Albert Einstein decía algo así: “la única cosa que es absolutamente necesaria de saber es la ubicación de la biblioteca”. Como aún no lo hemos acribillado, en un nuevo intento de enterrar aquellos sucesos buenos, aquellos seres únicos y esperanzadores que “nos han ocurrido”, y salvado, a lo largo de la historia de nuestra vida, y en el afán de alzar estos centros a un lugar destacado al que siempre se les ha impedido llegar, comienzo este texto por el final, con una frase demoledora, de alguien demoledor que simpatiza con el planeta entero, cuando ya han pasado los años suficientes para empatizar, pero ese es otro asunto.
Las bibliotecas han sido, y son, preciosos lugares sombríos y aburridos. Llenos de un valor cultural, de conocimiento, que suele ser abrumador para según qué tipo de sociedad; abrumador y peligroso para los que mandan. Un lugar solitario y desapacible para una gran mayoría. Un lugar ignorado e innecesario para un porcentaje alto, más del que creemos. Y de verdad, siento mucho describir esta realidad, no solo observo a las personas maravillosas que acuden semana tras semana a nuestros centros en busca de lecturas que transforman, que enriquecen las emociones, también tengo que ampliar mi horizonte a todas aquellas que no lo hacen nunca.
Nos asustamos con los índices educativos, más concretamente, con los índices lectores, nos asustamos con la escasa comunicación e información banal que invade nuestro día a día, nos asustamos con los problemas sociales derivados de todos los aspectos anteriores, nos asustamos del elevado porcentaje de acoso en los centros educacionales, de cómo el fracaso engulle al equilibrio, al éxito. Dejamos de escuchar, de comunicar la razón de lo que sentimos y dejamos que la gran mentira haga el resto. Nos asustamos y solo pensamos en una única forma de ganar, y desechamos la posibilidad de compartir ideas que nos hagan ganar a la mayoría, lo que es lo mismo, el sentido común. Llevamos inmersos en una crisis social, comunicativa y humana de la que no tenemos constancia, ni si quiera en ningún otro contexto de crisis económicas o financieras que son las únicas que importan. Hemos pensado durante siglos que la cura de una herida económica, que provoca todo el diccionario de desigualdades sociales, no es otra que aumentar las posibilidades de un sistema que da claros signos de agotamiento y asfixia. La crisis entre las personas que se resuelva sola ¿verdad? creando así, y desde los últimos cincuenta años, una adicción a una forma de vivir cruel, devastadora y que producirá un colapso lento y doloroso, como todas las grandes extinciones reales y masivas.
No se pregunten nada, tampoco esperen respuestas. Creo que hemos superado esa tregua que nos da la propia existencia, y solo queda tiempo para apostar por la emoción; por la emoción de lo que somos, por la pasión de lo que somos, por las ideas, por la utopía en la que se ha convertido nuestra especie. La mía estoy a punto de describirla.
Las bibliotecas han sido, y son, preciosos lugares que inventan fórmulas capaces de transformar la naturaleza. Esto, además de una contracultura necesaria, es la cultura en sí misma. La biblioteca hace muchos años que dejó de ser ese lugar que alberga libros, para añadir un valor humano y de conocimiento compartido. La biblioteca es un espacio social, educativo y cultural que acoge campos de comunicación, información y visión real. Es una especie de gran observatorio del mundo. Es un laboratorio que fabrica oportunidades, que piensa localmente para actuar globalmente. Son encuentros de personas, las verdaderas redes sociales; son el medio, la herramienta, el vehículo y la proyección, todo en uno, más real que puedan imaginar. Pero también caben grises en mis emociones, las bibliotecas tienen un hándicap que impide todo lo que acabo de decir, y es que son lugares que no pueden ser controlados en una jerarquía, son lugares que requieren de un poder común, y eso es absolutamente peligroso. Ya bastante tienen, y nos permiten los grandes poderosos, los pobres, en soportar un bosque inmortal, como para encima, dejar de mandar. Pobre iluso.
Volviendo la realidad temporal, es decir, ahora mismo, y para finalizar este intento de ensayo reflexivo, lo estamos logrando. Las bibliotecas de esta última crisis, se están dibujando de forma atractiva, arrancando su “silencio por favor” para, de una vez por todas, contar al mundo que tenemos la llave de una posible solución, sin asegurarle a nadie que podamos conseguirlo, sin generar esa maldita expectativa que acaba matándonos y que tanto nos gusta asumir para enriquecer nuevamente al sistema equivocado.
Las bibliotecas más vivas que nunca antes en la historia, tienen la solución, si nos dejan claro.
Pablo Díaz Cobiella
Bibliotecario