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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Enterrado en los ojos que un día besó (6)

En La Taberna de Chueca Mónica hizo un alto en la lectura del libro de poemas de Hiperión. El padre de Hiperión había rastreado todas las fotos que contiene La ciudad soñada y desembocado en una, la de Sigrid, El Ángel Pelirrojo, en la que absorto y embebido había navegado. Se desentendieron ambos de cada libro que tenían en las manos. Se sonrieron y él le preguntó cómo se pudo desembarazar del guardia civil de la aduana en el aeropuerto de Barajas.

“El guardia civil pensó que La ciudad soñada se trataba de un libro pornográfico al tener como foto de portada a tres señoritas en bañador que a él les llamó muchísimo la atención. Vio que en las páginas centrales había más fotos aún. Las estuvo examinando una por una, y no encontró nada de lo que pensaba decomisar. Me quiso entregar el libro pero al momento desistió. Luego me dijo que solo tenía otra cosa en contra del libro. Le pregunté cuál, y me dijo que la fecha de publicación era del dos mil dieciséis, y que estábamos en el mil novecientos setenta y uno, y que eso no era legal. Yo no sabía qué responderle. Me vi en la situación de que me iba a requisar el libro, pero se me ocurrió decirle, cuando me vi  sin argumentos, que aquello lo más probable es que haya sido un error mecanográfico. Me preguntó qué quería decir aquella palabra, mecanográfico. Le respondí que un error de la máquina de escribir con la que fue escrita el libro. Se echó a reír y me dijo que le diga al que  pulsó la tecla que dispare mejor, que tenga mejor puntería. Yo me reí y así pude salir con el libro dentro del bolso y sin que me mirase nada de lo que traigo de contrabando”.

El padre de Hiperión le sirvió otra copa de Mibal Roble y le dijo que unos años antes de casarse había estado en La Palma, haciendo el cuartel, de alférez; que algunas tardes iba por La Cosmológica y que trabó contacto personal y literario con muchas de las personas, escritores, pintores y músicos de los que Eladi habla en su libro; y que se había quedado impresionado del potencial artístico que había en Santa Cruz de La Palma. La decisión de hacer el viaje de luna de miel a La Palma fue  más de su mujer que suya. Tenía unas cuantas amigas que conocían la isla y quería venir a visitarla. Él no se había opuesto en nada  a sus deseos y había descubierto que a él  le gustaría regresar. Presentía que le iba a ocurrir algo. Le comentó que durante aquel año en el que había hecho las milicias, el cuarenta y nueve, había explotado un volcán, el de San Juan, y que curiosamente, hacía dos meses y tres días acababa de explotar otro, el Teneguía. Sonrieron. Miraron para la boca de metro de Chueca. La madre de Hiperión alcanzaba los últimos escalones y se dirigía a La Taberna de Chueca. El padre nada más verla le dijo al camarero que le trajese otra copa para servirle a su mujer y se levantó para abrirle la puerta y acompañarla hasta la mesa en donde estaban sentados.

Mónica y ella se besaron y hablaron por unos minutos en alemán. A la madre de Hiperión se le fueron sus ojos hacia el libro que había traído Mónica, a la foto de la portada, y dijo: “Yo conozco esa playa y a esas tres mujeres. Es más, cuando hicieron esa foto, el fotógrafo estaba al lado nuestro”. Se fue a las fotos del interior del libro y las observó en silencio.

Mónica siguió conversando con el padre de Hiperión. “Un día, de los de nuestro último viaje a La Palma, estábamos Hiperión y yo en la playa de Los Cancajos con nuestro equipo de submarinismo. El brazo izquierdo de lava volcánica de la playa tenía un túnel submarino que conectaba con otra playa que no era del uso de bañistas sino de algunos pescadores. Decidimos cruzarlo, aventurarnos, sin saber su longitud. Llegó un momento en el que nos encontramos sin respiración. No veíamos ni la claridad de donde habíamos partido, ni la de a dónde teníamos que llegar, pero sí una especie de claraboya por la que entraba luz desde lo alto. Nos hicimos señas de emerger, pues estábamos exhaustos, ya sin aire en los pulmones. Sacamos nuestras cabezas al exterior para tomar aire. Salir por el hueco de la claraboya era imposible. Decidimos tranquilizarnos, tomar aire durante varios minutos e intentar salir por el otro extremo del túnel submarino, pues era lo que nos decía nuestro instinto a cada uno”.

 “Acertamos en nuestra determinación, el tramo que nos faltaba por margullir era algo menos largo que el que ya habíamos hecho. Aún así, nos costó esfuerzo volver  a la superficie del mar. Yo tragué agua al intentar soltar el tubo, perdí por algún tiempo el conocimiento. Lo recobré  fuera del mar, en tierra. Hiperión me había llevado hasta la orilla. Estaba a mi lado. Vomité un poco y me empecé a sentir bien. Habíamos pasado de una muerte casi segura los dos, a él salvarme la vida. Yo no tenía ganas de que él se apartase  de mí. La muerte había estado muy cercana de los dos. Yo solo tenía ganas de quererlo, y él a mi por igual. La proximidad de la muerte hizo que nos abrazáramos dejándonos de sentir como hermanos, que nos sintiéramos como hombre y mujer. En aquella playa nos bautizamos en el amor carnal. Luego regresamos a  Los Cancajos nadando”

La madre de Hiperión, que no perdía detalle de cada foto, y que a la vez estaba en cada una de las palabras que decía Mónica, dijo que en aquella misma playa, la de la iniciación sexual de ellos dos, había sido concebido, durante su luna de miel, Hiperión. El padre de Hiperión sonrió, dijo que habían ido nadando, pero que un súbito cambio de mar los retuvo en tierra, y viendo que la mar no cambiaba, hicieron el amor y se decidieron a regresar a Los Cancajos caminando, atravesando la cresta volcánica que separa las dos playas. La madre de Hiperión comentó que siempre había estado segura de que en aquel momento había quedado preñada de Hiperión, y que el escuchar por boca de Mónica aquella historia que le ocurrió con su hijo no dejaba pie a ninguna duda. Hiperión se había iniciado sexualmente con Mónica en el mismo sitio en el que fue concebido; o viceversa, fue concebido en el mismo sitio donde se había iniciado sexualmente con Mónica.

Los camareros de La Taberna se acercaron a preguntar la hora en la que sería incinerado Hiperión. Preguntaron si ellos podían llevar al crematorio la bebida y las cosas de picar. Los padres contestaron que muy agradecidos, y que llevasen un poco mas de mercancía, pues la cofradía del porro de hierba, los universitarios que se liaban porros debajo de la farola en frente del Comunista, que eran alumnos del padre de Hiperión, iban a ir también al crematorio, y que entre porro y porro, ellos eran de tomar algún trago de absenta.

Los camareros miraron a la botella de Mibal Roble, que estaba vacía. Preguntaron si querían que les abriesen otra. Les respondieron que habían quedado a cenar en El Comunista con los cofrades del porro de hierba, y que si tomaban otra botella mas iban a llegar tarde, pero les dieron las gracias de igual manera que si la hubieran tomado, y quedaron en verse con los camareros al día siguiente en el crematorio. (Hiperión había dejado dicho que no quería que lo pasasen por la iglesia). Los camareros los acompañaron hasta la puerta de salida.

La madre de Hiperión tomó a cada uno del brazo, a Mónica y a su marido. Empezaron a caminar con dirección al Comunista. Miró a su marido y le preguntó: “¿Reconociste a  Sigrid?”. Él sonrió agriamente y pensó al mismo tiempo: “Una mujer como ella no se puede olvidar nunca”. Luego dijo:“Toda ella era un halo de inevitable tragedia de color pelirrojo”.

En La Taberna de Chueca Mónica hizo un alto en la lectura del libro de poemas de Hiperión. El padre de Hiperión había rastreado todas las fotos que contiene La ciudad soñada y desembocado en una, la de Sigrid, El Ángel Pelirrojo, en la que absorto y embebido había navegado. Se desentendieron ambos de cada libro que tenían en las manos. Se sonrieron y él le preguntó cómo se pudo desembarazar del guardia civil de la aduana en el aeropuerto de Barajas.

“El guardia civil pensó que La ciudad soñada se trataba de un libro pornográfico al tener como foto de portada a tres señoritas en bañador que a él les llamó muchísimo la atención. Vio que en las páginas centrales había más fotos aún. Las estuvo examinando una por una, y no encontró nada de lo que pensaba decomisar. Me quiso entregar el libro pero al momento desistió. Luego me dijo que solo tenía otra cosa en contra del libro. Le pregunté cuál, y me dijo que la fecha de publicación era del dos mil dieciséis, y que estábamos en el mil novecientos setenta y uno, y que eso no era legal. Yo no sabía qué responderle. Me vi en la situación de que me iba a requisar el libro, pero se me ocurrió decirle, cuando me vi  sin argumentos, que aquello lo más probable es que haya sido un error mecanográfico. Me preguntó qué quería decir aquella palabra, mecanográfico. Le respondí que un error de la máquina de escribir con la que fue escrita el libro. Se echó a reír y me dijo que le diga al que  pulsó la tecla que dispare mejor, que tenga mejor puntería. Yo me reí y así pude salir con el libro dentro del bolso y sin que me mirase nada de lo que traigo de contrabando”.