Espacio de opinión de La Palma Ahora
La dignidad
Dolor. Es un dolor para el alma escuchar las noticias. Saber que los niños van al colegio con hambre, que se desmayan, que caen. Dolor es escribir lo que escribo. Y pensar en esas madres que abren la nevera y solo encuentran ladrillos de hielo junto al eco del vacío y la desesperanza, mientras lanzan un aullido que nadie atiende. Que nadie prioriza. Es dolor y es vergüenza por unos gobernantes que se esconden tras los cristales ahumados de los coches oficiales, llenando la agenda de estupideces, de imaginativos derroches, de reformas terroríficas. Dolor es sentir que la injusticia se derrama sobre la tierra como impaciente charco de sangre.
Sordos, mudos, ciegos, viendo a buitres y a tecnócratas a sueldo alimentándose de los huesos de los caídos, de los trabajadores empobrecidos. Nos creemos a salvo, fortalezas que la injusticia nunca va a dañar ni demoler. Las desgracias siempre son de esos otros televisados, a los que culpamos de sus tristezas. Y si han perdido el hogar será porque irresponsables se endeudaron, y si perciben una ayuda cómo osan no declarar el cáncamo que les permitirá tirar unos días. Y si las calles se asfaltan de vagabundos, les daremos unas monedas a cambio de un justificante-garantía de que no las emplean en anestesiante vino. Sintiéndonos ajenos a su desgracia hasta que su desgracia comienza a parecerse terriblemente a la nuestra, y el hambre de sus hijos al hambre de los nuestros.
Pero ese ejército de heridos, avasallados por un sistema económico perverso, esos que tienen que elegir entre apagar la avaricia de los bancos o el hambre de sus hijos, esos que poseían una vida, una tranquilidad y un trabajo, piden solidaridad no caridad. Exigen un empleo no comida; reclaman respeto no compasión; demandan empatía, no desconfianza. Ese ejército de personas que lucha y se arremanga cada día para sobrevivir no tiene por qué pedir disculpas porque son víctimas; no tienen por qué sentir vergüenza sino rabiosas y crecientes ansias de justicia social. Porque poseen en sus brazos cansados y en su fuerza indoblegable toda la dignidad del mundo, toda la dignidad del ser humano.
mvacsen@hotmail.com
Dolor. Es un dolor para el alma escuchar las noticias. Saber que los niños van al colegio con hambre, que se desmayan, que caen. Dolor es escribir lo que escribo. Y pensar en esas madres que abren la nevera y solo encuentran ladrillos de hielo junto al eco del vacío y la desesperanza, mientras lanzan un aullido que nadie atiende. Que nadie prioriza. Es dolor y es vergüenza por unos gobernantes que se esconden tras los cristales ahumados de los coches oficiales, llenando la agenda de estupideces, de imaginativos derroches, de reformas terroríficas. Dolor es sentir que la injusticia se derrama sobre la tierra como impaciente charco de sangre.
Sordos, mudos, ciegos, viendo a buitres y a tecnócratas a sueldo alimentándose de los huesos de los caídos, de los trabajadores empobrecidos. Nos creemos a salvo, fortalezas que la injusticia nunca va a dañar ni demoler. Las desgracias siempre son de esos otros televisados, a los que culpamos de sus tristezas. Y si han perdido el hogar será porque irresponsables se endeudaron, y si perciben una ayuda cómo osan no declarar el cáncamo que les permitirá tirar unos días. Y si las calles se asfaltan de vagabundos, les daremos unas monedas a cambio de un justificante-garantía de que no las emplean en anestesiante vino. Sintiéndonos ajenos a su desgracia hasta que su desgracia comienza a parecerse terriblemente a la nuestra, y el hambre de sus hijos al hambre de los nuestros.