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‘Si es como el de ayer, pásamelo por la cerradura’

Se despertaba todas las mañanas de madrugada, un rato antes de que el panadero le tocase en la puerta de su casa para dejarle el pan. El hombre, al ver cada día que el pan que le traía el panadero era cada vez más y más pequeño, aquella mañana, cuando el panadero le tocó a la puerta de la casa, no le abrió esta vez, como era  su  costumbre, la puerta de su casa, sino que le respondió: “Si el pan es como el de ayer, no hace falta que te abra la puerta, pásamelo por la cerradura”. Como vamos a aludir a este hombre  varias veces en este artículo, lo vamos a llamar Solar de Estraunza Gran Reserva 2007, Rioja de La Puebla de La Barca, que por cierto, lo eligieron la semana pasada como uno de los dieciocho vinos mejores del mundo.

Esta historia me la comentó hace muchísimo tiempo un amigo que ya no está en este mundo físico, y que también me contó otras  muchísimas más con su magistral humor a prueba de toda tristeza. Era mi amigo un hombre que apenas pasó por la escuela, pues al quedarse su madre viuda, y él, huérfano a muy temprana edad, siendo él el mayor de muchos hermanos y primos, tuvo que ocupar el lugar paterno. Así que hizo del mundo su escuela, en el que anduvo con suma simpatía y humanidad, ¡hasta en sus peores momentos!, los de su vejez enferma, llena de achaques y dolores del cuerpo.

Me comentaba este amigo, que Solar de Estraunza, aquella mañana, salió a la calle mas enfadado que de costumbre, - estaba en él, muy fuertemente arraigada, la costumbre de salir de su casa, a diario, cabreado -, y los chicos, que estaban en la calle,  esperando a verlo salir, para meterse con él, ese día, lo hicieron aun más. No tardó Solar de Estraunza en empezar a pedirles plagas a los niños que todavía más  le pasaban la guasa, y esta vez pidió a los infiernos que les  cayesen desde el cielo gigantescas piedras de molino, pero sin juros, para que no escapara ninguno de ellos, lo que les provocó a los pícaros chicos aún más risas.

Otro día os comentaré algunas otras historias con las que tanto me hizo reír y pensar mi amigo, al que voy a llamar Cacharrito,  como lo bautizaron los camareros de los bares de Madrid, - por su manera de pedir los chatos de vino, así como suena: cacharritos -, que al verlo entrar por la puerta del bar jalonaban en voz muy alta: “¡Un cacharrito para Cacharrito!”; y, con el que, pese a la diferencia tan grande de edad que circulaba entre nosotros dos, me  cogí tantas  y tantas castañas de Debo 13 Cantaros a Nicolás, un Cigales de las Bodegas César Príncipe, en Fuensaldaña, Valladolid ; y con el que tanto reí.

La risa muchas veces me da que pensar mucho. ¿Por qué  no? La risa no tiene que brotar solo para dejar de pensar. La risa nos puede dar la ocasión de pensar con mucha más lucidez y despreocupación ante lo que no es nada importante, absolutamente importante: el yo social, - por ejemplo -, el de los ególatras, histriónicos, narcisistas y vanidosos; el de los raptores y abductores de acólitos, de personas que los adoren, reconocimiento social, y todo ello camuflado con un brochazo  de falso humanismo, compasión o conciencia social.

Todo esto del yo social lo dibuja muy bien Antaine de Saint Exupery en su prodigioso cuento El Principito, -  libro con el que los niños debieran de aprender a leer y luego tener en la mesa de noche hasta llegar a ser viejos, ¡los que lleguen! -, al hablarnos de la visita del personaje del cuento, nuestro querido Principito, que hemos de llevar siempre, dentro y fuera de nosotros, a los planetas del vanidoso y el rey.

Solar de Estraunza le dice al panadero que si el pan es del mismo tamaño que el del día anterior, que entonces no tenía que abrir la puerta, y que se lo pase por la cerradura. La reflexión que hago yo, mientras me río con esta historia, es la siguiente: “Si lo que me queréis vender como nuevo, es igual que lo de ayer, entonces, pasadlo por la cerradura, porque ese pan no tiene nada de distinto, no alimenta; porque lo nuevo y generoso solo es aquello que es verdaderamente humano y auténtico,  es aquello que no tiene ego que soportar, que no necesita  de prendas, al contrario que el vanidoso y el rey, de nuestro querido y amado El Principito, que son incapaces de vivir sin ellas.

Solar de Estraunza sale de su casa cabreado porque le quisieron vender un pan igual de pequeño que el del día anterior, un pan ante el que no hacía falta abrir la puerta, pues cabía por la cerradura. Los niños, al verlo con más cara de malas pulgas, le pasaron aun más la guasa. Solar de Estraunza les pide una más  terrorífica y apocalíptica plaga. ¡Quien empieza mal el día lo acaba peor! Cuando sientas que cada mañana te quieren seguir vendiendo el más de lo mismo, es decir, sus egos,  como tiburones al olor de la sangre, cada vez más insaciablemente hambrientos, -aunque esto solo sea una enfermedad que da una pena profunda-, no los dejes pasar, ni tan siquiera por la cerradura de la puerta de tu casa, y sal a la calle con una sonrisa contagiosa, recupera El Principito que siempre has llevado contigo, y los niños con los que te encuentres, al verte, te sonreirán, como no se los habías visto hacer nunca. ¡Gracias El Principito, tú que no necesitas prendas, tú que solo necesitas, - sí, necesitas, porque estás vivo-,  únicamente de lo invisible!

Se despertaba todas las mañanas de madrugada, un rato antes de que el panadero le tocase en la puerta de su casa para dejarle el pan. El hombre, al ver cada día que el pan que le traía el panadero era cada vez más y más pequeño, aquella mañana, cuando el panadero le tocó a la puerta de la casa, no le abrió esta vez, como era  su  costumbre, la puerta de su casa, sino que le respondió: “Si el pan es como el de ayer, no hace falta que te abra la puerta, pásamelo por la cerradura”. Como vamos a aludir a este hombre  varias veces en este artículo, lo vamos a llamar Solar de Estraunza Gran Reserva 2007, Rioja de La Puebla de La Barca, que por cierto, lo eligieron la semana pasada como uno de los dieciocho vinos mejores del mundo.

Esta historia me la comentó hace muchísimo tiempo un amigo que ya no está en este mundo físico, y que también me contó otras  muchísimas más con su magistral humor a prueba de toda tristeza. Era mi amigo un hombre que apenas pasó por la escuela, pues al quedarse su madre viuda, y él, huérfano a muy temprana edad, siendo él el mayor de muchos hermanos y primos, tuvo que ocupar el lugar paterno. Así que hizo del mundo su escuela, en el que anduvo con suma simpatía y humanidad, ¡hasta en sus peores momentos!, los de su vejez enferma, llena de achaques y dolores del cuerpo.