Leo en la prensa continental pues eso, qué adiós al plátano. Al parecer hay por ahí un alimento mucho más rico en potasio, cosa que a mí personalmente me importa un potasio, quiero decir un pimiento, y es lo que yo llamo alimento de ardillas, el pistacho, pues odio profundamente ver a alguien a mi lado royendo pistachos en plan ardilla de los bosques. No niego que el potasio sea rico en todo aquello que ayuda a nuestro corazón, a nuestro cabello (a mí me llega demasiado tarde), a nuestra musculatura, etc. etc., pero donde hay un buen plátano y no es una alusión erótica que se quiten los pistachos. Yo soy muy del plátano y no es porque me haya casado en Los Sauces, que también, es que soy del plátano ya mucho antes incluso de que la Velvet Underground publicara su primer álbum con la portada del plátano de Andy Warhol, pelar un plátano, ejem, sentir su aroma, y percibir cómo ese sabor incomparable va penetrando en todo nuestro ser, en nuestro cuerpo y en lo que nos va quedando de alma, es algo más que un tema alimenticio, que lo es y mucho, es un perfume profundo y espiritual, un viaje hacia territorios ancestrales enquistados en nuestra memoria individual y colectiva, es un reencuentro con nuestros ancestros mucho antes incluso de que se bajaran del árbol y comenzaran a andar erguidos. Un plátano a tiempo cierra heridas, ensancha el mundo, ay, ese tesoro blanco encerrado en ese precioso joyero amarillo, esa forma de luna creciente o menguante dependiendo de si lo vemos desde el norte celeste o desde el sur incandescente. Si esto de adiós al plátano fuera cierto, si el plátano se fuera a alguna parte, yo me iría, como una sombra, detrás de su perfume, detrás de ese aroma de platanito batido que nos daban las madres de niños cuando estábamos enfermitos. Pistachos, buaaaa.