Espacio de opinión de La Palma Ahora
El sonámbulo (2)
Queridos amigos míos:
Gregorio, al llegar a su cuarto, llorando, cerró la puerta, buscó dentro del armario el álbum de fotos en blanco y negro que le fue rellenando su madre con los momentos de su infancia. Lo empezó a mirar detenidamente, foto por foto, vio cuando nació, los cumpleaños con toda la familia y los amigos, las bicicletas con las que primero jugó, los amigos de la niñez en la calle, los baños en la playa del muelle, hasta llegar a las de la primera comunión en donde detuvo el álbum.
El viaje de foto en foto, como de una galaxia a otra, le sentó como a un niño el arrullo en la cuna, o el canto de una nana; de una en una, fue viendo en ellas cosas de las que quizás no había sido consciente nunca, hasta sentía el olor de aquellos recuerdos, el del dormitorio, la casa, los cumpleaños, la calle, el salitre de la playa del muelle y el del incienso de la Iglesia. Al llegar a las de la primera comunión, con su traje de Caballero de la Cruz de Santiago Apóstol, sus lágrimas ya estaban secas y la expresión de su cara recobraba la dulzura de eternidades, que era ese el tiempo que le parecía que su matrimonio había naufragado.
Dejó el álbum abierto sobre la mesa donde estaban las fotos de la primera comunión. Se levantó a poner música, ‘Las Gymnopedies’ de Erik Satie, y a servirse en una copa de balón, sin hielo, de una botella de Ron Valle que tenía guardada como oro en paño, para las grandes ocasiones, un buen bambarriaso del licor, pues pensó que por qué no podría ser la noche de su muerte ese gran momento.
Lo empezó a sorber, dándole giros a la copa, muy poco a poco, mirándose en el día de su primera comunión, en su traje. Mascaba la pregunta que desechó a partir de cuando tuvo aquel choque abrupto con el cura de religión en el aula, en sexto de bachiller, y de cuando con dieciocho años entró a formar, en la Universidad, parte de una célula del Partido, en la que leyó el ‘Politzer, principios fundamentales de filosofía’ y más tarde, de Marta Harnecker, ‘Principios elementales del materialismos histórico’. Ambos libros impermebealizaron su cerebro a cualquier gotera de espiritualidad.
Empezó a pensar Gregorio: “Bueno, ¿y si fuese cierto lo de la otra vida?”. Se sirvió el segundo ron con los pensamientos puestos en esa otra vida. “Pues si hay otra, lo sabré esta noche o mañana por la mañana. De una cosa si estoy seguro, de que esta noche no me levanto a tomar agua, ni a ir al baño”. Dio al álbum de fotos para atrás, hasta al principio, y luego otra vez hacia adelante hasta las fotos de la primera comunión, en donde se volvió a detener. En el trayecto acabó de vaciar la botella entera de Ron Valle, sonriendo y diciendo para sí: “Mañana no voy a tener resaca, de eso si estoy seguro del todo”.
Al meterse en la cama se sorprendió haciendo lo que llevaba tanto tiempo sin hacer, persignándose, por la señal de la santa cruz, y rezando un padrenuestro, padre nuestro que estás en los cielos. La sonrisa no se apartó de su cara. Murió sonriendo.
Gregorio creyó entrar en un sueño cuando dejó su cuerpo, se levantó de la cama y vio cómo su cuerpo se quedaba en ella. Se volvió a sentar en la misma silla en donde estuvo tomando la última y preciada botella de Ron Valle, y viendo las fotos de su niñez ¡Todo estaba igual a como lo había dejado! Amanecía, sonaba el despertador de Eduviges, y ella salió a trabajar al sonido de sus tacones de aguja sin ni siquiera pasar por su cuarto, a ver si estaba vivo o no.
Gregorio no quería salir de su cuarto. Llegó la mujer que les arreglaba la casa, que se encontró con su cadáver, luego el médico y los de la funeraria, que lo pasaron a un ataúd. Veía como venían amigos y vecinos a acompañar su cuerpo. Más tarde vio cómo llegaba Eduviges con la música de sus tacones, y les pidió, por favor, que la dejasen sola un momento con Gregorio; vio cómo ella desnuda se quitó la vida encima de su cadáver, y cómo, al hacerlo, salía de su cuerpo y se lo encontraba a él. (No os puedo comentar hoy como fue aquel encuentro, Esther R. Medina me ha vuelto a decir: “Brevedad, Chuchú, que esto es un periódico online”, y yo, a todo lo que me diga ella, le hago caso al pie de la letra). Gregorio se preguntaba si todo aquello que él estaba viendo suceder era fruto de los rones de por la noche, o un mal sueño, pero no, tenía bastantes evidencias de ello, de que él y Eduviges, en menos de veinticuatro horas de diferencia, el uno del otro, habían pasado a otra existencia, felices, con la que no contaban ninguno de ellos dos.
Quisieron Gregorio y Eduviges quedarse un rato más en esta realidad, para ellos mismos ir a su propio entierro. El ataúd, con ellos dos dentro, al día siguiente fue bajado a la calle, y luego fue llevado caminando y a hombros hacia el cementerio; al paso por la casa de las dos hermanas que habían encargado la ruptura de aquel amor a un primo santero, ellas que estaban en la ventana pudieron ver, pues tenían alguna conexión con el otro mundo, cómo la pareja iba feliz y de brazo. Las hermanas, presas de pánico, fecharon toda la casa hasta que unas semanas más tarde hubo que abrirla por la fuerza. El espíritu de ellas, entre arrepentimientos, fue engullido por las paredes de la casa, desde donde muchas veces se les escucha pedir perdón por las noches de Luna llena, y el cuerpo fue descomponiéndose.
La visión de Gregorio y Eduviges transcurría entre realidades del mundo que acababan de dejar, y del que estaban llegando. Al pasar por La Favorita, les dio aquella casa olor a chocolate, como la de Hansel y Gretel, pues allí estuvo la fábrica de chocolate La Mascota; también escucharon a la Orquesta Broadway que no para de seguir ensayando en donde mismo, esperando a que le hagamos el esperado homenaje. Hasta la llegada al cementerio se estuvieron cruzando con personas que ya habían muerto y que se reconocían, y al llegar al Cementerio Civil, se encontraron con que Bruno Brandt los estaba esperando con su mujer y su hijo. Las dos familias tenían gran amistad, y Gregorio, la mejor colección del pintor.
Abrazos por El Lado del Corazón. Salud y Alegría Interior
Las Cosas Buenas de Miguel
Queridos amigos míos:
Gregorio, al llegar a su cuarto, llorando, cerró la puerta, buscó dentro del armario el álbum de fotos en blanco y negro que le fue rellenando su madre con los momentos de su infancia. Lo empezó a mirar detenidamente, foto por foto, vio cuando nació, los cumpleaños con toda la familia y los amigos, las bicicletas con las que primero jugó, los amigos de la niñez en la calle, los baños en la playa del muelle, hasta llegar a las de la primera comunión en donde detuvo el álbum.