Espacio de opinión de La Palma Ahora
La carretera de Las Mimbreras
Hay cosas que uno no puede elegir porque le vienen dadas. Así el color de la piel, los rasgos de la cara, la familia donde nace y ese largo etcétera de circunstancias que nos marcan como a las reses de una ganadería. Uno elige aquellas cosas que forman parte de su entorno: un tipo de casa para vivir, una ropa, un peinado, el trabajo, los amigos y los caminos por los que quiere transitar. Yo he elegido los caminos que me han llevado durante años de un lugar a otro y entre ellos hay una carretera en el norte de la isla de La Palma que ha marcado mi vida, mi carrera profesional y mis sentimientos. Se llama Las Mimbreras y era de tierra cuando comencé a conducir por ella.
Habría que preguntarse por qué una carretera puede llegar a significar tanto. Decir “voy por Las Mimbreras” es toda una definición de principios, de un estado físico y mental, de una posición determinada ante la vida. Es como decir elijo la naturaleza frente al asfalto; elijo lo auténtico frente al artificio; elijo lo que me hace más feliz cultural y moralmente. Cuando voy a Garafía voy por Las Mimbreras que es como decir quiero ser la misma de hace cuarenta años; quiero sentir lo mismo que sentía al entrar en la magia de un lugar especial y distinto a todos los lugares que he conocido en mi vida; quiero sentir una vez más aquel sosiego, aquella rara felicidad que da la vida cuando la vida late a tu alrededor con el esplendor que lo hace en ese recorrido de apenas 15 kilómetros. Pinares salpicados de retamas en flor, castaños, fayas, brezos y laureles, palos blancos y mimbreras salen a recibirte; te asalta el vértigo al rozar los quitamiedos recubiertos de madera suavemente redondeada; te inunda el olor de un árbol florecido al borde de la carretera; te emociona estúpidamente una cerca y un grupo de vacas doradas con la mirada redonda y triste de las vacas.
Ella es la carretera que marca un antes y un después en mi vida. Ir por ella es disfrutar los momentos con la intensidad de lo efímero; es no tener prisa y hacer de los ojos la mejor cámara fotográfica; es grabar en la memoria el olor, lo frío del aire entrando por la ventanilla mientras María Callas inunda los riscos con su voz desde la radio del coche. Esa carretera es el principio y el final de la tierra que amas y da sentido a tu melancolía. Y por eso recuerdas cómo parabas el coche a finales de octubre para recoger las castañas caídas al suelo; cómo te bajabas a cortar los ramos de retama, las raíces y los bulbos que luego plantarías en la casa; cómo hacías un alto al final de una curva para mirar las plateadas cúpulas del observatorio; cómo descubrías a los amigos la belleza de los barrancos que ibas dejando atrás; y cómo un día enseñaste a los hijos y luego a los nietos las hadas y los duendes que saltaban de árbol en árbol acompañándote hasta la carretera general. Justo donde acababa el prodigio.
Hay cosas que uno no puede elegir porque le vienen dadas. Así el color de la piel, los rasgos de la cara, la familia donde nace y ese largo etcétera de circunstancias que nos marcan como a las reses de una ganadería. Uno elige aquellas cosas que forman parte de su entorno: un tipo de casa para vivir, una ropa, un peinado, el trabajo, los amigos y los caminos por los que quiere transitar. Yo he elegido los caminos que me han llevado durante años de un lugar a otro y entre ellos hay una carretera en el norte de la isla de La Palma que ha marcado mi vida, mi carrera profesional y mis sentimientos. Se llama Las Mimbreras y era de tierra cuando comencé a conducir por ella.
Habría que preguntarse por qué una carretera puede llegar a significar tanto. Decir “voy por Las Mimbreras” es toda una definición de principios, de un estado físico y mental, de una posición determinada ante la vida. Es como decir elijo la naturaleza frente al asfalto; elijo lo auténtico frente al artificio; elijo lo que me hace más feliz cultural y moralmente. Cuando voy a Garafía voy por Las Mimbreras que es como decir quiero ser la misma de hace cuarenta años; quiero sentir lo mismo que sentía al entrar en la magia de un lugar especial y distinto a todos los lugares que he conocido en mi vida; quiero sentir una vez más aquel sosiego, aquella rara felicidad que da la vida cuando la vida late a tu alrededor con el esplendor que lo hace en ese recorrido de apenas 15 kilómetros. Pinares salpicados de retamas en flor, castaños, fayas, brezos y laureles, palos blancos y mimbreras salen a recibirte; te asalta el vértigo al rozar los quitamiedos recubiertos de madera suavemente redondeada; te inunda el olor de un árbol florecido al borde de la carretera; te emociona estúpidamente una cerca y un grupo de vacas doradas con la mirada redonda y triste de las vacas.