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Historias posibles: Podría, pero no?

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Fernando Ruiz mueve con nerviosismo los dedos de su mano derecha, en torno al pie de la copa de vino, mientras escucha anonadado a su amiga Susana. Ella se sincera y le va desgranando los motivos que la llevaron a tomar la decisión de divorciarse. Necesita imperiosamente encontrar un oído amigo que la escuche. Pero no en busca de comprensión y apoyo personal. No. Es como si quisiera tener un testigo de su resolución de expulsar fuera de sí todo ese mundo que comenzó obnubilándola y terminó por hastiarla.

?Me cansé de ser el florero que Luis mostraba orgulloso a sus amigos. ¿Sabes?, quiero volver a escribir, a escribir algo que merezca la pena.

?Estoy seguro de que lo que escribas merecerá la pena ?dijo Fernando, mirándola a los ojos y mostrando en su rostro una evidente perplejidad.

?Bueno, ¿y a ti qué te pasa? Soy yo quien debería estar desolada, y ya ves, aquí me tienes dispuesta, a mi edad, a comenzar otra etapa de la vida con gran ilusión.

?No, no me pasa nada, solo que llevo unos días durmiendo mal ?se excusó Fernando, para arrepentirse de inmediato?. Supongo que será el insomnio propio de la edad.

?Pues nada, pagamos y nos vamos ?dijo Susana, mientras hacía una seña al camarero para que le trajera la cuenta?. Hoy pago yo, Fernandito?, y vete a dormir.

Fernando entra en su casa abatido. Cuelga el abrigo en la percha del vestíbulo y se mira en el espejo de la consola sin dejar de pensar: “Ahora, como antes, cuando estoy junto a ella, busco ideas y no las encuentro. Las palabras bellas huyen de mi boca. Me propongo reír y solo una mueca se dibuja en mis labios. ¡Maldita sea!, el espejo refleja que de mis ojos se ausentó la alegría”. Se dirige a la nevera y saca una lata de cerveza. Luego se tumba en el sofá, abre la lata y apura el frío líquido, lo que le produce un inevitable hipo. Se lamenta de su indolencia y de su pánico escénico ante la posibilidad de recibir un “no” de la persona con la que desearía compartir un deseo, que lo ha llevado a una vida en soledad de la que, hipócritamente, él alardea como fruto de una decisión vital, felizmente asumida.

Fernando Ruiz conoció a Susana en una velada literaria organizada por el ateneo de la ciudad, al que solía acudir de vez en cuando para tomar una copa y compartir un rato de tertulia con algún amigo. El presidente de la institución le presentó a Susana como la poetisa revelación del momento, autora de una poesía inspirada en el devenir del mundo femenino, no como expresión de resentimiento y revancha, sino como un imaginario futuro de esperanza. A Fernando le maravillaron, más que el contenido de los poemas, las palabras precisas y bellas que componían los versos, y, sobre todo, quedó prendado de la naturalidad con que recitaba Susana, alejada de todo tipo de afectación.

Pronto, entre Fernando y Susana se entabló la amistad sustentada en conversaciones sobre literatura, con las que ambos disfrutaban. Muchas tardes compartían charla y café en el bar del ateneo. Allí se les unía Luis Doreste, presidente de la institución, cuyo interés por Susana pronto se dejó ver que iba más allá de lo puramente literario. Fernando, que la amaba en soledad y que se consideraba incapaz de la menor insinuación, se fue sumiendo en la desgana y en el “podría hacer, pero no hago”. Llegaba a su casa y se tumbaba en el sillón, y se ponía a imaginar un montón de deseos, que no traspasaban el límite de su mente y en los que siempre rondaba lo que consideraba su amor imposible: Susana.

“Podría preparar una buena comida e invitar a Susana, pero no me atrevo y no me apetece solo. Podría comenzar a leer un libro de? pero no tengo ganas; además nunca he leído un libro de? No sé, pero ni siquiera tengo en casa un libro de?

“Podría salir a pasear por el malecón de la avenida sur, pero me sofocaría porque, a esta hora, seguro que me encuentro con? y quiere que vaya a su ritmo y, además, en conversación trenzada. Qué va, qué va, acabaría como siempre: con la cara roja como un tomate y con la lengua seca como la mojama. Antes ese hombre era una persona relajada pero, muchacho, se casó con?, que es una sermeneca[i], y los dos hablan hasta por los codos. Son buena gente, pero a menudo pesados. Podría invitar a Susana a dar un paseo por el parque, pero no me atrevo, y no me apetece ir solo”.

“Podría llamar por teléfono a mi amigo Julián y preguntarle cómo se encuentra su madre. Sí, eso haré. Hace tiempo que no hablo con él y quizás me venga bien un ratito de conversación con un buen amigo. Su madre?., su madre lleva bastante tiempo enferma, la pobre?, ¡coño!, pero si hace menos de un mes que fui al entierro de su madre?, ¡cómo se me ha podido olvidar! No, no lo voy a llamar. Mi estado de ánimo no es el mejor antídoto para alguien en quien aún está presente la tristeza. Podría invitar a Susana a ir al teatro esta noche, pero no me atrevo, y no me apetece ir solo”.

“Podría llenar la bañera y regalarme un buen baño con sales minerales y pasarme la tarde relajado, tomarme un cubata y oír buena música de Leonard Cohen. Podría, pero no va a poder ser: hace tiempo que cambié la bañera por un plato de ducha; tengo ron pero no cola, porque en mi casa casi nunca hay cola; y tampoco tengo un disco de Leonard Cohen. Podría invitar a Susana a ir a la piscina municipal, pero no me atrevo, y no me apetece ir solo”.

Susana se casó con Luis Doreste, presidente del ateneo, empresario turístico y hombre de saneada economía. La cada vez más intensa vida social de Susana le fue restando tiempo y ganas para la creación literaria, aunque de vez en cuando entretenía a los amigos con algún pequeño poema preciosista, con la única pretensión de recrearse en las palabras. Nada que ver con la poesía de muchos quilates con la que se dio a conocer.

El paso del tiempo, que fue invadiendo de desgana creativa a Susana, también la fue alejando, sin saber muy bien por qué, de su marido. Le tenía cariño; le seguía pareciendo, vestido, atractivo; sus intervenciones en el ateneo, como presidente, le resultaban, sin embargo, cansinas y reiterativas, aunque siempre halagadoras para los presentados; pero definitivamente se había cansado de él, como quien se cansa de una bicicleta estática al mes de instalarla en su casa.

Susana quiso una separación civilizada y rápida y no forcejeó en la almoneda de los bienes gananciales que legítimamente le correspondían.

?Con el chalé de la ciudad me conformo ?le dijo a Luis?, y todo lo demás te lo puedes quedar, a cambio de que nos divorciemos de inmediato.

Él trató de hacerla reflexionar sobre su decisión y se mostró dispuesto a cambiar en todo aquello en lo que ella considerase que él no estuviera actuando a su gusto, pero la firmeza de Susana y su buen olfato de empresario para los negocios lo convencieron de que la propuesta que ella le hacía debía aprovecharla sin discusión.

Una buena parte de las amistades que Susana hizo, durante su matrimonio, se diluyeron de inmediato, lo que para ella fue como liberarse de un corsé que la constreñía casi hasta el ahogo. Uno de los pocos amigos que seguía conservando era Fernando Ruiz, maestro jubilado y soltero, persona culta y buen conversador. Él se sintió atraído por Susana desde que Luis Doreste los presentó, y pronto se dio cuenta de que entre ella y Luis había algo más que una mera relación de interés cultural.

Fernando se siente totalmente abatido. ¿Cómo se le ocurrió decirle a Susana que padece de insomnio? Él, que es una marmota, incapaz de ver el final de cualquier película en la tele. Encima ella lo llama Fernandito y lo manda para la casa, pero ¿cómo podía ser tan imbécil y no aprovechar el momento de su libertad? Está seguro de que la volverá a perder. ¿Qué puede ver ella de atractivo en un jubilado torpe como él? Deambula por el salón de la casa, mientras a su mente vuelven a acudir el “podría hacer pero no hago”.

“Podría repachingarme[ii] en el sofá y pasarme la tarde viendo mariquitas en la tele, pero a los diez minutos estaría en compañía de Morfeo, y hoy no me apetece nada, pero nada, soñar dormido. Siempre que me duermo en el sofá sueño que me caigo por un abismo infinito o que me persigue una jauría de perros sarnosos, y me despierto sudado y agitado, con el corazón a punto de salir huyendo por la boca. ¡Qué va, qué va! Tal vez, si dieran un programa de?, quizás me pasaría la tarde entretenido. Un programa serio y de calidad, como los de?, pero, qué va, ya no emiten programas así. Podría invitar a Susana a ir al cine, pero no me atrevo, y no me apetece ir solo.

“Podría sembrar perifollo en el parterre del balcón..., ¿para qué carajo sirve el perifollo? Perejil y cilantro y una matita de albahaca?, eso sí que me podría ser de utilidad. Pero ahora, no. No me apetece después pasarme una hora limpiando el balcón, que siempre que siembro algo lo ensucio todo con la tierra. Podría..., pero, sin embargo, como siempre, no lo hago. Podría llamar a Susana y decirle?, y decirle? No sé qué coño decirle.

Tres días después de que Susana le expusiera a Fernando, con todo lujo de detalles, las razones de su determinación de divorciarse, ella lo llamó por teléfono para pedirle que la ayudara a plantar en su jardín un sauce llorón, a lo que él se prestó gozoso.

?A la sombra de este árbol pienso sentarme algún día a leer, a merendar y, ¿por qué no?, a que un nuevo amor me susurre palabras bellas.

?¿Crees que los sueños se cumplen? ?preguntó Fernando, esforzándose por evitar el temblor de sus labios.

?A veces, a veces. ¿Sabes con lo que yo siempre he soñado?, ?el rostro de Susana se tornó de pronto serio y melancólico, y su mirada parecía perdida en el infinito?. Me gustaría que el hombre que me enamorara, además de quererme, me sorprendiera con pequeños detalles. Que de pronto me invitara al cine o al teatro, que me impactara preparándome una buena comida, que me invitara a dar un paseo o a ir a darnos un chapuzón a la piscina municipal? ¿Por qué, Fernando, será tan difícil encontrar un hombre así?

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[i] Sermeneca. (Canarismo). Mujer de poco fundamento. No se le da crédito a lo que dice.

[ii] Repachingarse. (Canarismo). Tumbarse arrellanadamente en un sofá.

Fernando Ruiz mueve con nerviosismo los dedos de su mano derecha, en torno al pie de la copa de vino, mientras escucha anonadado a su amiga Susana. Ella se sincera y le va desgranando los motivos que la llevaron a tomar la decisión de divorciarse. Necesita imperiosamente encontrar un oído amigo que la escuche. Pero no en busca de comprensión y apoyo personal. No. Es como si quisiera tener un testigo de su resolución de expulsar fuera de sí todo ese mundo que comenzó obnubilándola y terminó por hastiarla.

?Me cansé de ser el florero que Luis mostraba orgulloso a sus amigos. ¿Sabes?, quiero volver a escribir, a escribir algo que merezca la pena.