Espacio de opinión de La Palma Ahora
Feminista
Recuerdo ese día. Tendría diez años, quizás once…no estoy segura. Con esa edad yo era creyente y practicante. Aceptaba la existencia de dios. Disfrutaba de los rituales y de las rutinas plácidas, y me encantaba el tacto marfileño de los misales blancos. Dentro de la Iglesia de San Francisco el sacerdote daba su misa dominical; yo a ratos atendía, a ratos no. De repente escuché unas palabras sobresaliendo de su discurso monocorde: “…la mujer debe someterse al hombre…”. No podía creerlo, ni asumirlo. Aquello chocaba con mi lógica igualitaria, con mi rebeldía natural. Nunca más fui a misa salvo a bautizos, bodas o entierros. Mi ruptura religiosa fue abrupta y total. Ese fue mi despertar feminista.
Salto en el tiempo y me coloco en los años ochenta, en las manifestaciones por el aborto libre y gratuito, cuando solo lo hacían con garantías las niñas ricas en Londres, mientras las pobres se desangraban o se resignaban a parir un hijo no deseado. Treinta años después lo seguimos defendiendo como derecho, frente a una plaga de ratones de sacristía que se ha enseñoreado de lo público, imponiendo su hipocresía y su moral. Porque siguen y siguen las misas con políticos en primera fila, recibiendo bendiciones; y siguen y siguen los privilegios de la iglesia católica, el dinero regalado a los colegios religiosos, el ático de lujo de Rouco Varela…
Me recuerdo también -niña atónita-, frente a las fotos de las mujeres asesinadas por sus maridos, en las portadas de sucesos de “El Caso”, en el viejo quiosco de San Vicente Ferrer. Un rosario de “crímenes de alcoba”, “porque algo habría hecho”, y “la maté porque era mía”, que no publicaba la “prensa importante”; muertes anónimas en el cuarto de las escobas, en un rincón de la historia. Años después se empezaría a visibilizar el terrorismo doméstico, pero no se acabó con la lacra. Nunca ha sido una prioridad política.
Con los años mi feminismo se ha fortalecido, se ha construido con experiencias nuevas, consciente de los retos pendientes en lo público y en lo privado. Escribo estas líneas un 8 de marzo. Tengo a miles de mujeres agolpadas en la memoria.
Recuerdo ese día. Tendría diez años, quizás once…no estoy segura. Con esa edad yo era creyente y practicante. Aceptaba la existencia de dios. Disfrutaba de los rituales y de las rutinas plácidas, y me encantaba el tacto marfileño de los misales blancos. Dentro de la Iglesia de San Francisco el sacerdote daba su misa dominical; yo a ratos atendía, a ratos no. De repente escuché unas palabras sobresaliendo de su discurso monocorde: “…la mujer debe someterse al hombre…”. No podía creerlo, ni asumirlo. Aquello chocaba con mi lógica igualitaria, con mi rebeldía natural. Nunca más fui a misa salvo a bautizos, bodas o entierros. Mi ruptura religiosa fue abrupta y total. Ese fue mi despertar feminista.
Salto en el tiempo y me coloco en los años ochenta, en las manifestaciones por el aborto libre y gratuito, cuando solo lo hacían con garantías las niñas ricas en Londres, mientras las pobres se desangraban o se resignaban a parir un hijo no deseado. Treinta años después lo seguimos defendiendo como derecho, frente a una plaga de ratones de sacristía que se ha enseñoreado de lo público, imponiendo su hipocresía y su moral. Porque siguen y siguen las misas con políticos en primera fila, recibiendo bendiciones; y siguen y siguen los privilegios de la iglesia católica, el dinero regalado a los colegios religiosos, el ático de lujo de Rouco Varela…