El 19 de septiembre de 2021, entró en erupción un nuevo volcán en la isla de La Palma. Los canarios siempre hemos sido conscientes de que vivíamos en islas volcánicas y esto podría suceder en cualquier momento. Es el precio de vivir en el paraíso. Para lo que no estábamos preparados era para que surgiera un volcán en medio de una zona poblada y que fuera tan destructivo. Esto ha causado que la normalidad en el entorno del volcán se haya visto seriamente afectada y para aquellos habitantes que han perdidos sus casas o medios de vida, constituye en verdadero drama. No solo se han perdido bienes materiales sino muchos emocionales: los vecinos, los recuerdos...
Cuando ya llevamos un mes desde la erupción, las construcciones afectadas superan el millar y las hectáreas de cultivo superan los 500 ha… luego están las cenizas, los gases, los seísmos y el ruido que genera la propia erupción así como el miedo y la incertidumbre de lo que va a ocurrir en la zona a partir de ahora.
Sin embargo, fuera de la zona afectada, salvo en situaciones de viento desfavorable que desvía la ceniza del volcán a otras zonas de la isla, el volcán parece que no existe. No se ve, apenas se siente y la vida continúa. No es una vida con total normalidad, puesto que se palpa el nerviosismo y el ser consciente de la situación. Después de todo, la isla es lo suficientemente pequeña como para que cada habitante conozca a varios afectados directos. Y ante toda esta destrucción, la solidaridad ha hecho su presencia de manera espectacular y el estoicismo de los afectados directos no deja de asombrarnos.
Pero la vida sigue y la economía se resiente. Así pues, mientras, los palmeros esperamos a que el volcán cese su actividad, lleguen las ayudas prometidas y comience la reconstrucción, se han alzado algunas voces justificando la actividad turística. En las zonas no afectadas, podría fácilmente continuar con esta actividad, después de todo, a pesar del volcán, la isla sigue siendo verde, sigue siendo bonita, sigue teniendo senderos y sigue teniendo paisajes espectaculares. Además, el turismo sigue siendo unos de los motores económicos de la isla y si ya parte de la economía está paralizada por el volcán, no se debería permitir que el volcán la paralizara en su totalidad.
¿Pero es ético el turismo en estas circunstancias?
Todos y todas hemos sido turistas alguna vez, hemos sacado fotos de los atractivos turísticos y hemos ido a visitar a aquellos que nos llamaban la atención. Pero lo hemos hecho con respeto y consideración hacia lugar y sus pobladores. Pues en esta ocasión, igualmente y con más razón. Y en ningún caso, se puede permitir que la experiencia sea a costa o a pesar de las desgracias de otros, o que esta actividad, no repercuta positivamente en la economía del lugar.
¿Se debe permitir el turismo en La Palma actualmente entonces? Pues sí, pero con condiciones. Y las condiciones 'sine qua non' son que el turista de volcán se aloje en la isla, visite otras partes de la isla, que observen el volcán lejos de los vecinos afectados y que contribuya a la economía local.
Pero desgraciadamente, a un mes de la aparición del volcán, no ha sido así. Han surgido iniciativas, donde turistas viajan a la isla en un mismo día y durante unas horas. Ven el volcán, se sacan el inevitable selfi muy cerca, compartiendo espacios con los mismos afectados o con los servicios de emergencia y lo peor de todo, organizados por empresas externas, con lo que no se generan ingresos para la economía de La Palma. Y esto, como es normal, ha generado rechazo, un rechazo totalmente aceptable.
Queremos turismo. La economía de La Palma necesita turistas para la recuperación económica, pero siempre turismo del bueno. Un turismo que contribuya a la economía local, que genere riqueza, que sea respetuoso con el medio y su población y, a ser posible, sostenible. Lo normal, lo que siempre hemos querido los palmeros, con o sin volcán.