Elsa López: “A los 80 años el dolor del alma pesa más que el del cuerpo”
Doctora en Filosofía, docente, investigadora, escritora, editora, Premio Canarias de Literatura, Hija Adoptiva de La Palma y una mujer comprometida con los débiles y con la libertad, que ha nadado contracorriente desde que vino al mundo en África, en la isla de Fernando Poo (actual Malabo). Elsa López cumple este martes, 17 de enero, 80 años. En una entrevista con La Palma Ahora, asegura que “sí, rotundamente, he sido feliz”. Pero su existencia no ha sido fácil. “Me hice fuerte a base de tener miedo y tener que superarlo; a base de tener necesidades afectivas y tener que canalizarlas; a base de frustraciones, distancias, abandonos y miles de detalles que hacen de una niña una guerrera capaz de abatir cualquier enemigo”, afirma. Su mayor “orgullo” es haber abierto caminos para que las féminas de generaciones posteriores hayan podido transitar más cómodamente. “Me hincho como un pavo real cuando las mujeres me abrazan y agradecen la lucha, las palabras de aliento, el constante empeño en enseñar a los que nos rodean quiénes somos, por qué somos así, para qué servimos, por qué luchamos antes y por qué seguimos defendiendo lo que hemos conquistado”, confiesa. Lleva un ritmo frenético, con varios proyectos literarios a punto de concluir, viajes continuos y asistencia a eventos. Su agenda para este 2023 está repleta y en los primeros meses del año incluye estancias en Guinea Ecuatorial e Italia. “Creo que sobreviviré”, bromea. Pero siempre vuelve a La Palma, y se refugia en el barrio de El Tablado, en Garafía. “El útero geográfico donde me gusta guarecerme y sentir el calor que ese lugar y sus gentes me aportan siempre”. En sus noches de insomnio piensa “en el futuro de mis hijos y mis nietos que es el futuro de todos. Qué armas, qué alimentos, qué objetos dejarles para que puedan sobrevivir siendo buena gente”. “Si llego a tiempo”, dice, escribirá sus memorias.
A los 80 años, ¿duele más el cuerpo o el alma?
El alma siempre pesa más y el dolor, si se conserva, es más agudo. Los dolores del cuerpo se curan de una manera o de otra y siempre hay esperanzas de que eso ocurra. El alma carga el peso de una forma diferente. Puedes ocultarlo, arrinconarlo o menospreciarlo, pero está ahí, al acecho, y cuando menos te lo esperas salta a tu cuello y las heridas vuelven a sangrar.
Borges confesó que había cometido el peor de los pecados: no ser feliz. ¿Ha sido usted feliz?
Sí. Rotundamente. He poseído esa felicidad de días específicos, de instantes concretos, de situaciones determinadas, de gente especial… Creo en esa felicidad de las pequeñas cosas, de los momentos increíbles que he aprendido a conseguir y a conservar. Y luego vienen los recuerdos de esa felicidad y los saboreas como si acabaran de llegar.
¿Qué queda de aquella niña que nació en la isla de Fernando Poo (actual Malabo)?
Todo lo que esa niña fue. Sigo siendo la pequeña de una gran familia llena de tíos inteligentes e ilustrados, tías inteligentes, hermosas y divertidas, amigos que pasaban horas en nuestra casa: médicos, militares, ingenieros, farmacéuticos, marinos y comerciantes que llegaban a nuestra vida llenando mi infancia de risas y alegrías. África fue eso para mí: colores, muchos colores, y hombres y mujeres de diferentes razas que entraban y salían de la farmacia de mi padre mientras mi madre iba de acá para allá hablando con mucha gente, haciendo fiestas y preparando comidas y excursiones.
Ha nadado siempre contracorriente, saltando muros y rompiendo convenciones. ¿La escritura le ha salvado de naufragios? ¿a qué tabla se ha agarrado para no hundirse?
Bueno, soy fuerte. Me hice fuerte a base de tener miedo y tener que superarlo; a base de tener necesidades afectivas y tener que canalizarlas; a base de frustraciones, distancias, abandonos y miles de detalles que hacen de una niña una guerrera capaz de abatir cualquier enemigo. O quizá fue al revés: saber que estás sola y tienes que defenderte para sobrevivir. La lectura me salvó de sentirme abandonada en la mayoría de los casos. La escritura, una vez fui adulta, me ayudó a quererme y defenderme de mí misma y de los otros. El valor es aparente, igual que la alegría que parezco tener. Aprendí a sonreír ante las dificultades y siempre me ha salvado esa sonrisa incluso en los peores momentos. Ha sido un arma con la que me he protegido y he ganado gracias a ella muchas batallas. Y hablo de sonreír no solo físicamente sino también por dentro. La sonrisa a veces dulcifica las circunstancias, te sirve de aliento y de coraza, y otras te da fuerzas para levantar cualquier pesadumbre y arrojarla por encima de tu cabeza y las cabezas de los demás.
¿Satisface abrir caminos para que las mujeres de generaciones posteriores hayan podido transitar más cómodamente?
Es uno de mis mayores orgullos. Me hincho como un pavo real cuando las mujeres me abrazan y agradecen la lucha, las palabras de aliento, el constante empeño en enseñar a los que nos rodean quiénes somos, por qué somos así, para qué servimos, por qué luchamos antes y por qué seguimos defendiendo lo que hemos conquistado. Las mujeres de mi generación combatimos para ser reconocidas en las profesiones, en los cánones, en las parcelas del mundo de las que se nos había apartado, para salir de ellas y hacer ver que los seres humanos somos iguales, diferentes en muchos aspectos, pero iguales en derechos, reconocimientos y posiciones sociales. Los años sesenta fueron cruciales para nosotras. Pertenezco a esa generación de mujeres valientes, física y moralmente, y eso me ha dado mucha autonomía a la hora de vivir y enseñar.
¿Recibir el Premio Canarias de Literatura ha cambiado en algo su vida?
No. Suena más el teléfono para pedirme que esté en un lugar o en otro, pero nada más. Todo sigue igual. Quizá ahora sonría con más frecuencia.
Lleva un ritmo frenético, con viajes continuos y asistencia a eventos literario en España y en el extranjero y, al final, recala en La Palma. ¿Qué le aporta este ‘peñasco’ de la ultraperiférica atlántica?
Es una meta no un fin. Una meta es otra cosa. Es conseguir algo a base de tesón y esfuerzo. Para mí es el lugar al que he llegado por decisión propia. Me he construido un lugar a mi medida donde puedo ser yo misma en mi casa, en la calle, en el mercado o en un bar. Puedo entrar y salir de ella como si entrara y saliera por la puerta de mi propia casa. Soy feliz. Algo cansada, a veces, porque ya no puedo subir las cuestas con la misma viveza de hace más de medio siglo, pero el corazón, el mío, sigue latiendo con la misma energía de entonces. La Palma me aporta vida, descanso, paz, cariño, y el adiós por las mañanas de mucha gente que me hace sentir viva.
¿Y, concretamente, el barrio garafiano de El Tablado y sus habitantes?
Ese es el epílogo de mi biografía. Un buen epílogo, por cierto. El origen familiar de mi familia materna; el útero geográfico donde me gusta guarecerme y sentir el calor que ese lugar y sus gentes me aportan siempre.
En sus noches de insomnio, ¿en qué piensa? ¿qué le perturba?
El futuro de mis hijos y mis nietos que es el futuro de todos. A veces doy vueltas en la cama pensando cómo dejarles todo esto bien armado para que sean al menos tan felices como he conseguido serlo yo. Armo el puzzle de cosas que poseo desde libros, cuadros, más libros, más cuadros y varios juegos de café, hasta si lo he hecho bien y les he enseñado algo que les sirva de apoyo espiritual para afrontar desde la penuria y las enfermedades hasta un tsunami. Qué armas, qué alimentos, qué objetos dejarles para que puedan sobrevivir siendo buena gente.
¿Cuáles son sus próximos proyectos literarios?
Terminar la novela sobre África que llevo años escribiendo, publicar este año dos libros inéditos de poesía y reeditar un cuento largo que me han pedido cierre con nuevos episodios para convertirlo en libro y publicarlo en España y Cuba. Salgo de viaje en febrero hacia Guinea Ecuatorial donde hablaré de literatura y de mis recuerdos en ella y en marzo viajo a Italia donde han traducido mis poemas al italiano y hay una serie de actividades organizadas en el Instituto Cervantes de Milán y en las universidades de Milán, Padua y Venecia. Creo que sobreviviré.
Tengo un anhelo: leer las memorias de Elsa López. ¿Podré cumplirlo?
Si llego a tiempo, sí.
0