El modo correcto de actuar ante la casualidad de un hallazgo milenario

Luis González Morera/ Efe

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En plena ola de calor de agosto de 2023, en La Palma, el estudiante de espeleología Yeray Rodríguez y su amigo Eduardo se adentraron en el tubo volcánico de Tigalate, una zona conocida por sus asentamientos aborígenes, movidos por la curiosidad y el aire fresco de la cavidad, y encontraron un hallazgo milenario.

Yeray, que comunicó la localización al servicio de Patrimonio Cultural del Cabildo de La Palma sin manipular nada, representa el modo correcto de actuar ante un descubrimientos de este calibre: 225 cuentas hechas a partir de conchas marinas y una en hueso, datadas en el siglo XII, que se cree que podrían conformar hasta ocho collares.

“Debido a la ola de calor no pudimos hacer la excursión que teníamos pensada por el monte, por lo que decidimos ir hacia la costa”, relata el autor del hallazgo, que ya había explorado el tubo volcánico de Tigalate en varias ocasiones ese mes.

Esta vez algo llamó su atención: “Me fijé en una pequeña cantidad de madera quemada que fue usada para iluminar la cueva, por lo que empecé a ascender hacia el interior del tubo, conocido como el Salto de Tigalate, hacia una cavidad anexa de pequeñas dimensiones que fui a explorar, pero por la agresividad de la roca no pude meter más de medio cuerpo”, escribió Yeray en su diario ese día.

A pesar de no encontrar nada inicialmente, su curiosidad lo llevó a investigar un pequeño hueco en el que cabía su cabeza mientras descendía de nuevo. “Para mi asombro, allí estaba el conjunto de conchas de color blanco y rojizo, algunas del tamaño de la palma de la mano.

·A mí me costó creerlo, así que tuve que llamar a mi amigo Eduardo, que estaba algo adelantado, para que me asegurara que podía ser un hallazgo aborigen“, relata.

La zona donde los espeleólogos aficionados encontraron las conchas es de difícil acceso, lo que posiblemente contribuyó a que el hallazgo permaneciera intacto hasta su descubrimiento.

“Ya se sabía que era una zona de asentamientos aborígenes, así que es algo que ya tienes en la cabeza cuando vas a explorar cuevas”, explica Yeray, quien actuó con la precaución necesaria para no dañar las piezas, y siguiendo el consejo de su amigo, decidió no tocar nada y avisar a las autoridades competentes.

La llamada al Cabildo de La Palma fue crucial y Jorge Pais, doctor en Arqueología e Inspector de Patrimonio Cultural, alaba el modo de actuar de estos exploradores.

Pais explica que las cuentas aparecen en una zona ya explorada, pero con numerosos restos arqueológicos, “a solo cuatro metros de una cámara de enterramientos”, por lo que teoriza que los collares fueron probablemente depositados allí como ofrenda ritual.

La singularidad del descubrimiento reside en la integridad de las cuentas, que estaban envueltas en una fibra orgánica posiblemente vegetal o de cuero, extremadamente frágil, que si hubiera sido manipulada “probablemente se hubiera deshecho y perderíamos esa información”, remarca el arqueólogo.

“Lo importante es que, esta vez, lo pudimos recoger 'in situ', sin que nadie hubiera tocado nada”, destaca el también director del Museo Arqueológico Benahoarita, que apunta que la minuciosidad en la recolección permitió un análisis exhaustivo en laboratorio.

Gracias a la metodología y a los estudios posteriores se ha revelado que las cuentas formaban ocho collares diferentes, con algunos fragmentos con un buen estado de conservación de sus colores originales.

Pais subraya la importancia de “no tocar nada” ante un hallazgo casual y recuerda cómo en otros yacimientos, como el de La Higuera, “quienes lo encontraron dieron parte, pero se llevaron una mandíbula y una vasija entre otras cosas, que entregaron 30 años después y ya no aportó información ninguna”.

El hallazgo de Yeray Rodríguez en el Salto de Tigalate no solo añade una pieza importante al puzzle de la historia aborigen de La Palma, sino que también resalta la necesidad de una cuidadosa conservación y estudio de estos tesoros.

“No informar, o expoliar, es borrar la información que nos están proporcionando nuestros antepasados”, reflexiona Yeray, que recuerda la frase que su amigo le dijo ese caluroso día de agosto: “Cualquier hallazgo puede contener una nueva información que cambie totalmente la historia”.