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La secesión o no de los puntos suspensivos

Pasan las cosas tan rápidamente que los análisis se desanalizan y se desalinizan. Que se quedan sosos y no saben a nada. Pierden actualidad con tal fugacidad que sólo se justifican porque ni los periódicos pueden aparecer en blanco ni las televisiones en negro. Consecuentemente, no es posible la moratoria, el tiempo muerto o el año sabático. Ello convierte el trabajo periodístico en la angustiosa búsqueda de, al menos, argumentos que logren rebasar la muerte súbita y se alejen de la ficción. Precisamente, porque cualquier ficción es posible para construir nuevas realidades. La hiperinformación sobre cualquier asunto lleva al ciudadano al agotamiento, por eso es una de la técnicas más empleadas en política y que el común de los mortales conoce como mareo de la perdiz, con permiso de Miguel Delibes. Al cabo, cualquier problema, por importante y profundo que sea, se va diluyendo hasta que surge otro que le arrebata la actualidad. Y así sucesivamente hasta el final de los tiempos dios mediante, aunque haya cosas y casos que permanezcan encriptadas, enquistadas y en estado latente de conservación. Quizá por eso, Jean-Baptiste Poquelin, gran hombre de teatro, comentó un día que “el público admite el error, pero jamás el sopor”.

Cinco días de octubre

Es el nuevo plazo que el presidente del Gobierno español ha dado al presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, para que vuelva a decir lo que ha dicho ya por activa y por pasiva. No me gustan las expresiones Choque de trenes ni Hoja de ruta. Son megatópicos que me enferman. No obstante, para cualquier mente sana, las cosas – gusten o no gusten – están más que claras: el Estado español no permitirá la independencia de Catalunya y el Ejecutivo catalán pretende – utilizando diferentes senderos, vericuetos, mediaciones, mediciones, argumentaciones, regates y, sobre todo, intentando que la cohesión entre los secesionistas no se rompa – insiste en que el fin de todo es conseguir una república catalana independiente. Al contado o a plazos y con el menor coste posible. A ese coste se le ha denominado diálogo. Por ello, Puigdemont anuncia la independencia y de inmediato pide al Parlament que la ponga en stand by para ver si Mariano acude a la tabla redonda del nunca acabar.

A mi lo de hablar siempre me ha parecido, en principio, la mejor solución para todo. Hasta que el término, sinónimo de debatir, platicar, discutir, conversar, charlar, llevado al infinito – más en forma de líneas paralelas que jamás se encuentran – hasta que el término, digo, adquiere la condición de tomadura de pelo, toreo, dilación interesada e incluso choteo, cachondeo y reculeo. Siempre se habla de “la acción de Gobierno”, evidentemente porque si no hay acción no hay ejecución de las leyes y, por tanto, el Poder Ejecutivo deja de facto de existir. De modo que llega un momento en que, acreditado el diálogo como un imposible, es preciso actuar. Y ojo, en el caso de Cataluña, no me refiero a la acción del Estado sino también a la de la parte opuesta. No podemos estar así hasta el día del juicio final por la tarde. Por múltiples e importantísimas razones: políticas, económicas, de convivencia, judiciales, de orden público, de relaciones exteriores … Rajoy, enarbolando la bandera que califica “de la prudencia”, ha concedido, ya lo dije, cinco días más a Puigdemont para que vuelva a decir lo que dijo, porque es más que evidente que no puede decir otra cosa. De todos los titulares que he visto estos días, tanto en periódicos nacionales como internacionales, para mi los mejores han sido los de La Republica: “Independencia y seguimos hablando” y el del The New York Times: “Una declaración de independencia en Cataluña, o algo así”. La revista satírica francesa Charlie Hebdo es, evidentemente, mucho más lacerante y agresiva: Los catalanes más gilipollas que los corsos, se lee sobre la foto de tres encapuchados armados que exigen “un debate”. El semanario publica además un editorial titulado La gilipollez o la muerte, donde advierte que en Europa hay 200 lenguas y se pregunta por qué no crear 200 países o ya puestos uno por cada queso o cada vino de una región determinada. Mientras, Rajoy pacta con el PSOE una reforma de la Constitución – ya veremos lo que ocurre cuando haya que poner sobre el papel “la plurinacionalidad” – los que llaman al diálogo lo siguen llamando hasta con señales de humo, la ciudadanía espera al 155 o no y se pasean los símbolos aprovechando que, cuando escribo, vivo el 12 de Octubre, Día de la Hispanidad, y lo español se transforma casi en un pasodoble.

Por cierto, escuchaba este mediodía la locución del triunfal desfile en Madrid y de inmediato, por esas cosas de las neuronas y el inconsciente colectivo, me acordé del NODO, aunque de esos documentales disfruté a posteriori. Prolijo en detalles, el texto llegaba a entrar en la confección de los trajes de los desfilantes. Así que propongo para esa fecha la denominación Pasarela 12-O, mientras que Pablo Iglesias dice que debería ser el “Día de los Pueblos Indígenas”, que es casi como volver al Día de la Raza pero en versión lumpen gobalizada, transversal, multilateral y asimétrica. Veamos aquí el número 1 del NODO (1943).

De otras cosas menos sobadas

Ya lo había notado, como todo el personal circundante, pero acabo de confirmar que este verano y lo que va de otoño, la calufa no ceja en su empeño en mantener caliente al personal, ya en ebullición por la cuestión política comentada anteriormente. Efectivamente, 2017 ha sido el año con más olas de calor desde 1975, cuando el Generalísimo murió sin que nadie haya sido tan loco como para afirmar que ese deceso ha tenido que ver con el calentamiento global. Porque, para algo se hizo la transición que ahora va a tener que volver a transitar, aunque nadie sabe demasiado bien hacia dónde.

En otro escenario, aquellos que se preguntaban ¿Qué pasa con el Ejército? ya tienen las primeras informaciones, aunque a mi eso de Operación Cota de Malla me suena un poco a película porno. Ya no hay operaciones – ¿recuerdan aquella grosera frase: ¿Por mi, que te operen? – con nombres tan bonitos como Tormenta del Desierto, Odisea al Amanecer, Plomo Fundido, Operación Antropoide, Operación Atila … La posmodernidad ha traído sin duda alguna una pérdida de calidad en función del consumo. En el caso de las Mallas o rejillas, degustación de Butifarra amb mongetes, Pa amb tomàquet i pernil o Esqueixada de bacallà.

No parece probable que Puigdemont y unos cuantos se lancen a los Pirineos seguidos de algunos mossos y mossas para luchar por la independencia catalana. No. No parece posible que suba como lo hicieron Castro y Guevara encaramándose a Sierra Maestra para acabar con Batista. Y suerte que logré escapar. El cuento viene a que todavía, medio siglo después, se sigue hablando del guerrillero por excelencia – muy interesante leer su Diario de Boliviay de su fusilamiento sui generis.

Epílogo

Alguien dijo una vez – recuerdo la frase pero no a quien la pronunció o escribió – que “Lo malo de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta”. De igual manera, y no puedo interpretarlo de manera lógica ni a través de la razón, el caso catalán y en general toda la política española, me trae al cerebro la película Las amistades peligrosas, dirigida por Stephen Frears y con los actores John Malkovich, Michelle Pfeiffer, Keanou Reeves y Una Thurman, entre otros.

– A veces me pregunto como habéis conseguido inventaros a vos misma.

– No he tenido otra opción, soy mujer. Y las mujeres estamos obligadas a ser más hábiles que los hombres. Que podáis destrozar nuestra reputación y nuestra vida con sólo unas cuantas palabras. Por eso he tenido que inventarme no sólo a mi misma, sino formas de escapar que nadie había imaginado. Y si lo he conseguido es porque siempre he sabido que había nacido para dominar a vuestro sexo y vengar el mío.“

También, y anoche cuando conducía mi moto camino de casa, obviamente sin poder evitar el manspreadring inherente a la conducción de ese vehículo; siempre dentro de la ensoñación cinematógráfica, fui arrastrado por un proyecto de guión mientras me tumbaba para abordar una de esas miles de rotondas que nos hacen la vida más agradable:

– Capitán: El francotirador está en la planta sexta del edificio. Tiene 25 rehenes … lo tenemos al teléfono.

– Deme de inmediato el móvil …

– Tire el rifle, descorra la cortina y asómese a la ventana con las manos en alto!

– Ni pensarlo. Está loco. Si alguien se mueve dispararé contra las personas que están en el parque y luego acabaré con la gentuza que tengo aquí. No he subido para jugar con usted al escondite …

– ¡Teniente! Evacúe de una vez ese maldito parque …

– No es nada fácil capitán … hay decenas de miles de personas en el concierto. En la avalancha moriría mucha gente …

– ¡Hágalo teniente! ¡Y hágalo bien … o se nos caerá el pelo y la placa!

– ¡Es la última oportunidad que le doy! Tire el rifle y entréguese. Esto es una locura. Entraremos y lo abatiremos.

– No podrán sacar a esa gente antes de que acabe con muchos de ellos …

– Deje el rifle y dialoguemos. ¿Seguro que quiere matar? ¿Por qué?

– No es momento de filosofías capitán. Estoy deseando apretar el gatillo.

– Podemos llegar a un acuerdo. No dispare. Hablemos. No cuelgue el teléfono.

– Siempre he querido hablar con la Policía, pero nunca me han escuchado.

– Está bien. Está bien. Confírmeme que quiere disparar.

– Confirmado. He venido aquí a matar. Y tengo alimentos y armas para resistir y poder hacerlo.

– Bueno. No precipite las cosas. Siempre es mejor la palabra que las balas. Le doy cinco días para que me confirme si está firmemente decidido a disparar.

Pasan las cosas tan rápidamente que los análisis se desanalizan y se desalinizan. Que se quedan sosos y no saben a nada. Pierden actualidad con tal fugacidad que sólo se justifican porque ni los periódicos pueden aparecer en blanco ni las televisiones en negro. Consecuentemente, no es posible la moratoria, el tiempo muerto o el año sabático. Ello convierte el trabajo periodístico en la angustiosa búsqueda de, al menos, argumentos que logren rebasar la muerte súbita y se alejen de la ficción. Precisamente, porque cualquier ficción es posible para construir nuevas realidades. La hiperinformación sobre cualquier asunto lleva al ciudadano al agotamiento, por eso es una de la técnicas más empleadas en política y que el común de los mortales conoce como mareo de la perdiz, con permiso de Miguel Delibes. Al cabo, cualquier problema, por importante y profundo que sea, se va diluyendo hasta que surge otro que le arrebata la actualidad. Y así sucesivamente hasta el final de los tiempos dios mediante, aunque haya cosas y casos que permanezcan encriptadas, enquistadas y en estado latente de conservación. Quizá por eso, Jean-Baptiste Poquelin, gran hombre de teatro, comentó un día que “el público admite el error, pero jamás el sopor”.

Cinco días de octubre