Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona y Master en Periodismo y Comunicación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Fue Jefe de la Sección Política del periódico Canarias 7, Jefe y analista de la Sección de Economía del periódico La Provincia, Jefe de las secciones Nacional, Internacional, Edición y Cierre de La Opinión de Murcia, Corresponsal y analista económico en Canarias del periódico La Gaceta de los Negocios, Director del diario La Tribuna de Marbella, Jefe del Gabinete de Comunicación del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, Director del diario La Gaceta de Las Palmas, Cofundador y director del peridico digital CanariasAhora.com. Director del Canal Canarias de la productora Media Report y Director de la Televisión Canaria Internacional. Como escritor, ha publicado cinco libros.
No todos los rufianes se apellidan Rufián
Vito Corleone
“Le voy a hacer una oferta que no podrá rechazar”
(El Padrino. 1972)
Hasta luego Lucas. Porque no fue Lucas – estaba con los asuntos del ciego de Jericó y las andanzas y desventuras del paupérrimo Lázaro y el opulento Epulón – el que me puso tras el rastro del conejo que me había riscado la perra. Fue Juan quien me hizo dirigir la mirada hacia otro caballero, también llamado Lázaro, aunque de Betania, donde, al parecer, Jesús pasaba muchos momentos, ya que eran amigos. Al narrarme Juan, santo por más señas, aconteceres luego reflejados en los Evangelios, facilitó sin saberlo y en gran manera que pudiera embarcarme como los hijos de la mar en las letras, cosas, dichos, dimes, diremes y diretes que han de venir si vienen a continuación.
El caso es que, en esta historia sagrada mal adjetivada, Dios Isidoro (en adelante, Simplemente Dios) trabajaba como un negro. Como Baltasar en Navidad. Pese a la crisis, era pluriempleado. Debía dedicar tiempo a la gestión sutil de un garito socialdemócrata llamado Pesoe, cuyos camareros, validos y barones se le iban a cada momento por peteneras y bulerías desde que dos de sus más amados ángeles, Principium Vera y Principium Barrionuevo, se fueran a hurtadillas a tomarse unos lúpulos con los fondos reservados del tinglado instalado en un país llamado Hispania, que no era ya la Hispania de Constantino sino la de El Campechano. También debía ocuparse de su empresa de intermediación, consecución y gestión de influencias, de cuyas ubres vivían hijos y familiares. Finalmente, estaba obligado a viajar a los cálidos mares del Caribe colombiano para atender preferentemente a tiburones, pero también a la mojarra plateada, el casabito, el pejepuerco, el machuelo y el cofre, entre otras especies que Noé no pudo meter en el arca, por carecer de los preceptivos acuarios, ni la Justicia en la cárcel porque no y punto. Y tantó viajó el cántaro a la fuente, que Simplemente Dios, aunque amarrado a ese déjame entrar hispano y déjame salir con la pasta hacia el Paraíso, fue nacionalizado y se nacionalizó colombiano de manos de Juan Manuel Santos de su devoción. Así que colocó su cartel en una geografía donde se alojan los cárteles, también muy aficionados al corrido mexicano. “… a mi apuesta fiel, fijé entre hostil y amatorio, en mi puerta este cartel: Aquí está don Juan Tenorio para quién quiera algo de él”.
Hordas bárbaras venidas de un lugar llamado Transición, a lo zorro habían dejado Hispania – algunos la llamaban Españistán – hecha unos idem, eadem, idem. Resultaba obvio que el Cristo estaba montado y, tal era la madeja envilecida, que nadie encontraba el chicote para tirar del cabo y llegar a alguna parte que no fuera el Infierno. El asunto resultaba más complejo debido a distorsiones torrebabelianas: nada más oir el vocablo, unos entes llamados señorías salían pitando hacia Gran Vía número 12 para ponerse ciegos, si bien el bar de la Boulé resultaba más económico, ya que el populacho corría con parte del coste del etilismo autorizado. No entro siquiera en los temas trinitarios para no llevar la cuestión al caos, pero lo de las tres personas distintas y sólo un Simplemente Dios verdadero, era hándicap añadido. Ningún problema. Tras fumarse un puro que Castro llevaba en el bolsillo del pijama a rayas, emprendió la vuelta al mundo para recibir los feedbacks indispensables de cara a arreglar uno de los más difíciles retos que puede tener un Dios, aunque sea Simplemente Dios: No cambiar nada para que nada cambie. Y a ello se entregó, tras demandar la ayuda de un individuo llamado El Académico, que estaba en cola para ser santificado como San Cebrián del Niño Jesús Polanco.
Aún demostrado que el Gobierno del desgobierno era el Gobierno más efectivo, Simplemente Dios sabía que no era posible luchar contra los elementos y mucho menos que esos elementos no lograran el clima y la temperatura adecuados para crecer y multiplicarse, mientras decrecían y desmultiplicaban a otros. Así, pasando un kilo y hasta una tonelada de los dictados de Leopoldo de Gregorio, Marqués de Esquilache, va y se emboza junto a El Academico y emprenden marcha entre las encrucijadas de adoquines a por un joven díscolo llamado Pedrito – no el que luego sería San Pedro, aunque también se obstinaba en negarlo – que, en vez de salirle Bambi, le había salido rana imposible de transformar en príncipe. Pedrito obstaculizaba los caminos del Señor y coqueteaba con el diablo Iglesias – se colocó ese apellido para disimular y el nombre de Pablo por si tuviera que caerse del caballo, fuera a Damasco o fuera a Irán – coqueteaba digo, también con íncubos, súcubos y otros luciferes de menor pelaje pero igual de venenosos. Y, al modo francés Et Dieu… créa la femme de Roger Vadim, Simplemente Dios busca su Bardot, con tan poca fortuna que, ante el percal, debe conformarse con Susana. Nadie supo nunca si impelida por los dos ancianos, lascivos y llenos de concupiscencia que acosaron a la casta. Aquella teje y desteje, abraza y apuñala, conspira y halaga, de cara a poner a Pedrito en fuga, en el corredor de la muerte o mirando hacia La Meca. Le faltaba a Simplemente Dios, sin embargo, un Caín que finalmente construyó en un tal Hernando. Este Bruto será el encargado de lanzar con su honda café racer el canto rodado dibujado con el puño y la rosa que impactaría en el occipital de aquel a quién se le habían subido los humos y, consecuentemente, era preso de la ceguera. Como el invidente de Jericó, pero en versión idiota.
Felipe VI, apodado El Preparao, que urgía a la formación de Gobierno por miedo a que en medio del río revuelto la monarquía se le fuera por el sumidero, sabiendo ya que Simplemente Dios tenía el garito cogido por las bolas de billar, llama de inmediato a Mariano El Plasma para que construya el ara donde adorar a Baal. Y Mariano dice que sí. Entre todos se ponen a sumar y los números cuadran. Contando con imbéciles que se abstienen por imperativo, que no es otra cosa que perder la autoestima entre cagajones de vacas sagradas, lógrase lo que se quería lograr: nada se cambiará para que nada cambie. Es justo en ese momento, cuando en las Hespérides vivíamos una fuerte tormenta con intenso aparato eléctrico, cuando en el cielo de rojo volcán se escucha un espeluznante alarido: el gran y brutal orgasmo que experimenta, manipulando sus partes ante el espejo de Europa y con una pluma Montblanc Vibrant, Christine Lagarde, presidenta del Fondo Monetario Internacional (FMI). Simplemente Dios había cumplido con el designio universal. A la bodeguiya había acudido donde, postrado de mentira e hipocresía, tieso como una mojama, estaba Mariano. Y dijo Simplemente Dios: “Mariano, levántate y anda”. Y Mariano se levantó y andó. ¡Anduvo! ¡Gilipollas! … Sí, anduvo gilipollas durante un rato y luego ya se recuperó, cuando el gran orador Hernando le estrechó la mano al graznido de los buítres.
No fueron ninguno de los nombrados los protagonistas del hediondo teatro del absurdo montado por Simplemente Dios, con la ayuda de los editoriales dictados por El Académico al director de El País. Viae eius viae Domini. No. Fue un personaje de evolución frustrada llamado Gabriel Rufián, Diplomado en Relaciones Laborales y máster en Dirección de Recursos Humanos por la Universidad Pompeu Fabra, pero privado del don de la oratoria por la Naturaleza, quién se convirtió en la special guest star de la tarde. Dijo lo que todo el mundo sabe y algunos no quieren escuchar. Pero lo lanzó desde el rencor, la chabacanería y el odio, cosa comprensible si tenemos en cuenta que subir a una tribuna llamándose Rufián es bastante jodido. La malévola bruja de Blancanieves desde la Presidencia del Boulé lo llamaba constantemente por su apellido: “Un momento señor Rufián”. “Espere señor Rufián”. “Tiene que acabar ya, señor Rufián”. “Termine, señor Rufián”. Girando la daga en la herida. Y Rufián, que se había pasado de rufo como converso independentista procedente de la emigración andaluza a Catalunya, perdió el tiempo mientras las señorías de todo tipo, preferentemente socialdemocraseadas, pataleaban los suelos, rasgábanse las vestiduras y auguraban tiempos de violencia. Al final, por imperativo, no se cantó ni el Cara al Sol ni La Internacional. Eso sí, toda España, o lo que de ella queda, pudo ver la democracia que llevamos cual tenique de Sísifo. Oremus.