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La otra genealogía, de Sara Torres

No es común, cuando parece que la livianidad del nombrar sin profundidad, que la superficie menos dolorosa es la que impera en la poesía, encontrarnos con propuestas como la de Sara Torres (1991), ganadora de la XV edición del premio Gloria Fuertes con La otra genealogía.

Pese a que en ocasiones no coloque un dedo directo en la llaga del poema y caiga en la concatenación del adjetivo que quizá no suma (No nada nos unió a la ciudad / Nada nada más que esta ciega / viciosa acostumbrada /necesidad del conjunto), la realidad es que La otra genealogía ofrece una búsqueda consciente en la palabra poética. Desde la dispersión del inicio del ser con que comienza el libro, Torres se adentra en el otro origen por la vía de la transgresión. Todo mito fundacional tiene otra puerta: el viaje es místico, pues ofrece un encuentro casi divino hacia la isla. Es determinante el grado de consciencia que Ella (que se propone como un yo en tercera persona) adquiere tras el regreso de la ciudad. Ahí pueden despertar todas las deidades dormidas, que se esconden tras la máscara de los centros y del orden. Por eso la primera parte del poemario tiene más de invocación que de vivencia en ese mundo. Solo tras el despertar de las deidades, y no de la deidad, lo que muestra una clara referencia a los diversos mundos que se perciben en la obra, desde occidente hasta oriente, el árbol genealógico del mundo otro puede establecerse:

[…]

Al fin tallaréis el gran laúd

en la madera seca

de un olivo muerto

sobre el que verteremos

todo nuestro llanto

hasta que derramadas

vayamos a reunirnos con vosotras

[…]

A partir del derrumbe de todos los nombres dados puede consumarse el rito de entrada en el lugar otro, que es de convivencia entre mujer y mujer. Ahora son las amadas las que instituyen y reclaman su lugar. No reposa ninguna cierva sin loba que la guarde. La imposición del hombre por la fuerza entonces no es posible, por lo que este, que desea tomar a quien duerme por medio de la violencia no solo no es bien recibido, sino que es expulsado, por lo que todas las estatuas que representan un estado de cosas anterior ya puede comenzar a caer, pues todo lo que las sustenta habrá cortado pronto sus raíces:

[...]

Mira bien que ellas duermen de a dos

y que mientras una reposa la profundidad del sueño

la otra vela su cuerpo

que no vive cierva aquí sin loba que la guarde

[…]

La otra genealogía supone, entonces, una reinterpretación de la historia en clave de derrumbe. Todo es renombrado por la vía de la reconstrucción. Sara Torres elabora una mitología otra como un grito que lleva al despertar de la isla en que la luz puede florecer: permanecimos a oscuras / mientras el miedo duró. La ínsula, que muchas veces ha sido vista como lugar carcelario es, en esta ocasión, el lugar donde es posible que se abra la celda. Más que como espacio del que no se puede salir se configura como espacio al que se quiere entrar, Jardín de las Hespérides, pues allí todo fruto nace de la tierra:

Cae de rodillas

en la playa

porque el hambre

ha sido muy larga

larga la escasez sofocante

hunde las manos en la arena

extrae los frutos perlados

despliega las valvas

y recibe mar

carne tersa

un gusto a sal

en la cumbre de la boca

los banquetes que siguieron

siempre convocan

aquel primero

reminiscencia de sabor

que se transmite

secretamente

entre generaciones.

Toda la lucha anterior tiene su recompensa en la isla. La voz de la mujer que es capaz de decir que ama a otra mujer puede obtener el banquete del placer una vez superado todo el tránsito de la escasez y del hambre. Una vez en el lugar del destino se hace imposible olvidar el tránsito hasta él, la necesidad de despertar a lo dormido, de invocar al ardor interno. Por eso el yo-mujer ya no quiere más mano que la de su amiga (o sus amigas), incluso en el tiempo en que se divaga sobre el momento de morir, que es probablemente el momento cumbre de todo el libro y la creación más redonda del mismo:

Que en el tiempo

de la muerte

tenga la mano

de mi amiga

pero sus ojos ¡ah!

Si veo sus ojos

me amarrarán como la hiedra

no querré partir

La poesía de Sara Torres, en definitiva, se expande como necesidad de liberación para los cuerpos que no soportan el orden establecido, que se quedan fuera de los monumentos añejos y oxidados. De ahí la necesidad de fundarse en otra genealogía, en las otras deidades, aunque quizá estas han llegado a la isla tras muchos años y ya no pueden actuar como lo que son. Entonces deben integrarse como una más.

No es común, cuando parece que la livianidad del nombrar sin profundidad, que la superficie menos dolorosa es la que impera en la poesía, encontrarnos con propuestas como la de Sara Torres (1991), ganadora de la XV edición del premio Gloria Fuertes con La otra genealogía.

Pese a que en ocasiones no coloque un dedo directo en la llaga del poema y caiga en la concatenación del adjetivo que quizá no suma (No nada nos unió a la ciudad / Nada nada más que esta ciega / viciosa acostumbrada /necesidad del conjunto), la realidad es que La otra genealogía ofrece una búsqueda consciente en la palabra poética. Desde la dispersión del inicio del ser con que comienza el libro, Torres se adentra en el otro origen por la vía de la transgresión. Todo mito fundacional tiene otra puerta: el viaje es místico, pues ofrece un encuentro casi divino hacia la isla. Es determinante el grado de consciencia que Ella (que se propone como un yo en tercera persona) adquiere tras el regreso de la ciudad. Ahí pueden despertar todas las deidades dormidas, que se esconden tras la máscara de los centros y del orden. Por eso la primera parte del poemario tiene más de invocación que de vivencia en ese mundo. Solo tras el despertar de las deidades, y no de la deidad, lo que muestra una clara referencia a los diversos mundos que se perciben en la obra, desde occidente hasta oriente, el árbol genealógico del mundo otro puede establecerse: