Intolerante ante lo intolerable

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A nadie en su sano juicio, hoy día, se le ocurriría aceptar que un matón de pacotilla asustara a tu hijo en el colegio, eso a lo que llaman bullying. Nadie aceptaría que a su hijo le amenazaran u obligaran a hacer algo por miedo o a la fuerza y sin consentimiento. Y si se negara, que sufriera las represalias psicológicas, físicas o burlas o aislamiento. De hecho, sobre este tema ya se habla en los colegios y afortunadamente existen protocolos para evitarlo donde los niños se les enseña que este comportamiento no está bien y si lo sufren deben vocalizarlo. También se ha enseñado al profesorado a identificar estos comportamientos, a no ampararlos y a frenar su peligro. Hasta ahí todo correcto.

Sabemos que el matoncillo es, en realidad, una persona cobarde, rodeada de soldados que les ríen las gracias y se benefician del abuso, como las rémoras de los tiburones. Pero que cada uno, el tiburón y las rémoras, por separado, francamente tendrían otras cosas mejores que hacer con su vida, como, por ejemplo, descubrir qué les ha llevado a querer imponerse ante los demás ganándoselo al puro estilo troglodita. Sabemos, además, que no podrían hacer sus fechorías, esa represión, sin el consentimiento popular: “El que calla otorga”, dice el refrán. Y me preocupa más esto último. Un pequeño Napoleón al que nadie presta atención, no va muy lejos. Pero un pequeño Napoleón, al que siguen con miedo o miran para otro lado, podría ganar unas elecciones.

Yo en esto de la política, voy a mi bola, haciendo lo que entiendo justo, cuestión de principios. De hecho, me afilié y no se lo dije a nadie, solo y en el mismo momento que salían en la televisión los primeros resultados electorales del partido fascista español. No quería callar y otorgar y además soy carne de cañón: mujer, bocazas y nada sumisa. Eso fue hace unos años y ahora me horroriza el blanqueo que observo del fascismo ante cada una de las elecciones posteriores.

Se les llama extrema derecha cuando en realidad es fascismo, fanatismo y oscurantismo. Se usan eufemismos para la realidad: “violencia familiar” en lugar de la machista, la que se ejerce contra la mujer por el mero hecho de serlo. “MENAS” como término deshumanizado para niños indefensos que han nacido en lugares mucho menos privilegiados. Se eliminan las ayudas a las ONGs sociales que hacen mucho más allá del trabajo para el que se les subvenciona. Se elaboran listas (negras) de trabajadores sociales en temas de violencia de género. Para un fascista, si hay debate o se enseña criterio para poder elegir, lo mejor es eliminar esa posibilidad. Puesto que el objetivo del fanatismo es que solo haya una posibilidad, indivisible, sin cuestionamiento: la suya.

Los medios blanquean al fascismo cuando deberían denunciar y eso es grave. Algunos partidos políticos como el PP los llegan a blanquear cuando deberían bloquear y eso todavía más grave... Se blanquea al fascismo al validar las infamias (“virus chino” o culpabilizando de todas las maneras posibles a las personas migrantes y extranjeras), al silenciar los escándalos (¿cuántos casos de corrupción o delito van ya?), al reescribir la historia (“Franco se sublevó”, pero no dio un golpe de estado. Franco no creó campos de concentración, sino cárceles). Se blanquea cuando se dice que los que son “gente de bien, decente y de orden” son solo ellos, mientras los demás son comunistas, irresponsables o no trabajan lo suficiente. Es decir, los buenos son los que entran por el redil y callan, los que no miran, los que se tragan las mentiras sin cuestionar, los que repiten el discurso del odio y trabajan sin reclamar derechos... Todo ello para evitar que al siguiente que puedan odiar seas tú.

Se trata de señalar a los más débiles, culpabilizarlos de cualquier situación y simplificar el discurso. El control es necesario para la seguridad y el bien. Y el control es ejercido y blanqueado por una élite a cambio del orden de la sociedad. Ante el miedo de la inseguridad, se genera el “sálvense quien pueda” y se olvida el sentido de comunidad para crear una jerarquía. En la cima los ricos, los blancos y los hombres, por supuesto.

En las últimas elecciones, como en las andaluzas, oigo cada vez más la necesidad del voto útil. El votar a la izquierda o a la derecha, para que no prolifere la ultraderecha. Enfoque erróneo a mi entender. El voto útil ante una alternativa antidemocrática que no respeta la pluralidad política y vierten continuamente discursos de odio. En realidad, no debería haber opción de votar al fascismo, si no quieren jugar el juego de la democracia, sino que quieren demolerla: nada de comunidades autónomas o estatutos de autonomía, ni de la legislación actual vigente, ya que se necesitaría una nueva y a medida. En definitiva, no se debería votar a una alternativa que aspira a que no haya ninguna posibilidad de elección. Así que no deberían estar en las papeletas. Simple. No deberían estar legalizados. Queda claro con la siguiente afirmación, ¿verdad?

“Hacer frente al discurso de odio no significa limitar la libertad de expresión, sino impedir que este mensaje degenere en algo más peligroso”, dice António Guterres, secretario general de Naciones Unidas (18/6/2019).

Aunque yo añadiría que es importante comprender que lo único que no se puede tolerar es lo intolerable. Es intolerable la violencia o negarla como la de género cuando afecta prácticamente a todas las mujeres y está ampliamente reconocido. Es intolerable culpabilizar sin pruebas ni verdad por razón de sexo, raza o religión (¿todos los delincuentes son extranjeros?). Es intolerable romper las reglas del juego para garantizar que siempre vas a ganar tú. Es intolerable mentir, provocar y amenazar. Es intolerable el comportamiento de un pequeño Hitler, matón, ante el amparo de otros a quienes les interesa su propia supremacía (Hitler se hizo adulto, ¿verdad?). Por tanto, lo intolerable, no debe normalizarse, sino impedirse.

Esta semana, he descubierto que en el chat del instituto de mi hijo mayor comparten material xenófobo, por lo visto TikTok está lleno de bromitas xenófobas, con lo cual esto del fascismo ya ha entrado en mi casa. Así pues, me ha tocado empezar a explicarles a mis hijos lo que es la xenofobia, la intolerancia, pero sobre todo a poner la semilla del NO. NO a lo que hace daño a los demás, aunque te beneficie. NO a la semilla del odio y la violencia. NO a que unas personas tienen más derechos que otras, o son mejores que otras... A decir que SÍ, solo cuando realmente quiera decir que sí. A ser dueño de su cuerpo, de su ser y de su vida. A tener criterio y defenderlo. A saber diferenciar entre tolerable e intolerable. A no bajar la cabeza...

Hay quien piensa que es de mala educación hablar claro. Que es preferible ignorar ciertos comportamientos o personas que votan a los fascistas para no quedar mal o no ser maleducados o simplemente para evitar discusiones...Para al fin y al cabo permitir su libertad de expresión. Pero yo pienso que los malos hábitos más vale frenarlos a tiempo. Como al bullying de turno en el instituto. (¿Lo dejamos que diga lo que quiera o lo frenamos?). Pero si te das cuenta, doy mi opinión alta y clara sobre el tema, pero he elegido no nombrarlos como partido político, ni los llamo por su nombre. Si ellos no llaman violencia de género por su nombre, por ejemplo, minimizándola y ridiculizándola, les doy un poco de su medicina. Y, además, si los nombrara subiría su tráfico en internet. No les doy ni agua. Y usando sus propias palabras y señalando: “ya sabemos quiénes son”.