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Un balón de fútbol, una carta y las estúpidas herencias

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La certeza y majestuosidad de los niños viene dada porque nos despiertan, nos aturden, y nos vemos asomados a balcones con vistas y paisajes impensados, laudables y coherentes, y quedamos desahuciados durante instantes de ciertas y enconadas estupideces en las que vagamos orgullosos y ególatras.

Un grupo de niños palestinos fue capaz de enviar una carta al Secretario General de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-Moon, y solicitarle de manera educada y formal que se les devuelva el balón, que cayó sobre territorio palestino controlado por Israel, pues fue a parar al otro lado de la barrera de separación que comenzaron a construir estos, y que atraviesa su pueblo, y han indicado en su carta, sin complejos o demonios que los atosiguen, o vergüenzas que coarten palabras o gestos o reivindicaciones que, Israel ha quebrantado y no ha tenido en cuenta sus derechos al no devolverles el balón, o al no dejarles acceder a recuperarlo.

No han escrito ni dicho, pero lo pensarán, que nada quieren ellos saber de fronteras o banderas o religiones, nada, no prestan el más nimio atisbo. Lo único que merece su atención o preocupación es patear el esférico e inquieto balón, avanzar y cruzar por el campo improvisado de piedras y barro, irregular pero suficiente, único y el mejor. No hay otro. Y en esa diversión y juego, felices y extasiados, alojar el balón en la red, que seguramente no será red, sino una sencilla y fugaz línea trazada sobre el suelo embarrado y colmado de piedras, esbozada anteriormente con un trocito de madera, desgajado seguramente de algún árbol, o sobrante y excedente de algún artificio o estructura material.

Solo eso. Solo necesitan el balón, esférico y amigo. Nos olvidamos en ocasiones que el sortilegio de la vida, traza aforismos y conceptos que dan lugar a herencias, que en el fondo son cárceles y márgenes y despotismo, que en ninguna manera sostendrán ninguna convivencia factible y humana.

El terreno de juego, irregular y somnoliento, apagado y desértico, del pueblo de Kafr (Cisjordania) no acogió durante la pérdida del balón, la emoción y la pasión desenfrenada de los niños de la aldea. La verdad molesta, violenta, y escuece las llagas, ofusca las herencias, indolentes y ególatras de las fronteras y las banderas y las religiones, y aún más cuando es la niñez, sincera, ojos que miran fijamente, que muestran ausencia de complejos o vergüenzas o diferencias sociales, quienes estampan con un metafórico puñetazo sobre la mesa la misma, y la desnudan y extrapolan bajo perspectivas inauditas y frescas.

Solo necesitan el balón, nada más, todo lo demás lo ponen ellos.

Las fronteras y las banderas y las religiones, y los impedimentos, los ponen otros. Esas son las estúpidas herencias.

La certeza y majestuosidad de los niños viene dada porque nos despiertan, nos aturden, y nos vemos asomados a balcones con vistas y paisajes impensados, laudables y coherentes, y quedamos desahuciados durante instantes de ciertas y enconadas estupideces en las que vagamos orgullosos y ególatras.

Un grupo de niños palestinos fue capaz de enviar una carta al Secretario General de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-Moon, y solicitarle de manera educada y formal que se les devuelva el balón, que cayó sobre territorio palestino controlado por Israel, pues fue a parar al otro lado de la barrera de separación que comenzaron a construir estos, y que atraviesa su pueblo, y han indicado en su carta, sin complejos o demonios que los atosiguen, o vergüenzas que coarten palabras o gestos o reivindicaciones que, Israel ha quebrantado y no ha tenido en cuenta sus derechos al no devolverles el balón, o al no dejarles acceder a recuperarlo.