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Bienvenidos a la industria de la felicidad, ¿qué desea?

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En un mundo de individualismo exacerbado, de muros de vergüenza y desigualdades sistémicas, de nuevas fronteras (tanto físicas, como emocionales, sociales o políticas), de guerras psicológicas y matanzas reales, de miradas de odio y cabezas inclinadas, de pedir limosna y mendigar comida, de pobreza en las calles, de asesinatos y posesión, de venganza, de ira, de miedo, de dolor. En un mundo de pánico mediático se nos plantea la felicidad como algo totalmente lejano. Pero aun así, la gran industria capitalista ha sabido encontrar un nuevo negocio que explotar y por medio de la autoayuda o la autocomplacencia te venden una falsa idea de felicidad momentánea para tratar de mitigar el dolor que hay en el mundo.

La conspiración del silencio en nuestra cultura no nos permite reconocer la verdad sobre cómo nos sentimos realmente, lo edulcoramos a toque de antidepresivo con el café, o lo maquillamos con un coche nuevo o un viaje al extranjero. Tratamos de adornar nuestra vida para que el poco tiempo que tenemos libre no lo dediquemos a pensar en cómo nos estamos sintiendo. Largas jornadas laborales que hacen que tu mayor éxito y sentido vital sea seguir trabajando y ganando un dinero que, en algún momento, esperas poder disfrutar. La industria se lo tiene muy bien montado, y ha convertido nuestra vida en un gran espectáculo de marionetas. Todos trabajando para mover las manos de un titiritero que siempre nos pide más, mientras tú trabajas para que algún día seas rico y puedas ser feliz, el titiritero mueve, tú trabajas.

Este silencio representa nuestro conflicto colectivo con una sociedad ciegamente neoliberalista que sigue pensando que buscar su propio bien (y ser rico) sin mirar a lo que le ocurre al resto hará que su camino sea más feliz. Somos animales amaestrados con un simple mensaje de egoísmo narcisista. Eso sí, cuando te entre la depresión o la culpa por ver tu lugar de privilegio, puedes estar tranquilo porque la industria también tiene un paquete especial para eso. Un kit exprés utilizado por influencers y famosos que consiste en irte de voluntariado a algún lugar tercermundista, sacarte cuatro fotos con los niños que hace un rato te pedían comida y sentirte un salvador colonial. Ah, y por supuesto, subirlo todo a tus redes sociales para que el resto vea el bien que has hecho.

Porque no nos engañemos, la felicidad ahora no está en la calle, está en la pantalla. En el mundo online sí que podemos ser felices, todo el rato y sin ninguna arruga en la cara. En la realidad virtual la felicidad está en todas partes: en el gimnasio, en la playa, en casa, en un restaurante… miles de momentos ficticios de felicidad capturada a toque de clic. Cada día, a través de los medios digitales, personas de todo el mundo consumen imágenes que les envían un mensaje sobre cómo ser feliz. Y ese mensaje es simple: fama y dinero. La happycracia, como diría Edgar Cabanas y Eva Illouz, parece una estrategia más de una industria centrada en sacarte el poco dinero que te quede. La felicidad ahora no es tener un buen empleo y poder irte de casa de tus padres, la felicidad es comprarte el último IPhone e irte a las Maldivas.

Mientras, seguimos viendo cómo crecen los casos de suicidio entre la juventud y nos preguntamos qué ha ocurrido si lo tenían “todo”. Quizás deberíamos pararnos un momento y observar a nuestro alrededor porque veríamos que la mitad de nuestras amistades jóvenes siguen compartiendo piso a los cuarenta y buscando un futuro estable. Yo no sé mucho sobre la felicidad, pero dudo que se pueda encontrar en un cuarto de cinco metros cuadrados y comiendo atún en lata al natural porque el aceite de oliva está demasiado caro. Creo que los libros de autoayuda y las tazas con mensajes positivos que tratan de animarte mediante el: “tú puedes con todo”, “el único fracaso es no levantarte de nuevo” solo empeoran una situación ya de por sí complicada. Porque quizás deberíamos reconocer que no podemos con todo y que, a veces, por mucho que te esfuerces y te levantes, sigues fracasando.

Hoy, 20 de marzo, es el Día Internacional de la Felicidad. Una celebración que fue proclamada en el año 2012 por la ONU para reconocer la importancia de la felicidad y el bienestar para todos los seres humanos. Pero como ocurre con todas las festividades, la teoría se ha quedado en el papel. Eso sí, algunos medios de comunicación han sabido poner el foco de atención en la importancia de la felicidad y en su relación con el bienestar social. Titulares como los del año 2023 en distintos periódicos anunciaban que “los canarios somos cada vez más pobres, pero más felices” tratando de romper con la propaganda industrial de un modelo socioeconómico basado en el turismo y que maquilla la realidad de exclusión social que opera en nuestras islas. Creo que es el momento de recapitular, de derribar el negocio, romper las cuerdas del titiritero, cerrar las redes y salir a las calles a gritar nuestro dolor, sin tapujos ni frases edulcoradas, porque lo que necesitamos no nos lo puede dar el gran comercio.

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