a los neoliberales; de una política que al menos suavizara las crecientes desigualdades que sólo 85 personas acumulen una riqueza igual a la que comparten más de tres mil millones, la mitad de la población del planeta es dato para ponernos en guardia. En la reunión última del Foro de Davos se abordó este problema de la desigualdad que tiene, como es sabido, su reflejo en España, uno de los países en que más se ha incrementado. En algún sitio leí en referencia al famoso lema, que no hay más Libertad que la del dinero, ni más Igualdad conocida que la limitada a la cabina de votación y que ambas dejan descolgadas a la Fraternidad, palabra vacía a la que nada compromete y hasta cursi resulta mentarla.
Ante este panorama, se señala a la socialdemocracia como la gran derrotada al darse al liberalismo. Se habla de descomposición irremediable, de agonía en medio de la podredumbre universal, de ruinas sobre las que nada es posible construir ya. Las versiones del mal de la socialdemocracia, las calificaciones y descalificaciones, recorren toda la gama de pelajes ideológicos de los que me quedo con la denominación “socioliberalismo” para señalar a la “tercera vía” que aunque fuera ocurrencia de Tony Blair, representaron Felipe González, Schröder, Strauss-Kahn, Olof Palme, Mitterand, etcétera; y al otro lado del Atlántico, el ex presidente Clinton que mantuvo con muchos de ellos una relación fluida. Hoy poco queda de aquellos fulgores. Es mucha la distancia entre aquellos dirigentes y lo que pueda representar hoy Hollande o Pedro Sánchez, perdonando por el modo de señalar.
Del éxito al neoliberalismo
Con la caída, en 1989, del muro de Berlín y la desaparición de la URSS se acabó lo que se daba. Ya por aquellas fechas la socialdemocracia evolucionaba hacia el socioliberalismo, que algunos llaman “socialismo de derechas” y que, a mi entender, tiene a Pedro Sánchez cogido por el bebe. Durante ese proceso de reconversión, las diferencias de clase se diluyeron, se hizo más dificultoso discernir quienes eran clase obrera y quienes no porque tampoco los implicados lo tenían muy claro: los partidos y sindicatos que los representaban aparecían como parte importante del sistema de poder, que primero había conseguido desvincular a los sindicatos de los partidos de izquierdas a base de permitirles disfrutar de la moqueta del poder. Las centrales dejaron de ser “correas de transmisión” con lo que perdieron influjo los partidos y cubrieron la primera fase de su camino hacia la irrelevancia por el que los empujaron. Hoy pertenecer a un sindicato aumenta las dificultades o elimina la posibilidad de conseguir trabajo. El caso es que los socialdemócratas se encontraron ante el dilema de elegir entre pájaro en mano o brincar para atrapar a los ciento volando. Siempre se ha discutido qué es mejor, si arrancar concesiones que mejoren la vida de la gente aquí y ahora; o aguardar a la victoria final para disponer de todo el paraíso, además de los pájaros. Así, al optar por la primera, por el pájaro en mano, el partido de clase que inventó la socialdemocracia a finales del XIX acabó convertido en una formación interclasista con fuerte presencia de las clases medias. Perdió en mucha medida su carácter inicial.
Ya indiqué que el éxito político llevó a los socialdemócratas a gobernar en prácticamente toda la UE. En 1980, nueve años antes de la caída del muro berlinés, los sectores del Partido Demócrata USA añorantes del New Deal acogieron en Washington a dirigentes europeos como Willy Brandt, Felipe González, Mitterand y Olof Palme, que sería asesinado en 1986. Había una línea de comunicación entre las dos orillas atlánticas que borraría el ascenso de los ultraliberales estadounidenses, enemigos declarados del Estado de bienestar, al que consideran una entidad burocratizada e ineficaz que perjudica la capacidad de iniciativa de la gente; aparte su excesivo coste de gestión. Para estos llamados “neocons”, que se impusieron en Washington, el Estado de bienestar destruye la inventiva empresarial y obstaculiza la productividad.
Los ideólogos neoliberales USA, en fin, consideran la solidaridad social pura utopía y desean anular las políticas sociales, mientras sus émulos europeos se sienten obligados a ser más cautos y a no ir por lo derecho para no alarmar a sus electores que, a diferencia de los estadounidenses, consideran la política social parte importante de sus derechos ciudadanos.
La socialdemocracia, proa al marisco
La avalancha neoliberal llevó al último Clinton a abrazar la “tercera vía” de Blair. En realidad, según sus críticos más duros, la tal vía fue el intento de ponerle sonrisa al thatcherismo y su política de eliminación de servicios públicos y de privatizaciones; por no hablar de la forma en que Margaret Thatcher quebró el espinazo de los otrora poderosos sindicatos ingleses. Para Sami Naïr, esa “tercera vía” no era sino la adaptación sin más a la globalización liberal.
Mientras, la izquierda italiana no se dejaba sentir en aquellos mismos momentos frente al populismo reaccionario de Berlusconi; en Alemania, Oskar La Fontaine se negaba a aceptar la deriva liberal de Schröder y el SPD perdió diez millones de votos sin que haya encontrado todavía al líder que lo reflote más allá de los predios de Merkel. Tampoco los socialdemócratas franceses encuentran quien los saque del pozo al que los arrojó el fracaso de la “izquierda plural”. En términos generales, las elecciones europeas de 2009 confirmaron el retroceso en la UE de los partidos socialdemócratas, el dominio de la derecha neoliberal y la creciente presencia de la ultraderecha que desde aquella fecha no ha hecho sino avanzar. En la parte que más nos toca, en fin, Carlos Solchaga, siendo ministro de Economía, se jactó de que en España era posible hacerse rico rápidamente. Pretendía, al parecer, atraer inversores, que fue el mismo propósito que años después movería a Mariano Rajoy a ponderar en Japón las ventajas de los bajos salarios españoles como atractivo inversor. Entre uno y otro, Zapatero aceptó el neoliberalismo, giro que Juan Fernando López Aguilar justificó con la que denominó “cultura de gobierno” que le llevó a aceptar como presidente de España lo que no admitiría como dirigente socialista.
Los socialdemócratas, oficiando ya de socioliberales se entregaron con fe de conversos a calzar por los griegos y cuando creyeron haberlos liquidado con el apoyo de Merkel les salió en el Reino Unido Jeremy Corbyn y en los USA Bernie Sanders, que le disputa a Hillary Clinton la candidatura demócrata. Los dos sacaron a relucir aspiraciones y planteamientos que creían haber enterrado en Grecia. Como si todo cuanto quiso erradicar la “tercera vía” cobrara nuevos arrestos. Y no solo eso sino que tanto los socioliberales como sus colegas neoliberales comparten el problema de que si hasta ahora las derrotas electorales beneficiaban sólo a las derechas ahora las aprovechan también por la izquierda y ahí está Podemos, por ejemplo. Desde luego el liderazgo laborista de Corbyn no parece todavía capaz de sentarlo en Downing Street ni que sean muchas las posibilidades de Bernie Sanders, pero hay que ver la cara que se le quedó a Hillary Clinton cuando, tras defender la abolición por su marido de la frontera entre actividades bancarias y especulativas, Sanders le recordó cuanto contribuyó esa medida neoliberal a la crisis financiera de 2007. De España nada digo porque da la sensación de que tanto negociar no deja espacio para otra cosa.
Hay síntomas de retroceso neoliberal
Interpretado a la pata llana, Serge Halimi piensa que los socioliberales han capitulado de mala manera ante la patronal y las finanzas para conseguir renovar el arrendamiento del poder del que se han beneficiado. Arrendamiento del poder que da derecha luego a puerta giratoria. Pero se encuentran con que financieros y empresarios han comprendido que no los necesitan para nada. Ni a los socioliberales ni a los neos. Advierten que, realmente, no tienen los financieros y los grandes empresarios a nadie que se les enfrente en la cima del poder; y que comienzan a despuntar enfoques que ponen en entredicho los dogmas liberales que nos ha traído cerca de un nuevo bloqueo de la economía y las finanzas mundiales. Al tiempo que se advierte la ineficacia de medidas como la disminución de impuestos, los recortes de las cotizaciones sociales, la ampliación del libre comercio, etcétera, políticas que defendía el Fondo Monetario Internacional (FMI) que comienza ahora a desautorizarlas. Como han caído en desgracia las políticas de debilitamiento de los sindicatos y de desmantelamiento de la legislación laboral llevado a cabo en España por la famosa reforma del PP. Estas se anunciaron como necesarias para fortalecer el espíritu de empresa y permitir la flexibilidad y han devenido en factores de incremento de las desigualdades hasta extremos de riesgo.
Por su parte, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) se distancia de otras convicciones neoliberales que han hecho estragos en la socialdemocracia. Sería el caso de la afirmación de que la desigualdad no es un mal sino, antes al contrario, estimula la iniciativa y la innovación cuando lo que ha ocurrido, según la OCDE, es que el enriquecimiento desmesurado de los más ricos ha comprometido el crecimiento económico a largo plazo.
Otra de las recetas socioliberales que en su momento reivindicara Hollande, como lo hiciera antes de él Mitterand, son las rebajas de impuestos que al The Economist (2 de enero p.p.), una de las biblias liberales, le “parecen un poco irresponsables en la actualidad”.
Todo esto y más cosas están ocurriendo mientras en España siguen los partidos con la coña. La última, ya saben, la negativa del Gobierno a someterse a control parlamentario, que es, ya ven, lo más cerca de una dictadura a que se ha llegado últimamente. Entre Rajoy, que ha demostrado desconocer lo que es un comportamiento democrático coherente, Pedro Sánchez, que se siente incapaz de plantarle cara a los jarrones chinos y Pablo Iglesias, que confundió el Parlamento con una asamblea de Facultad vamos listos.
Soria en su laberinto
El otro día Carlos Sosa hizo una pregunta que él sabe retórica acerca de las razones de los empresarios grancanarios para castigar a Antonio Morales. Como si no lo supiera. Porque Morales representa todo lo que esta gente odia pues, habrá que decirlo con claridad, la dirigencia empresarial grancanaria carece por completo de la menor noción de la dimensión social de su actividad, como se advierte al tratar de aislar y/o machacar al actual presidente del Cabildo. No porque sea inatacable sino porque lo hacen para agradar a José Manuel Soria que tiene a Morales entre sus bestias negras pues no en vano ha calzado con él no una ni dos veces. Y además en asuntos de especial sensibilidad en los que aparece el presidente del Cabildo como defensor racional del medio ambiente y el sin embargo ministro a la contra y como elefante en cacharrería.No voy a entrar en detalles porque quien ha querido enterarse tiempo ha tenido y los asuntos de este hombre ya aburren a las ovejas. Me interesa solo el asunto para señalar que los dirigentes de las patronales están utilizando sus organizaciones para imponer su nada santa voluntad. No es que se les niegue el derecho a defender sus posiciones pero sí lo feo que resulta su modo de enfrentarse a quienes opinan de otra forma.
Ya tuvimos ocasión, por ejemplo, de seguir las intervenciones patronales en el follón de las prospecciones petrolíferas cuando calificaron de ignorantes decididos a volver a la Edad de Piedra a cuantos se oponían a que Repsol con la anuencia de Soria y la complicidad de unos empresarios adulones hicieran aquí lo que les diera la gana, es decir, lo que no les dejaban hacer por ejemplo en Baleares. Vieron negocio para ellos o, simplemente, les vino bien para tener a Soria de su banda para que les apoyara en otros asuntos como el de volver a los buenos tiempos de la construcción sin tasa ni más medida que la marcada por el promotor de turno. Aseguran, los empresarios, que no habrá barra libre, pero la experiencia nos aconseja desconfiar. Sobre todo cuando no proponen que quien corresponda proceda, de una maldita vez, a adoptar las medidas necesarias para que los proyectos salgan adelante en un tiempo razonable sino directamente la eliminación del órgano llamado a controlar el cumplimiento de las normas de ordenación y de protección del territorio y del medio ambiente. Prueba de que es acabar con los controles lo que les interesa.
No me apetece entrar en las motivaciones político-empresariales de esta gente. Creo que nos hemos equivocado al tratar estos asuntos como si nos refiriéramos a personas con un mínimo sentido de solidaridad para con sus vecinos; aunque sólo sea la forma de un mínimo respeto a sus opiniones. Como les dije, son demasiadas las ocasiones en que se expresan con absoluto desprecio con las opiniones ajenas luciendo, además, un grado de ignorancia alarmante. Además de una propensión pueblerina a la adulonería. A adular, claro, al poderoso aunque realmente no lo sea tanto como creen o se les ha hecho creer. Por lo que es del género tonto tratar de salvarle la cara a Soria, por ejemplo, ministro provisional dependiente de la provisionalidad de Rajoy y a quien, a ver si se enteran, le tienen cogido demasiado el número para que repita.
Soria, como saben, ha tratado de darle patadas a su ex socio y enemigo Paulino Rivero en el trasero de los canarios y es lógico que Fernando Clavijo, no menos interesado en darle de capones a Rivero, le eche una mano para que mejore su imagen en las islas. Y que incluso se plantee llegar a un apaño con el PP si consigue hacerse con el Gobierno central. Puro cálculo, supongo y si no es así pues, la verdad, no sé en qué estará pensando Clavijo.
El caso, a lo que iba, es que se les ve el plumero a los empresarios que igual están pensando en un apaño de Clavijo y Soria; que resulta algo complicado porque el segundo es un aliado inestable y el primero no tengo yo la impresión de que se entere mucho en Gran Canaria. Respecto a lo poco que interesa Soria en un apaño tuvo ocasión de comprobarlo Mauricio cuando la victoria de Zapatero en 2004 les hizo fracasar el cuento de la lechera que se habían trajinado. Como la tuvo el propio Paulino Rivero que utilizó a Soria para mantenerse en la presidencia y la tendrá Fernando Clavijo a poco no marque distancias. Si Soria fuera un tipo leal ya habría advertido al presidente que Morales es un tipo amañado y duro de pelar.
Cuando la caída del muro de Berlín, en 1989, había inquietud por las consecuencias posibles del acontecimiento sobre el estatus de los trabajadores occidentales. Muchos entendían que los derechos laborales y el Estado de bienestar eran concesiones del capitalismo liberal por miedo al comunismo y que, al hundirse el bloque soviético y desaparecer el peligro de contagio, comenzaría el proceso de anulación y liquidación de las conquistas sociales. Procede aquí la anécdota de un viejo comunista, ya fallecido, que, una tarde de palique en cierta terraza, lamentó la desaparición del bloque comunista que dejaría al capitalismo sin enemigo de consideración; lo que le permitiría acabar, añadió, con los derechos de los trabajadores, arrasar los sindicatos y demás. Quiso la casualidad que estuviera en la rueda de presentes un amigo polaco al que los lamentos del veterano comunista llenaron la buchaca: -Lo que estás diciendo es que debemos nosotros, los polacos, los checos, los húngaros, seguir como estábamos para que ustedes vivan bien y tranquilos– dijo.