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Esencias

Quizás sea, de nuevo, de los textos más difíciles que he escrito, y sospecho que siempre será así. Hoy hace un tiempo que ya no está su cuerpo entre nosotros, y no me apetece escribir un recordatorio de lamentos y homenajes posibles, y menos en este año lustral en el que está más vivo que nunca. Y digo esto, porque me resulta imposible hablar de que ya murió. Una vez superada la tristeza se alcanza una bellísima forma de reencuentro, no desde algo metafísico sino de recuerdos esenciales. Ya hemos hablado muchas veces de lo que él, y yo, ahora, entendemos como muerte. Y claro, no le quedó más remedio que esbozarla en un entorno de cariño o amor, por eso de que no hubiera una sola reseña a la preocupación o miedo a morirse, entiéndase cariño o amor como un camino más de la propia existencia, sin religiones, ni dioses, ni actos de entrega de almas ante la puerta celestial, sino algo humano, en las profundidades originarias del ser, en la valentía de ser, en la ciencia que aún está por explorar, en la fórmula de esa materia indeleble que puede ser un beso, una caricia. Es la forma que eligió, y es esencia.

Quiero sentarme en un sillón y hablarte de muchas cosas, frente a frente. Sé que tú harás lo mismo, como todos los abuelos que esperan la llegada de sus nietos; suelen estar impacientemente felices en el lugar de estar, reclamando un abrazo que llega corriendo y lleno de intenciones, por ambas partes. Ese acto, de sillón a sillón, es esencia.

Suena el Minué, porque es época de que suene la música de la bajada. Y quiero que escuches, que entres en ella, que te imagines un coro de niños, no Cantores de Viena, sino niños correteando por la plaza mientras cantan el minué, nada preciso, sino con los fallos que hacen que los niños sean niños y la plaza, plaza. Claro porque antes de que se masificara la bajada y pasara a ser un producto valioso y económicamente explotable, existía la plaza sencilla, de todos, Santo Domingo. Este acto, de recuerdo de lo nuestro, es esencia.

Supongo que en breve, bajará tu amigo y compañero Ángel Camacho por las escaleras, y pegarás un grito de inmensa alegría y tranquilidad, porque sabes que representa tu continuación, esa que llevas dentro, el músico elegante y firme que resalta los pequeños detalles, a modo del fundamental leitmotiv. Las partituras irán de un lugar a otro, las manos se manchan de tinta representando acordes, pentagramas, corcheas, trombones, clarinetes y voces. Y así sucederá la tarde, entre amigos y trabajo, también es esencia.

Los enanos y la Virgen. Es imposible separarlos y más cuando la Virgen de las Nieves es algo más que presencia religiosa. Ni la loa es un acto ante dios o la iglesia, es un himno desnudo sin banderas ni estandartes, es Virgen en su estado puro, en su entrega incondicional al pueblo, es madre, es mujer valiente, como su trono que baja desarmado haciendo valer su poder eterno no sobre el pueblo sino a disposición de él. Y los enanos, esa fábula inimaginable que se hace realidad, esa incontestable muestra de ilusión verdadera, aquella que transforma la solidez de un hombre en la inocencia de un niño, el gigante en un enano. Esa magia, es esencia.

El comienzo. Me emocioné muchísimo con el pregón de Montserrat Domínguez. Todos hubiéramos podido pensar, previamente, incluso enjuiciar, de manera injusta, como casi siempre, que una persona de fuera pudiera dar el discurso inaugural de esta nuestra fiesta, pues bien, ella se encargó muy inteligentemente y de manera cercana de tirar por tierra toda posibilidad de considerar el acto como algo foráneo y demostrar ese pedacito de palmera que lleva dentro, sin que nadie se lo pidiera. Y así también te recordó: 'Los no palmeros que acuden con voluntad de fiesta se integran en esa gente palmera. Así incorporados a la radical mismidad, desaparece cualquier diferencia excomulgante, incluso el ser o no ser palmero, porque SER la gente de la Bajada de la Virgen es más importante que nacer en La Palma. Esa gente, es esencia'.

Tú. Siempre te preocupaste por lo que pudiera suceder en la bajada, y también era tu casi obligación hacerlo. Siempre me pregunté, y nunca lo hice, qué es de ti en estas fechas, qué sientes y has sentido por tu entrega sin condiciones a la gente, a la gente de la bajada. Te veo tocando el piano, leyendo la vida de Jesús de Nazaret, te veo besando a Concha Capote, te veo bajo el nisperero del Llanito, te veo con tus múltiples pajaritas, te veo con tus nietos, te veo entre amigos, te veo a través de Mave y María, te veo, te veo de verdad, y eso me responde y me basta. Tú, eres la esencia.

Supongo que aquí termino de compartir nuestro sillón a sillón, hubo un cierto momento en el que me he sentido casi igual que cuando sucedían de manera física. Esto de estarte recordando como si habláramos de verdad, puede considerarse una locura, pero me es indiferente, de lo posible se sabe demasiado, prefiero descubrir, como hemos hecho siempre, lo imposible, resulta más alentador, en este entorno en el que vivimos hoy.

Luis Cobiella, en ese lugar privilegiado, observando bien todo lo que sucede, te recordamos.

Pablo Díaz Cobiella, desde la parte baja de San José 8.

 

 

 

Quizás sea, de nuevo, de los textos más difíciles que he escrito, y sospecho que siempre será así. Hoy hace un tiempo que ya no está su cuerpo entre nosotros, y no me apetece escribir un recordatorio de lamentos y homenajes posibles, y menos en este año lustral en el que está más vivo que nunca. Y digo esto, porque me resulta imposible hablar de que ya murió. Una vez superada la tristeza se alcanza una bellísima forma de reencuentro, no desde algo metafísico sino de recuerdos esenciales. Ya hemos hablado muchas veces de lo que él, y yo, ahora, entendemos como muerte. Y claro, no le quedó más remedio que esbozarla en un entorno de cariño o amor, por eso de que no hubiera una sola reseña a la preocupación o miedo a morirse, entiéndase cariño o amor como un camino más de la propia existencia, sin religiones, ni dioses, ni actos de entrega de almas ante la puerta celestial, sino algo humano, en las profundidades originarias del ser, en la valentía de ser, en la ciencia que aún está por explorar, en la fórmula de esa materia indeleble que puede ser un beso, una caricia. Es la forma que eligió, y es esencia.

Quiero sentarme en un sillón y hablarte de muchas cosas, frente a frente. Sé que tú harás lo mismo, como todos los abuelos que esperan la llegada de sus nietos; suelen estar impacientemente felices en el lugar de estar, reclamando un abrazo que llega corriendo y lleno de intenciones, por ambas partes. Ese acto, de sillón a sillón, es esencia.