Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona y Master en Periodismo y Comunicación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Fue Jefe de la Sección Política del periódico Canarias 7, Jefe y analista de la Sección de Economía del periódico La Provincia, Jefe de las secciones Nacional, Internacional, Edición y Cierre de La Opinión de Murcia, Corresponsal y analista económico en Canarias del periódico La Gaceta de los Negocios, Director del diario La Tribuna de Marbella, Jefe del Gabinete de Comunicación del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, Director del diario La Gaceta de Las Palmas, Cofundador y director del peridico digital CanariasAhora.com. Director del Canal Canarias de la productora Media Report y Director de la Televisión Canaria Internacional. Como escritor, ha publicado cinco libros.
Ataca el rabo de gato y cae Pablo de cola
Y no me quedó otro remedio, a mi que he sido y soy navegante y marino, que acudir a De la Barca para refugiar mi estremecer, mi palpitar, mi tiemblo, ante los acontecimientos que siguen rodeando nuestra existencia como apaches al ataque de los carromatos en círculo de bellas artes cual el asesinato de Quincey. Que la vida me empieza a parecer una película de Ford, aunque sin esos inmensos espacios donde escapar de los ataques tóxicos sobrevenidos desde el alba al ocaso y que, tal el rayo que no cesa, se cuelan por las rendijas, las fisuras, las rajas y los resquicios. Que desquiciado, hasta duermo con la mente arrebatada ¡Ay mísero de mí, y ay infelice! Apurar cielos pretendo, ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo. Aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido; bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, pues el delito mayor del hombre es haber nacido.
Heme pues como un niño sin madre – la mare que em va parir – en esta plataforma tricontinental y tricornia contemplando, aparte del pasar la vida, el correteo y hasta el quedarse con uno de gentes, gentas, gentuzas, gentuzos y gentutrans de credos variados y espeluznantes decires y circunstancias. Orteguianos malditos que no pueden vivir sin ellas. Que son incordio de los probos ciudadanos, convertidos en objetos por decreto. Y me di la media vuelta, una más de las decenas emprendidas intentando alejar la pesadilla: Clavijo y yo éramos arrastrados al potrero por una grúa Poli con licencia para matar, bajo los gritos de una turba mentalmente masturbada: ¡Barrabás! ¡Barrabás! ¡Barrabás! Mientras, nos filmaba una cámara enviada a los tejemanejes nivarienses por un tal Negrín que no quería irse a negro y un consejo rector formado por paralelas que nunca se encuentran, o se encuentran en el infinito, que es un motel de carretera en la Ruta 66, The Mother Road. Un establecimiento nacido para los salvajes. Para mi, la cara de Clavijo es como aquellas de Bélmez. Que por mucho que les pasaras el estropajo con Fairy al aloe de Fuerteventura no se iban ni de coña. Volvían, volvían y volvían. Hasta que me largué yo, porque la montaña no venía a Mahoma y temía una fatwa del ISIS chamuscado en Siria. Sudando como uno despierta de los terrores nocturnos, reparé en lo kafkiano de mi recorrido por la zona REM. El procés sobado, sobajiento y sobajoso que había querido olvidar llegaba de nuevo de la mano de El Proceso.
Mutaciones, apuntes ad hoc y daños colaterales
En esa estantería de la mente donde guardo tópicos, lugares comunes, caras impertinentes, momias y otros actores como en aquellos tétricos museos de cera donde quedan encerrados y encerados los famosos, en ese camposanto donde hay más nichos que volúmenes hubo en la Biblioteca de Alejandría, también ha ocupado lugar Puigdemont ese hombre, otra cara de Bélmez que, aún fugado en los países bajos, no deja de elevar los decibelios de su disparate mientras Junqueras, en pijama, aguarda la aparición mariana con cara de payés asilvestrado. Así, yo, que fui monaguillo hasta balancear el botafumeiro, decidí escalar el escalafón para convertirme en monje que fue a su vez cocinero antes que fraile y, por ello, lo que pasa en la cocina bien lo sabe. Entendámonos: decidí evadir el pan nuestro de cada día para interesarme por los daños colaterales de la revolución de pacotilla que sólo ha sido, al fin y al cabo, una merienda de hombres de color (antes, negros) en una Catalunya donde, como he dicho alguna vez, se ha atendido mucho más a la salsa, el bolero, el flamenco, las habaneras, el blues y el jazz que al llorón Lluis Llach y los segadores. Siempre que escucho El segadors, jamás viajo a ninguna patraña orquestada sino hasta El Angelus de Millet. Debe ser, sospecho, que yo soy aquel que cada noche te persigue apatrullando la ciudad.
Una de las derivaciones fundamentales del procés ha consistido en evidenciar la fortísima caída de Pablo desde el campanario. El de Tarso tumbó del caballo cuando iba a Damasco y se convirtió al catolicismo, pero a Iglesias lo ha lanzado al vacío la ciudadanía – sondeos dixit – como a una de aquellas cabras tan amantes de desplazarse a 9,8 metros por segundo con el empujón de aguerridos mozos aberrados. No uso el término sorpasso porque me suena a sorbete o Sor Teresita del Niño Jesús, pero hasta Ciudadanos parece que va a adelantar a estos comunistas, bolivaristas y peronizados que Albiac considera “netamente fascistas”. Llegaron para salvar las Españas a golpe de círculo y asamblea y en estos momentos me resulta muy curioso recordar el 15-M, del que hasta Antonio García Trevijano dijo: “Estamos en un momento prerrevolucionario”. Un fabuloso y tremendo error al diagnosticar lo que era una importante protesta – eso es irrebatible – pero con nulo futuro. El periodista Rubén Amón hace un análisis bastante acertado, a mi entender.
Creo que fue Marat quien señaló algo así como: “Hicimos la revolución pero luego no supimos qué hacer con ella”. Estos no han hecho ni revolución ni nada que les conduzca al Gobierno. Ni Podemos ni los secesionistas catalanes. Tienen la indefinición de Colau, la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta, un absoluto desconocimiento del compás y un meter la nariz mucho más allá que Cyrano. Politología de chupito de pacharán. ¡No pacharán! Hace pocos días pude recordar el 18 de Brumario francés (aconteció hace 218 años, el 9 de noviembre de 1799) cuando Napoleón Bonaparte da un coup d’Etat (con el apoyo de la ciudadanía) y conduce finalmente la historia desde la revolución de revoluciones al Imperio. Karl Marx, inspirándose en Hegel, señala: “La historia ocurre dos veces: la primera vez como tragedia y la segunda como farsa” (El 18 Brumario de Luis Bonaparte).
Si hiciéramos una extrapolación abierta y generosa, las acciones de Podemos intentaron romper el bipartidismo para, propiciada la ruta por una política errática y confusa, volver otra vez a él, dibujando un círculo como no podía ser de otra manera. Amón hace un apunte revelador: “Y no quedó ninguno. Han desparecido Monedero, Errejón, Bescansa, Luis Alegre, Tania González. Y se ha consolidado un modelo personalista, más radical, que evoca la primera campaña de Podemos a las elecciones europeas, cuando Pablo Iglesias ponía su cara y su imagen a la estrategia mesiánica”. PP, PSOE y Ciudadanos están en cabeza. Los dos primeros partidos han gobernado el país desde la Transición y Ciudadanos está cosechando el fruto de su política con respecto a Catalunya, fundamentalmente la adopción del artículo 155 de la Constitución de 1978 para cegar el farol independentista. La conversión de la ex Convergencia en un partido secesionista abducido por Puigdemont es, a mi juicio, otro de los importantes cambios propiciados por el procés, que ya se vio venir cuando Duran i Lleida (Unió) puso pies en polvorosa. De la crisis en la economía catalana, la fuga de empresas, el adiós a la Agencia del Medicamento, la destrucción de la convivencia, el nulo apoyo internacional a la división de España, las puñaladas traperas dentro de la atomización secesionista y la vergonzosa cobardía de los principales líderes del 1-O, aceptando el 155 para no pisar la cárcel y visiblemente aterrados por perder su patrimonio – ¡Que ens treuen el piset i els estalvis! – lo saben todo. En cuanto a Bélgica, ha sido tan insolente con nuestro país, que ha logrado que le dé la razón a Marhuenda en La Razón, al leer un artículo con componentes que hubiera aplaudido Fernando Fernán Gómez.
Así que, fins ara.
Burla, burlando, van los tres delante...
Llevo tres folios y vuelvo a estar harto de referirme a la farsa semicatalana, servidumbre impuesta por la noticia. Estoy seguro de que la sociedad civil española está hasta las narices y espera que las próximas elecciones devuelvan la normalidad al Estado. Obviamente, el procés no va a desaparecer ni mucho menos, tenga en el futuro el nombre que tenga, pero la separación de Cataluña ya no se ve ni con uno de esos telescopios del Roque de Los Muchachos, en La Palma. Ya que estamos en esa isla, grande es mi sorpresa al enterarme de que el rabo de gato la ha conquistado en silencio.
Sin necesidad de esteladas, fantasmadas ni jordis manipulando masas. El apéndice del minino (Pennisetum setaceum), ¡miau!, se ha hecho con el territorio, aunque no se espera ninguna revolución secesionista, que el Archipiélago es uno que no es trino pero está que trina con sus casos y cosas. No obstante, aunque muchos estudiosos han dado la voz de alarma, otros han puesto de manifiesto que la planta invasora tiene importantes propiedades curativas.
Siempre que el rabo de gato pennicetum sea la misma planta que el rabo de gato sideritis tragoriganum, cuestión que no he logrado aclarar. En caso afirmativo, no sería de extrañar que el líder del gobierno de la nacionalidad reclamara para La Laguna la Agencia Europea del Medicamento que ha perdido la ciudad colaucondal.
Otras cosas de la polis global
Sigue el pellejo de toro alucinado, alucinando y debatiendo sobre La Manada, ese grupo salvaje con militar y policía incluidos, amante de burundanga, alcohol y violaciones, que viajó a San Fermín para dar un verdadero chupinazo criminal que ahora se juzga en todos los bares. ¿Ella quiso o no quiso? parece ser la cuestión fundamental anidada en la masa. Para mi, la cara del abogado de los agresores va más allá de un rostro cualquiera. Es grotesca como todo el espectáculo. Sobre el tema, Luz Sánchez-Mellado escribió un artículo que dice muchas cosas. Por puta.
No comment, que olvidé despedirme de Charles Manson y estoy mirando la aparecida fotografía en la que posan juntos Pat Garrett y Billy The Kid, una preciosa historia del western dirigida por Sam Peckinpah (el mismo de Grupo Salvaje) y con música de Bob Dylan.
Entonces en el cine, espero ver pronto Asesinato en el Orient Express, un film dirigido por Kenneth Branagh, adaptación de la novela homónima de la escritora británica Agatha Christie. Hace tiempo que no me siento en la sala oscura de sueños que son realidades. Justo desde que comencé a oler a hamburguesas basura y a indignarme con el ruido plasticoso de los paquetes de papas.
“No me gusta su cara”
En el coche comedor quedaban solamente Poirot, Ratchett y MacQueen. Ratchett habló a su compañero, que se puso en pie y abandonó el salón. Luego se levantó él también, pero en lugar de seguir a MacQueen se sentó inesperadamente en la silla frente a Poirot. —¿Me hace usted el favor de una cerilla? —dijo. Su voz era suave, ligeramente nasal—. Mi nombre es Ratchett. Poirot se inclinó ligeramente. Luego deslizó una mano en el bolsillo y sacó una caja de cerillas, que entregó al otro. Éste la cogió, pero no encendió ninguna. —Creo —prosiguió— que tengo el placer de hablar con monsieur Hércules Poirot. ¿Es así? Poirot volvió a inclinarse. —Ha sido usted correctamente informado, señor. El detective se dio cuenta de que los extraños ojillos de su interlocutor le miraban inquisitivamente. —En mi país —dijo— entramos en materia rápidamente, monsieur Poirot: quiero que se ocupe usted de un trabajo para mí. Las cejas de monsieur Poirot se elevaron ligeramente. —Mi clientela, señor, es muy limitada. Me ocupo de muy pocos casos. —Eso me han dicho, monsieur Poirot. Pero en este asunto hay mucho dinero —repitió la frase con su voz dulce y persuasiva—. Mucho dinero. Hércules Poirot guardó silencio por un minuto. —¿Qué es lo que desea usted que haga, mister… mister Ratchett? — preguntó al fin. —Monsieur Poirot, soy un hombre rico…, muy rico. Los hombres de mi posición tienen muchos enemigos. Yo tengo uno. —¿Sólo uno? —¿Qué quiere usted decir con esa pregunta? —replicó vivamente mister Ratchett. —Señor, según mi experiencia, cuando un hombre está en situación de tener enemigos, como usted dice, el asunto no se reduce a uno solo. Ratchett pareció tranquilizarse con la respuesta de Hércules Poirot. —Comparto su punto de vista —dijo rápidamente—. Enemigo o enemigos… no importa. Lo importante es mi seguridad. —¿Su seguridad? —Mi vida está amenazada, monsieur Poirot. Pero soy un hombre que sabe cuidar de sí mismo. —Su mano sacó del bolsillo de la americana una pequeña pistola automática que mostró por un momento—. No soy hombre a quien pueda cogerse desprevenido. Pero nunca está de más redoblar las precauciones. He pensado que usted es el hombre que necesito, monsieur Poirot. Y recuerde que hay mucho dinero…, mucho dinero. Poirot le miró pensativo durante unos minutos. Su rostro era completamente inexpresivo. El otro no pudo adivinar qué pensamientos cruzaban su mente. —Lo siento, señor —dijo al fin—. No puedo servirle. El otro le miró fijamente. —Diga usted su cifra, entonces. —No me comprende usted, señor. He sido muy afortunado en mi profesión. Tengo suficiente dinero para satisfacer mis necesidades y mis caprichos. Ahora sólo acepto los casos… que me interesan. —¿Le tentarían a usted veinte mil dólares? —dijo Ratchett. —No. —Si lo dice usted para poder conseguir más, le advierto que pierde el tiempo. Sé lo que valen las cosas. —Yo también, mister Ratchett. —¿Qué encuentra usted de mal en mi proposición? Poirot se puso de pie. —Si me perdona usted, le diré que no me gusta su cara, mister Ratchett. Y acto seguido abandonó el coche comedor.
Asesinato en el Oriente Express (Agatha Christie)
Epílogo
El equinoccio de otoño no logró acabar con el verano de sol y calima. La tierra está seca y las presas sin agua. Llora el doctor Zhivago y los rusos se han metido debajo de mi almohada. Creo que este otoño no es tiempo de baladas, de modo que ansío que llegue el invierno, que no amenaza con nieve sino con el Black Friday. También se nos va el lenguaje invadido de anglicismos como si fueran rabos de gato crecidos entre el Big Ben y el Támesis. Algo me dice que Patrick Rothffuss tiene razón. Que “En otoño todo está cansado y más dispuesto a morir”.
Y no me quedó otro remedio, a mi que he sido y soy navegante y marino, que acudir a De la Barca para refugiar mi estremecer, mi palpitar, mi tiemblo, ante los acontecimientos que siguen rodeando nuestra existencia como apaches al ataque de los carromatos en círculo de bellas artes cual el asesinato de Quincey. Que la vida me empieza a parecer una película de Ford, aunque sin esos inmensos espacios donde escapar de los ataques tóxicos sobrevenidos desde el alba al ocaso y que, tal el rayo que no cesa, se cuelan por las rendijas, las fisuras, las rajas y los resquicios. Que desquiciado, hasta duermo con la mente arrebatada ¡Ay mísero de mí, y ay infelice! Apurar cielos pretendo, ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo. Aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido; bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, pues el delito mayor del hombre es haber nacido.
Heme pues como un niño sin madre – la mare que em va parir – en esta plataforma tricontinental y tricornia contemplando, aparte del pasar la vida, el correteo y hasta el quedarse con uno de gentes, gentas, gentuzas, gentuzos y gentutrans de credos variados y espeluznantes decires y circunstancias. Orteguianos malditos que no pueden vivir sin ellas. Que son incordio de los probos ciudadanos, convertidos en objetos por decreto. Y me di la media vuelta, una más de las decenas emprendidas intentando alejar la pesadilla: Clavijo y yo éramos arrastrados al potrero por una grúa Poli con licencia para matar, bajo los gritos de una turba mentalmente masturbada: ¡Barrabás! ¡Barrabás! ¡Barrabás! Mientras, nos filmaba una cámara enviada a los tejemanejes nivarienses por un tal Negrín que no quería irse a negro y un consejo rector formado por paralelas que nunca se encuentran, o se encuentran en el infinito, que es un motel de carretera en la Ruta 66, The Mother Road. Un establecimiento nacido para los salvajes. Para mi, la cara de Clavijo es como aquellas de Bélmez. Que por mucho que les pasaras el estropajo con Fairy al aloe de Fuerteventura no se iban ni de coña. Volvían, volvían y volvían. Hasta que me largué yo, porque la montaña no venía a Mahoma y temía una fatwa del ISIS chamuscado en Siria. Sudando como uno despierta de los terrores nocturnos, reparé en lo kafkiano de mi recorrido por la zona REM. El procés sobado, sobajiento y sobajoso que había querido olvidar llegaba de nuevo de la mano de El Proceso.