Espacio de opinión de La Palma Ahora
Enterrado en los ojos que un día besó (41)
A Literato, Ulrike y El Charro no les cogió de improviso las afirmaciones hechas por Fernando e Hiperión sobre la no autenticidad de las fotos y relatos vertidos por Sor Ácrata en el rotativo El Caso. Maguisa, al venir caminando con ellos, desde El Comunista hasta La Taberna de Chueca, les fue hablando del trucaje contenido en aquellas imágenes, y, Literato, que ojeó alguno de los textos, hizo el comentario de que estaban llenos de mentiras. Tampoco les cogió de improviso a Ninnette, Lissette y El Chivato Tántrico, que venían del mortuorio de dar refugio a la familia y amigos de Fernando, e intentar, por si apareciese, -como hizo cuando la muerte de Hiperión-, que Sor Ácrata no influyese en el camino espiritual del difunto Fernando. Sor Ácrata apareció en el mortuorio, -¡ella para no!-, pero al sentir la presencia de los sacerdotes de tantra blanco, limitó su estancia a entregar, a cada uno de los participantes en el duelo, un ejemplar del periódico El Caso, -¡hasta llegó a darle uno a Fernando, que el pobre, su cuerpo estaba muerto dentro del ataúd!-, y luego salió fugada hacia el taller de Manolo, El Escultor, para que no dejase de pensar siquiera un instante en que quería su estatua para Epifanía. Y no les cogió tampoco de improviso a estos sacerdotes de la sexualidad sagrada porque al salir del mortuorio cogieron una taxi hasta La Taberna de Chueca en el que fueron leyendo y comentando El Caso, en una edición que solo tenía de especial los trucos fotográficos y las mentiras . Al bajar del taxi, en Chueca, El Chivato Tántrico quiso abrir la puerta de cristal cencellado por el frío de La Taberna de Chueca, pero no pudo, la habían cerrado de nuevo. Tocó, y la abrió el mismo camarero que lo había hecho cuando la golpeó con sus nudillos Literato. El Charro, cuando los divisó, pidió copas para ellos tres, las rebosó, e hizo una segunda ronda con ellos, un segundo brindis. Así que, ni unos ni otros, pues unos y otros habían observado detenidamente El Caso, se sintieron de improviso por las tajantes afirmaciones de Fernando e Hiperión desarmando los argumentos de aquella edición intempestiva. Como tampoco se sintieron de igual manera, de improviso, por el hecho de estar nuevamente tratando con muertos, -en este caso tres, Hiperión, Sigrid El Ángel Pelirrojo y Fernando-, aquellos que no estaban acostumbrados a estos vaivenes imparables de La Barca de Isis, a este navegar incesante de la vida a la muerte y de la muerte a la vida, que no se sabe ni en qué aguas comienza ni en qué aguas acaba.
Sigrid, El Ángel Pelirrojo, seguía pensando en su hijo Werther, en lo parecido que era a su padre, Literato; en la pena tan honda que sentía por no haber podido ejercer de madre con Werther, al haber derivado su vida al consumo extremo de alcohol y la locura, por lo que tuvo que ser ingresada por su familia al poco de nacer su hijo en una clínica psiquiátrica en un pueblo cerca del que ella había nacido en Alemania. Sigrid seguía mirando a Literato y a Ulrike que le transmitían paz y serenidad, la paz y la serenidad que a ella le faltó gran parte de su vida. Intuía que iban a ser unos buenos padres para Werther, que Ulrike iba a ser con él igual de buena madre que lo fue con Hiperión, y que a ellos dos, Ulrike y Literato, les iba a venir bien el dar refugio a Werther, que no había congeniado nunca con su abuelo, -el padre acosador del Ángel Pelirrojo-, y que su abuela, por su antigua enfermedad de corazón ya no se podía hacer cargo de él. A la vieja señora probablemente le faltaba poco por vivir. Literato y Ulrike, por la manera que El Ángel Pelirrojo los miraba, intuían los pensamientos que estaba teniendo. Sigrid se levantó de la mesa en la que estaba sentada con Fernando e Hiperión, y fue a dar con el padre de su hijo y la que se iba a convertir en su madre. Cuando estuvo a la altura de ellos se abrazaron los tres. Ulrike le comentó que esa mañana habían estado hablando ellos dos el tema desayunando en la cocina y que estaban decididos en adoptar a Werther. Si él, al ser mayor de edad dentro de poco tiempo, y su abuela, lo deseaban, se convertirían entonces en sus padres. Sigrid los volvió a abrazar y se fueron los tres a sentarse con Hiperión y Fernando.
Volvieron a tocar los cencellados cristales de la puerta de La Taberna de Chueca. Cada vez que se abría aquella puerta se sentía que entraba un frío de osos polares. Esta vez quien tocaba era el Mariachi que aún no se había acostado, no habían pasado por las sábanas. ¡Ellos se alimentan de hacer de la noche día y del día, día! El mariachi entraba con una estela de prostitutas de la calle La Ballesta y de la de Echegaray. El Charro volvió a pedir otras tres botellas de absenta y copas para todos los que acababan de entrar, que procuró de rebosar. El camarero esta vez tardó algo más en poder cerrar la puerta, - el frío que se sintió duró muchísimo más-, Pepe Legrá, El Puma de Baracoa, Las Dos Pumas Rubias y Mikell Norell, venían detrás del Mariachi y las prostitutas, y también habían decidido continuar la noche haciendo del día, día. Todos los parroquianos bebían absenta con cierta ansiedad, querían homenajear de esa manera a la generación de los locos pintores y escritores románticos, aunque no acabar como ellos, como lo hizo al pie de la letra Hiperión.
Hiperión, en la mesa que ya llevaba su nombre, la mesa en la que estaban sentados y hablaban muertos y vivos, manifestaba entre ellos su acuerdo en que sus padres le dieran refugio a Werther. Sigrid, El Ángel Pelirrojo, le había contado cómo ella había quedado embarazada de Werther, en la misma playa y el mismo día que Ulrike, su madre, había preñado de él, siendo Literato el padre de ambos niños, de dos hermanos de distintas madres y un mismo padre. “En esa playa, la que está pegada a la de los viejos Cancajos, la que da para los cuarteles, allí, Mónica y yo rompimos nuestra virginidad, dieciséis años después, quedando ella embarazada ¿Qué tiene esa playa? Esto de lo que os voy a hablar ahora no lo sabe nadie fuera de la secta, solo los que hemos sido iniciados por Sor Ácrata, y, leyendo lo que dice El Caso, pienso que es el momento de que se vaya sabiendo ya. Una vez Mónica quedó preñada, ella y yo estábamos de acuerdo, a nuestro pesar, en desprendernos del nacituro, porque no nos sentíamos preparados para ser padres siendo tan jóvenes. Sor Ácrata nos estuvo bombardeando por parte y parte. A Mónica la trató de convencer de que me abandonase, de que yo no le convenía por mi afición al psicoanálisis. La convenció y le buscó otra pareja. Mónica empezó a comportarse de manera diferente conmigo. Yo no lo conocía así. A mí, Sor Ácrata me dijo que los hijos que se tuvieran dentro de la secta, ella, Sor Ácrata, por su papel de sacerdotisa, podía ejercer el control sobre ellos. Ella pasaba a ser la dueña de los niños y a hacer lo que quisiera con ellos, y los neófitos, padres de la criatura, ascenderían en grado e iniciaciones en función de esa disposición a ceder los hijos ¡Así funcionaba aquella estructura piramidal! Procrear hijos para Sor Ácrata y de esta manera el iniciado ascender en grado. Las nodrizas desaparecían durante el tiempo que el embarazo era visible. Las familias y sus parejas no volvían a saber de ellas, -como ahora no se sabe nada de Diotima y de la pareja del Quemado que están desaparecidas-, hasta que pariesen y Sor Ácrata les usurpase la criatura a la que ya tenía vendida por una cantidad ingente de dinero a una familia de adopción. ¡Me imagino que os estáis preguntando para qué quería Sor Ácrata vender los niños! Con este dinero aumentaban las arcas de la secta que dispondría de más medios para encontrar nuevos neófitos y así esperaban llegar un día a gobernar el planeta de la misma manera que lo hacían con la secta, de forma piramidal. Mónica tuvo un aborto involuntario. Se negó a querer al novio que le había buscado Sor Ácrata. Su madre murió de cáncer. El padre quiso irse a vivir con ella a La Palma. En La Palma volvió a tomar la pista de Ninnette, Lissette y El Chivato Tántrico, y esto la salvó de morirse como yo me he muerto, de puro abandonarme, falto de fuerzas para combatir aquel mal paso que di cuando Sor Ácrata me inició, cuando me tragó haciéndome el sexo como lo hace la amantis religiosa, vaciándome espiritualmente”.
Hiperión calló. Se quedaron en aquella mesa los cinco absolutamente enmudecidos y mirándose limpiamente a los ojos, intentando buscar calladas respuestas, en esos lagos del alma, a todo lo que ocurría a su alrededor. Se empezó a escuchar en medio de aquel silencio al Mariachi: “La luz que en tus ojos arde/si los abres amanece/cuando los cierras parece/que va muriendo la tarde……”
En una de las suites del Palace, Constantine y La Colegiala, aquella enigmática mujer, practicaban El Agua Sagrada de Ruanda, modalidad de práctica sexual que Constantine había aprendido de mano de Ninnette, Lissette y El Charro, la noche anterior, después de cenar, en La Carmencita. La Colegiala, que se había hecho profesional del sexo, solo en hoteles de lujo, después de abandonarla El General Gabacho, le confesó a Constantine que no había conocido una cosa igual. Cuanto más practicaban El Agua Sagrada de Ruanda, más energía sentían para seguir jugando. No habían dormido la noche anterior, no habían dormido durante la mañana, pero no tenían ganas de hacerlo. Sonó el teléfono en la suite. Constantine lo levantó. Al otro lado estaba puesta su compañera de reparto en tantas y tantas películas rodadas en Roma, su paisana Maguisa, del barrio de Calcina, en Santa Cruz de La Palma, que quería que el divo escuchase la canción que estaba cantando, en ese mismo momento, en La Taberna de Chueca, El Charro y su Mariachi“: …Las penas que me maltratan/son tantas que se atropellan/y como de matarme tratan/se agolpan unas a otras/ y por eso no me matan.”
Constantine le preguntó a Maguisa que dónde estaban. Miró preguntando con sus ojos a La Colegiala que mostró visiblemente con su mirada su asentimiento, y dijo por el auricular del teléfono: “Cielo, en un momento estaremos en La Taberna de Chueca. Lo que tardemos en prepararnos”.
A Literato, Ulrike y El Charro no les cogió de improviso las afirmaciones hechas por Fernando e Hiperión sobre la no autenticidad de las fotos y relatos vertidos por Sor Ácrata en el rotativo El Caso. Maguisa, al venir caminando con ellos, desde El Comunista hasta La Taberna de Chueca, les fue hablando del trucaje contenido en aquellas imágenes, y, Literato, que ojeó alguno de los textos, hizo el comentario de que estaban llenos de mentiras. Tampoco les cogió de improviso a Ninnette, Lissette y El Chivato Tántrico, que venían del mortuorio de dar refugio a la familia y amigos de Fernando, e intentar, por si apareciese, -como hizo cuando la muerte de Hiperión-, que Sor Ácrata no influyese en el camino espiritual del difunto Fernando. Sor Ácrata apareció en el mortuorio, -¡ella para no!-, pero al sentir la presencia de los sacerdotes de tantra blanco, limitó su estancia a entregar, a cada uno de los participantes en el duelo, un ejemplar del periódico El Caso, -¡hasta llegó a darle uno a Fernando, que el pobre, su cuerpo estaba muerto dentro del ataúd!-, y luego salió fugada hacia el taller de Manolo, El Escultor, para que no dejase de pensar siquiera un instante en que quería su estatua para Epifanía. Y no les cogió tampoco de improviso a estos sacerdotes de la sexualidad sagrada porque al salir del mortuorio cogieron una taxi hasta La Taberna de Chueca en el que fueron leyendo y comentando El Caso, en una edición que solo tenía de especial los trucos fotográficos y las mentiras . Al bajar del taxi, en Chueca, El Chivato Tántrico quiso abrir la puerta de cristal cencellado por el frío de La Taberna de Chueca, pero no pudo, la habían cerrado de nuevo. Tocó, y la abrió el mismo camarero que lo había hecho cuando la golpeó con sus nudillos Literato. El Charro, cuando los divisó, pidió copas para ellos tres, las rebosó, e hizo una segunda ronda con ellos, un segundo brindis. Así que, ni unos ni otros, pues unos y otros habían observado detenidamente El Caso, se sintieron de improviso por las tajantes afirmaciones de Fernando e Hiperión desarmando los argumentos de aquella edición intempestiva. Como tampoco se sintieron de igual manera, de improviso, por el hecho de estar nuevamente tratando con muertos, -en este caso tres, Hiperión, Sigrid El Ángel Pelirrojo y Fernando-, aquellos que no estaban acostumbrados a estos vaivenes imparables de La Barca de Isis, a este navegar incesante de la vida a la muerte y de la muerte a la vida, que no se sabe ni en qué aguas comienza ni en qué aguas acaba.
Sigrid, El Ángel Pelirrojo, seguía pensando en su hijo Werther, en lo parecido que era a su padre, Literato; en la pena tan honda que sentía por no haber podido ejercer de madre con Werther, al haber derivado su vida al consumo extremo de alcohol y la locura, por lo que tuvo que ser ingresada por su familia al poco de nacer su hijo en una clínica psiquiátrica en un pueblo cerca del que ella había nacido en Alemania. Sigrid seguía mirando a Literato y a Ulrike que le transmitían paz y serenidad, la paz y la serenidad que a ella le faltó gran parte de su vida. Intuía que iban a ser unos buenos padres para Werther, que Ulrike iba a ser con él igual de buena madre que lo fue con Hiperión, y que a ellos dos, Ulrike y Literato, les iba a venir bien el dar refugio a Werther, que no había congeniado nunca con su abuelo, -el padre acosador del Ángel Pelirrojo-, y que su abuela, por su antigua enfermedad de corazón ya no se podía hacer cargo de él. A la vieja señora probablemente le faltaba poco por vivir. Literato y Ulrike, por la manera que El Ángel Pelirrojo los miraba, intuían los pensamientos que estaba teniendo. Sigrid se levantó de la mesa en la que estaba sentada con Fernando e Hiperión, y fue a dar con el padre de su hijo y la que se iba a convertir en su madre. Cuando estuvo a la altura de ellos se abrazaron los tres. Ulrike le comentó que esa mañana habían estado hablando ellos dos el tema desayunando en la cocina y que estaban decididos en adoptar a Werther. Si él, al ser mayor de edad dentro de poco tiempo, y su abuela, lo deseaban, se convertirían entonces en sus padres. Sigrid los volvió a abrazar y se fueron los tres a sentarse con Hiperión y Fernando.