La lectura y la inquietud lo llevaron a la escritura. Ahora estudia Filología
Hispánica en la Universidad de La Laguna mientras escribe poesía y hace crítica
literaria.
El tiempo de los lémures
Daniel Bernal
Premio Pedro García Cabrera 2012
En El tiempo de los lémures, Daniel Bernal continúa la senda abierta en Escolio con fuselaje estival, que había bajado su intensidad y fuerza en Corporeidad, Premio Luis Feria 2011. Si bien la búsqueda no es la misma, el lenguaje sí se confirma y se vuelve más intenso. Ahora ya no importa que la poética escrita apoye a los poemas, pues es la poesía la que se sustenta en sus versos.
El tiempo de los lémures se afianza en la expulsión y la huida. Partiendo de una cita de Guillermo Sucre: “y lo vivo todo como si ya fuera memoria del exilio”, Bernal establece un juego dual entre el lémur animal y el lémur de la mitología: lo hace habitar entre la naturaleza y la noche, entre la vida y los fantasmas. En ambos casos el yo se aísla de la urbe. No aparece el espectro urbano, solo el monte, el mar, y la isla. A lo sumo el archipiélago.
La primera persona es fugitiva, extraviada. El aire, las olas, el relámpago, todos los elementos lo posicionan frente al fluir, al que se acaba yendo. Entonces el descubrimiento del extravío, el viaje hacia lo desconocido, pide la ayuda de un tú que se aproxima al Eros: te abres como fruto pudoroso. Los poemas van siempre a la luz, pese al lémur nocturno, es el lémur naturaleza el que quiere triunfar y, de hecho, triunfa. El calor, el fervor y la festividad en que la música arborece y se adentra en el día, consolidan el fluir del yo en el paisaje y en los fenómenos del día. La primera persona está guiada por su extravío sin reconocerse del todo. Es por ello que se hace necesario alcanzar la gramática del exilio y conocer la diáspora. Esto, sin duda, supone un trauma de dos alcances: palpar la lejanía y la responsabilidad de buscar la identidad de extraviado. Para la búsqueda es necesaria la ayuda: “ven conmigo”, pues es la hora del desarraigo.
Pese a ello, la llama permanece: ‘yo’ bebe en un pozo de claridad, ansía el ardor. Por eso su trayecto se inicia hacia el tú, femenino-isla-mar, y la primera persona se reconoce en un mapa de identidades hasta afirmarse en el cuerpo del mar. “Isla soy”, una región sin mapa, una reconstrucción y constante reafirmación del exiliado, que ya desde fuera debe indagar en su recuerdo. Y en su recuerdo está la luz, de nuevo hacia el perihelio, el calor: “El cadáver de la luz es nuestro exilio”. Es el lémur naturaleza el que quiere eliminar al “Ver muerte” que se anuncia desde el comienzo y que divaga en la nocturnidad mientras pernocta en los ríos y en los lugares del tránsito. La vida, entonces, se posiciona frente a la muerte, al desapego del yo. Por tanto, se sentencia con un yo que anima a un tú a enfrentarse: “Enfréntate a los lémures” sin teoremas, pues solo se quiere la voluntad de identidad, el reconocimiento en la luz y en el día. Un huida hacia el sol, el rayo, el relámpago… un divagar por la identidad del agua. Pez solar comienza y pez solar busca.
El tiempo de los lémures
Daniel Bernal