Existe el volcán, con toda su carga de destrucción e infortunio, y los volcancitos, esos pequeños incordios que no dejan de cabrearnos, cosas como: “Ay, qué bonita es esta isla, conocía las otras seis, incluso La Graciosa, pero nadie me había dicho que La Palma era tan bonita, tengo que volver, cuándo hay otro volcán…”. Bueno, estos volcancitos son terribles, y no te digo: “Ánimo, mallorquines, vosotros podéis, ánimo, canariones, mucha fuerza”, etc. Recibo este guasap: “Ramón, qué que tal por Mallorca”, y le respondo que “en Mallorca bien, Nadal con su enorme yate y los políticos preocupados por la lingüística”. Otro me dice “qué tal por Las Palmas”, y yo que “Las Palmas bien, preocupados por si el Tenerife sube a primera y la Unión Deportiva, no”. Y a lo que voy, esto es como La Cenicienta, la más bella pero barriendo ceniza por todas partes, la menos conocida, pero aquella cuya belleza deslumbra, mi isla, LA PALMA, A VER SI NOS ENTERAMOS. Yo, como el príncipe del cuento, hace años que me enrollé con ella, y ahora es mi gurú, ella responde a todos mis sentimientos e inquietudes y acoge mis insuficiencias.