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La aventura de las urnas

Parece claro que a aquellos que vivimos la realidad con el prisma de nuestros sentimientos o emociones y que creemos en la libertad, en el trabajo, en la imaginación, en la iniciativa y en tantos otros valores, nos gusta todo lo que eleva al hombre por arriba (y a eso llamamos progreso); lo contrario, las igualaciones por abajo están muy lejos del anhelo colectivo y acaban por generar más desigualdades con respecto a la rueda de los ricos. Por eso, de cara a las próximas elecciones, a nuestra gente le gustaría que los políticos se ocuparan preferentemente del paro y del nivel de vida de la gente, y dejaran a un lado las ideas redentoras que no contentan a los ciudadanos medianamente preocupados por las cosas de su tierra.

A nivel nacional, los partidos políticos viven obsesionados por la aparición de tendencias que con opciones de nuevo cuño propugnan la liturgia democrática del cambio. Por eso, víctimas de una carrera de nervios, miden sus pasos a la hora de elegir candidatos que, ante todo, no se hayan visto salpicados por la innegable espiral de corrupción que de forma amenazadora les envuelve. Se avecinan tiempos raros. La enorme fuerza y el indiscutible poder económico que han tenido los mercados, se tambalea. La sociedad, guardadora de esos viejos valores, reacciona y, en la era de las comunicaciones que tan bien manejan algunos, nos obliga a pensar en un cambio, o en una forma diferente de hacer política.

En Canarias, y de forma particular en La Palma, los representantes de los partidos tradicionales no se atreven a ‘sacar pecho’. Sus opiniones, a escasos cuatro meses para los comicios, son comedidas y sintomáticas del reparto electoral ‘a la baja’ que anticipan los sondeos. La aparición de Podemos y Ciudadanos podría tener incidencia, aunque estos peñascos estén a miles de kilómetros de Madrid y Barcelona, centros neurálgicos del poder y de estos partidos que propugnan estrategias menos convencionales para la acción política, al tiempo, con ideas redentoras, infunden una conciencia económica sobre manera de hacer que se ocultan o aún está por concretar. Anticipan, eso sí, ofertas sociales con las que aspiran a satisfacer los anhelos colectivos. No podemos negar que para el pueblo llano estos mensajes encierran verdades como puños, pero las soluciones a los problemas son pocas… Les ha bastado entender que el placer de unos pocos españoles, los que se hacían más ricos, no compensaba el dolor de la mayoría, para disparar salvas de ilusión en una España de desigualdades.

El bien y el mal, son los pivotes sobre los cuales giran nuestras pasiones. Por esta razón, las ideas del bien y del mal estructuran la vida y la existencia humana. La pasión, y no la razón, es lo que hasta ahora ha movido a los individuos y a los pueblos, pero cuando las pasiones son bajas e ignominiosas y alcanzan las altas esferas del poder, cuando esas pasiones generan una corrupción tan afrentosa que nos avergüenza, hay que cortarlas. Y si desde dentro de las propias agrupaciones políticas no se impone la sensatez y la cordura, estamos en la obligación de echarles un pulso. Cuando existen políticos deleznables, responsables de hechos tan grotescos como deshonrosos, los ciudadanos estamos en la obligación de decir ¡Basta! Son ellos, y no nosotros, quienes han traicionado los supremos ideales del servicio público. Son ellos, y no nosotros, los que han confundido la indispensable buena fe de los electores. Son ellos, y no nosotros, los que han desertado de sus programas, olvidando el imperativo ético del compromiso. Son ellos, con su actitud, quienes han puesto en manos de la ciudadanía un mensaje muy claro: “nos cuesta confiar en los políticos de siempre”.

La añeja libertad de los pueblos griegos y romanos, incluso la de los primeros cristianos, consistía en regirse por los dictados de la propia conciencia. Cuando algunos ‘personajillos’ se encargan de que ese comportamiento desaparezca del escenario político, mal nos va. Pero cuando la fidelidad, mal entendida y sin escrúpulos al partido político, supera en ocasiones la responsabilidad adquirida con el elector, tampoco estamos entendiendo la otra cara del mensaje. “Ha faltado dedicación y cuidado a la viña electoral. No se ha preparado el terreno sino que, al contrario, se ha estropeado”. Por eso, con un mínimo de decencia, no se pueden calificar de estúpidas las alternativas políticas que acuden a salvar el viñedo.

No hay bálsamos que atenúen el dolor y nos hagan olvidar los duros momentos de esta crisis, tampoco a aquellos que con políticas cómplices, se han ‘aprovechado’ lucrándose de tan grave situación. Las próximas elecciones locales y autonómicas son una página en blanco en la que debemos escribir palabras de esperanza para esta Isla nuestra y para una Canarias sin fricciones, en las que podamos acabar con las lacras del paro y la miseria. Será una ocasión para demostrar la voluntad y el esfuerzo de los partidos políticos que han de elegir a sus mejores candidatos, no ya para mantener la opción de poder, que marca la prepotencia, sino una serena y sosegada visión que les permita estar presentes en la acción de servir, de auxiliar y proteger, de arrimar el hombro y apoyar, de echar una mano y colaborar para fomentar, impulsar y, en la medida necesaria, costear cuantos proyectos se conciban con sentido histórico de futuro. No pedimos más.

Parece claro que a aquellos que vivimos la realidad con el prisma de nuestros sentimientos o emociones y que creemos en la libertad, en el trabajo, en la imaginación, en la iniciativa y en tantos otros valores, nos gusta todo lo que eleva al hombre por arriba (y a eso llamamos progreso); lo contrario, las igualaciones por abajo están muy lejos del anhelo colectivo y acaban por generar más desigualdades con respecto a la rueda de los ricos. Por eso, de cara a las próximas elecciones, a nuestra gente le gustaría que los políticos se ocuparan preferentemente del paro y del nivel de vida de la gente, y dejaran a un lado las ideas redentoras que no contentan a los ciudadanos medianamente preocupados por las cosas de su tierra.

A nivel nacional, los partidos políticos viven obsesionados por la aparición de tendencias que con opciones de nuevo cuño propugnan la liturgia democrática del cambio. Por eso, víctimas de una carrera de nervios, miden sus pasos a la hora de elegir candidatos que, ante todo, no se hayan visto salpicados por la innegable espiral de corrupción que de forma amenazadora les envuelve. Se avecinan tiempos raros. La enorme fuerza y el indiscutible poder económico que han tenido los mercados, se tambalea. La sociedad, guardadora de esos viejos valores, reacciona y, en la era de las comunicaciones que tan bien manejan algunos, nos obliga a pensar en un cambio, o en una forma diferente de hacer política.