Zanahorias, tomillo, papas, ternera en vez de cordero, cebollas. Dos horas al fuego y el estofado irlandés (Irish stew) está listo. Una calle casi estrecha. Gente sentada en mesas comiendo, otros bebiendo cerveza rubia o negra en las barras. Muchos llevan puesto algo verde. Banderas irlandesas; globos blancos, verdes y naranja; tréboles. Un grupo toca versiones de rock (U2, Beatles...) y canciones tradicionales. El día está nublado. Las carpas que cubren el espacio de la celebración se conforman con crear una penumbra acogedora. Patricio se mueve rápido entre las mesas, en la cocina, en la sala. Se para a hablar. Ríe. “Una fiesta en condiciones”, le comenta a alguien. Está feliz. Es el día de su santo. San Patricio.
Le seducía la idea de que el día de su santo fuese un día de celebración. En alguno de sus viajes, había visto cómo se celebraba Saint Patrick y adoptó la costumbre. “En mi santo, celebraba San Patricio con una cervecita y unas tapitas con los amigos y teníamos un motivo para reunirnos y salir”. Durante los años que trabajó como camarero en Tenerife, fantaseó con la idea de poder hacerlo en su propio local. Lo hizo. En diciembre de 2011, cogió el traspaso de un local en la central y conocida como calle Trasera de Santa Cruz de La Palma. Lo llamó La Rapadura. El 17 marzo siguiente, celebró el I Saint Patrick’s Day.
Saint Patrick es un héroe de la cristiandad de los primeros siglos. Nació hacia el año 386 en la actual Escocia. Su nombre era Maewyn Succat. Cuenta en sus memorias (Confessio) que con 16 años fue secuestrado por unos piratas y llevado a Irlanda donde estuvo seis años esclavizado trabajando como pastor. Allí aprendió gaélico, tuvo contactos con el paganismo de los druidas y fue iluminado por la fe cristiana. Se fugó y volvió a Britania. Se piensa que se ordenó sacerdote en Francia, donde adquirió el nombre de Patricio, nombre con el que firmó de ahí en adelante. Volvió a Irlanda para evangelizarla y liberarla de la religión celta, de sus druidas, de su magia, de su mitología, de sus leyendas ancestrales.
Convirtió a muchos irlandeses (miles, según él), ordenó sacerdotes y monjas y estableció iglesias y comunidades cristianas que convivían con el paganismo celta. Murió, hacia el año 461. La tradición establece el 17 de marzo como día de su muerte. Su figura fue creciendo en popularidad y rodeándose de leyendas, algunas enraizadas en la tradición celta. Se dice que usaba el trébol (shamrock) para explicar el intrincado misterio de la Santísima Trinidad (Dios es uno y trino, como la planta). Otra leyenda cuenta que liberó la isla de serpientes, aunque los biólogos dicen que nunca las hubo. Es un emblema de la Irlanda católica, aunque también es venerado como santo por la iglesia luterana, los anglicanos irlandeses y la iglesia ortodoxa, donde tiene un rango equivalente al de apóstol.
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La fiesta seguía en La Rapadura. Empezaba a oscurecer. El grupo Mainfold había terminado de tocar y había recogido su material hacía rato. Era la VI edición de la fiesta. Ya no era una novedad. La calle se estaba llenando. La gente se agolpaba en las barras. Alguno se animó a vestirse de duende irlandés (leprechaun). Para tener una cerveza a cuenta de la casa, algunos recién llegados enseñaban alguna prenda verde, ropa interior incluida. Sonaba Beat Gitano del Conjunto Don Pelegrin, una perla del funk hispano de los 70. Fueron retirando las mesas. De la música se encargaba Llam Street & Music, un grupo de pinchadiscos locales. Soul, rare grooves, latino, funk, algo de rock, alguna rareza. La gente bailaba y se lo pasaba bien. En efecto, una fiesta en condiciones.
Aunque el centro de la celebración seguía siendo La Rapadura, con los años la fiesta se había extendido hacia otras partes de la ciudad. Empezando por los bares de la misma Calle Trasera hasta los de la Calle Apurón y la Plaza de La Alameda. Las calles principales de la ciudad estaban engalanadas con banderolas (tréboles, escudos de familias irlandesas), la fachada del Ayuntamiento teñida de una luz verde. Lo que empezó siendo la celebración personal de una onomástica, acabó convertido en una semana de actos que implicaba a toda una localidad.
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En Irlanda, el 17 de marzo se celebraba desde la Edad Media. En 1631, el papa oficializó esa fecha como festividad religiosa y nombró a San Patricio patrón de la isla. Hay pruebas de que al rito religioso se unía una celebración con música, comida y bebida. Un viajero inglés, Thomas Dineley, cuenta en 1681 que ese día los “irlandeses llevan puestas cruces celtas, cintas verdes prendidas en sus sombreros y ramilletes de trébol en su ropa. […] beben tanto que a pocos de estos entusiastas se los encuentra sobrios al llegar la noche”. En 1903, el 17 de marzo se establece como festividad pública. Poco después, a principios de los años 1920, se prohibió el consumo de alcohol. Eran tiempos de ley seca y de una evidente influencia de la Iglesia católica sobre la recién nacida República de Irlanda. La celebración se redujo a una misa y a un desfile militar con los pubs cerrados. La prohibición se mantuvo hasta los primeros años 1960.
Fueron los inmigrantes irlandeses en Norteamérica los que le dieron al día de Saint Patrick la importancia que tiene hoy. Hay noticias de la celebración de un desfile en 1601en San Agustín (Florida), una colonia española. El responsable era el sacerdote irlandés Richard Arthur. Más tarde, en 1737, tuvo lugar en Boston un encuentro organizado por una asociación de irlandeses protestantes. En 1762 se celebró en Nueva York el primer desfile de soldados irlandeses que servían en el ejército inglés. En esas décadas se fue extendiendo la celebración de Saint Patrick por otras partes de Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda. En el siglo XIX, tuvo lugar la diáspora irlandesa debido a la “Gran Hambruna” (1845-1849). Dos millones de irlandeses abandonaron la isla. Los desfiles se volvieron masivos. La población irlandesa en EEUU quería reivindicar sus números y su identidad católica e irlandesa frente a la beatería hostil de la mayoría protestante. En adelante, se volvió una fiesta global. Llegó incluso hasta Santa Cruz de La Palma, de la mano de Patricio.
- ¿Qué pinta una fiesta irlandesa en La Palma?
Esa pregunta los puso en guardia. No daban crédito. Miraron al que preguntaba. Se miraron entre ellos. Era la segunda edición de la fiesta de Patricio en La Rapadura. Varios de los habituales del bar, Fulgencio, René, Servando, Tomás, estaban pasmados. Algo estaba a punto de desencadenarse.
- ¿Sabe usted quién fue O’Daly?
Una locutora de la televisión canaria preguntó a varios viandantes sobre O’Daly, el irlandés que da nombre a la calle principal de Santa Cruz de La Palma. Obtuvo como respuesta ‘un médico’, ‘un inglés’, ‘me suena’, ‘un político’, ‘no tengo ni idea’, ‘un escritor’, ‘esa calle no se llama O’Daly, se llama Calle Real’.
“Eso nos molestó. Fui al Ayuntamiento a presentar una instancia”, cuenta Fulgencio García. “¿En qué lío nos vamos a meter ahora?”, le preguntó su amigo René. No se trataba de ningún lío. En la instancia pedía un acto institucional para reconocer la importancia que habían tenido los irlandeses en La Palma, especialmente O'Daly. El consistorio atendió la petición ese mismo año con un discurso del alcalde en la calle Apurón. Fue el comienzo de la parte institucional, la parte necesaria para entender la celebración que ahora dura una semana.
La fiesta de Patricio en La Rapadura evidenció un desafortunado descuido. Dionisio O’Daly, miembro de la rica, pequeña e influyente colonia irlandesa que se instaló en Santa Cruz de La Palma en el siglo XVIII, protagonista de uno de los episodios más brillantes de la historia de la isla, era prácticamente un desconocido para la población palmera. Él y Pérez de Brito consiguieron en 1773 que el rey Carlos III sentenciara que los regidores de La Palma fueran elegidos por sufragio popular en vez de ostentar cargos vitalicios y hereditarios. Un hecho inédito que se anticipó a la Independencia de EEUU, la Revolución Francesa y la Constitución de Cádiz. En 1859 se puso el nombre de los dos instigadores de aquella sentencia histórica a la calle principal de la ciudad, pero esta se sigue conociendo como como Calle Real, su nombre anterior. Los depuestos regidores perpetuos no podían haber imaginado peor venganza: la amnesia histórica. Algo que ahora se intenta reparar.
2020. Ese año no se celebró el día de San Patricio. El día 14 de marzo se decretó el estado de alarma. No hubo IX edición. Patricio vio claro que no quería seguir. “Cerré la Rapadura el día que nos confinaron. No iba mal, pero sí es verdad que me estaba costando sacarlo para adelante. Era un montón de trabajo”. La hostelería es muy sacrificada: muchas horas para un beneficio que no compensa, incertidumbre, gastos, esfuerzo, inversión y la impertinencia de mucha gente. “No te imaginas lo que tuve que aguantar”. Habla con melancolía de esos años. Se siente reconocido y agradecido “La gente de Santa Cruz de La Palma cuando le das, responde”, pero está más cómodo en su nuevo trabajo.
La Rapadura, el alma de la fiesta del 17 de marzo, el lugar donde se inició la celebración, fue uno de los establecimientos que no levantó la persiana al acabar el confinamiento. Santa Cruz de La Palma sigue celebrando San Patricio con una programación llena de actos al mismo tiempo que se conjura para no volver a caer en el error de olvidar su historia.