Espacio de opinión de La Palma Ahora
La calle Garachico y el camión amarillo de mi primera niñez
La casa en la que nací, es la que está pegada al Casino de Santa Cruz de La Palma. Aunque la fachada principal daba para la calle Real, la entrada, una puerta central, la tenía por la calle Garachico. Bajabas un escalón, y tenías el zaguán, bajabas tres, y estabas en el patio, en el que caían los helechos de la galería, en que el había una puerta a mano derecha que daba para la lonja, que guardaba las cosas de la fábrica de tabacos, y al fondo, te encontrabas con las escaleras, de madera, que subían a las dos plantas de la vivienda, y luego a la azotea y el granero, en donde estaba la fábrica de mi abuelo: ‘Rosas de España’.
Mi abuelo tuvo como primer destino la plaza de practicante en Fuencaliente. Allí, engendró nueve hijos, siete hembras y dos varones. Hizo un intento de irse a vivir a Cuba, en donde habían ido a dar sus padres y todos sus hermanos, y luego llevarse a la familia. En La Habana, recibió un telegrama de mi abuela al enfermar el primogénito: “Agustín, si quieres volver a ver a tu hijo vivo, vente”. Y se vino de Cuba. De regreso a La Palma, en donde vivió el resto de su vida, suspirando por La Habana y por su madre, ocupa nuevamente su plaza de practicante en Fuencaliente. Los años de la familia en Fuencaliente quedaron pintados en un cuadro de Bruno Brandt, ‘La familia Amaro en Fuencaliente’. Bruno, que era amigo de mi abuelo, le hizo un retrato, en el que mi abuelo no se reconoció. Agustín, le decía Bruno, que esa es tu alma. No sé si dentro de la obra de Bruno habrá algún otro retrato más. Si no es así, sería el único. Bruno visitaba con mucha frecuencia a la familia Amaro en Fuencaliente, y luego lo hacía con su mujer e hijo en Santa Cruz.
En el año 36, la familia se muda a Santa Cruz de La Palma, en donde mi abuelo toma posesión de la plaza del Hospital de Dolores. La disfrutó poco tiempo, el alzamiento, al ser él masón, se la quitó. Así que con mujer y nueve hijos, tuvo que buscarse la vida como fue posible.
Siguió desempeñando la medicina, pero privadamente. Creó La Iguala (nombre muy masón), una cartilla que por unas pocas pesetas, todos los miembros de una familia tenían derecho a toda la atención médica que él dispensaba, a cualquier hora del día. Y no le faltó imaginación para complementarla con otras labores. Era un hombre inquieto y creativo.
En Santa Cruz vivió la familia en una casa cerca de las cuatro esquinas, antes de hacerlo en la casa de Garachico, donde él residió hasta que le acaeció la muerte del cuerpo, después de un problema circulatorio. Cuando murió, se cumplió su vaticinio: “El día que en que me muera, voy a mandar, desde arriba, un palo de agua tan grande, que nadie va a poder ir al cementerio”. Yo recuerdo ese día, fue de aquellos en que La Placeta y el tramo de la calle Real se inundaban. Pero se equivocó en que la gente no pudiese ir al cementerio, fue, y en multitud
Yo vine a nacer en aquella casa de la calle Garachico unos días después de la subida de La Virgen, a la salida de la misa de las ocho en El Salvador. Creo que ese día la misa la hicieron por uno de los accidentados mortales de la Guagua del Mensajero. Mi madre se las vio y deseó en el parto. Yo estoy convencido que aparte de por lo enorme de mi cabeza (Juan Carlos el alemán y yo éramos los niños mas cabezudos de la calle), tuvo mucho que ver el que yo no tenía muchas ganas de salir.
Mi primera niñez discurrió sobre todo dentro de las habitaciones de la casa, cuando no, en el patio o en el zaguán. Si salía a la acera, a sentarme en el escaloncito que da para la calle, antes le decía a mi madre que estuviera pendiente de mí desde la ventana, y que no se fuese de casa ¡Ya tenía temor yo por la fragilidad de la vida! Hoy, sin embargo, esa fragilidad me produce autentica alegría
Mi jugar en la calle, de aquellos muy pocos años míos, era en aquel escalón de la acera, o en el de la de enfrente, cuando no, en la Meseta de Acerina que estaba un poco más abajo, aunque a mí me parecía muy lejos de casa. Lo llamaban la Meseta porque era un promontorio de piedras con escalones, que daban a la puerta de la casa de Acerina.
Acerina era la madre de Nelson ‘Niño Bueno’ (lo llamaban así porque cuando era niño, y le daban una queja a la madre, diciéndole que Nelson se había portado mal, Acerina contestaba: “No, Nelson es un niño bueno”), el taxista del Mercedes Benz, que sale en el documental de la visita de Churchill a La Palma, que también era ayudante de forense. La Meseta estaba en el callejoncito que va a dar a la parte de atrás de la casa de la familia Fierro, por donde todos los días pasaba cuatro veces Don Juan, que vivía en los bajos del Casino.
Don Juan era el medianero de la finca a la que iba a dar ese callejoncito, en ella había plantada caña de azúcar. Justo en frente de la Meseta estaba la latonería de Manolo el Bello ¡Qué buena persona era Manolo! Nunca lo vi enfadado o cabreado, ni cuando entraba el balón de fútbol por la puerta para dentro de la latonería.
La calle Garachico constaba de dieciocho casas, las mismas que hoy, salvo que ocho son de nueva construcción. Hoy cabrían todas esas familias (aún siendo familias de las de antes, en las que vivían en una misma casa padres, hijos, abuelos, sobrinos, tíos, nietos, hermanos, cuñados, concuños, ahijados, alguien a quien se le socorría, el que venía de paso a estar unos días y se quedaba, el perro, el gato, el gallinero, y el palomar) en un único edificio. En la calle se encontraban los siguientes negocios: la recova chica, la bodega de don Anastasio, la librería La Favorita, el taller de las máquinas Alfa, la venta de Perico y Nieves, la de Sergia y Eladio, la de don Silvestre, la de don Juan, la latonería de Manolo, una peluquería de mujeres, la tienda de Benigno, la tabaquería y la consulta de mi abuelo, la taberna de don Miguel Salazar, la tienda de Antonio el Venezolano, la fábrica de chocolate ‘La Mascota’, una casa de costura, en tres casas se hacían rapaduras, talleres de reparación de medias, se hacía borde y punto en las casas, bien para la familia o para las personas que querían que se les hiciese un pullover o una rebeca, una tienda de máquinas de escribir, gomas de coches y electrodomésticos, y algo más que se me ha de olvidar. Además de todo esto, había niños jugando en la calle: ¡La mayor riqueza de Garachico! Pasad por la calle Garachico hoy, dan las mismas ganas de llorar que en un camposanto, no hay vida alguna.
El único sobreviviente de este holocausto, vamos a llamarlo natural, es la librería La Favorita, gracias al empeño de Delia. Cuando eligen a mujeres para hacerles una merecida distinción, no sé cómo no la han elegido a ella, que plantó cara a la lenta muerte de la calle. Con más de noventa años, creo, la abre todos los días y hasta lleva los periódicos al Club Náutico. Debo de decir, ya que estoy con las palabras en ella, que La Favorita tuvo mucho que ver con la creación de la Orquesta Broadway. La mayor parte de sus miembros, los hermanos Fernández, eran los hijos del dueño, don Mario, y Juan, el batería y esposo de Delia, la trabajó hasta su muerte, como me da la impresión de que le va a ocurrir a Delia
Perdonadme, estábamos en mi primera infancia, y yo en la Meseta de Acerina, jugando, después de decirle a mi madre que no saliese de casa, y que me estuviera mirando desde la ventana. Yo jugaba en La Meseta con un camioncito amarillo, un poco más pequeño que mi mano de niño. Subía por la calle un muchacho que me llamó la atención, tenía la misma cara que tuvo el resto de su vida, y que se puso a jugar conmigo. Al rato de estar jugando, me pregunta que en dónde vivía yo, le señalo la casa, y me dice que por qué no íbamos con el camión a jugar al zaguán. Al poco de estar en el zaguán, me pregunta si tengo más cochitos; subo a mi cuarto a buscarlos, bajo con ellos ¡Y ya no estaban en el zaguán, ni el muchacho ni el camioncito amarillo! No me lo creía, ¡Por algo no quería salir yo del útero de mi madre! No me olvidé nunca de la cara del muchacho, me ayudó a ello, el que la cara tampoco le cambió mucho durante la vida. El muchacho, cuando llegó a ser mayor, se convirtió en nuestro amigo el glorioso Miguel La Cabra, del que tengo dos fotos encuadernadas sobre las paredes de Las Cosas Buenas, una de ellas debajo de la de Luis II de Baviera, el Rey Loco y Artista.
¡Qué elegancia al quitarme el camioncito amarillo! No me lo arrancó de la mano y se fue corriendo, no me pegó, no me llamó niño rico, que no lo era, pero si más que él. Todo lo hizo con mucha elegancia, desde La Meseta me llevó al zaguán de casa, del zaguán me hizo subir a buscar más cochitos, cuando bajo con ellos, se había dado a la fuga ¡No rompió nada! ¡Muy limpio el trabajo! Expropió justo lo que necesitaba: un camioncito amarillo. Pudo esperar a que yo llegase con los demás cochitos, darme una paliza y robármelos todos, pero él no era un ladrón, ni un abusador, él tomó algo que la vida no le había dado, y de paso me dio una gran lección.
Muchas veces pienso que esa ha sido la primera lección, en serio, que recuerdo de la vida, y que Miguel vino a impartírmela. Cuando empecé a ser mayor, lo veía a él como un ángel caído, un ser lúcido (aunque a veces se desenfocaba), probablemente, a causa de sus vidas anteriores, pero, la Ley del Karma es muy dura con los seres avanzados espiritualmente, como probablemente lo haya sido él en otras de sus vidas. En la literatura budista tenemos el caso de Milarepa, que usó su luz egoístamente, y el Karma fue terrible con él. La luz solo se puede usar para hacer el bien ¡El Mago Negro siempre ha sucumbido!
Miguel, mintiéndome, me hizo un bien, me dio muchas lecciones con ello, y me hizo un gran regalo: siempre que me han mentido, y no os quiero decir hoy cuánto ha sido, ni lo que va a seguir siendo, porque seguiré escuchando mentiras a mi alrededor, veo, al mismo tiempo que lo están haciendo, en lo profundo de mis ojos, advirtiéndomelo, la imagen del camioncito amarillo, y la cara de Miguel, sonriendo de fondo, casi igual a cómo lo está haciendo en la foto ¡Cuando empiezo a vislumbrar el camioncito amarillo, alguna mentira se está cociendo alrededor de mi!
Los años me llevaron a compartir estares y borracheras con Miguel, sobre todo durante el largo tiempo que fue lugarteniente de Rogelio. Tuve la curiosidad, en uno de aquellos momentos, de preguntarle por si se acordaba de aquel episodio que nos había ocurrido hacía tantos años en la calle Garachico, y me lo cuenta dramatizando, como hacía él, con lloros, pelos y señales ¡Además, eras un pedazo de actor, Miguel! Llevaba más fresco que yo en la memoria, mucho más fresco aún, aquel recuerdo. Me dijo, con su manera de hablar, que cuando al pasar por delante de mí, y ver el camioncito amarillo, se desconsoló, que él no había tenido nunca ningún juguete, que los Reyes Magos nunca le habían dejado nada ¡Acabé llorando yo también con él, y soy duro del lagrimal! ¡Bueno, era, ya no tanto! No sé qué es lo que me pasa últimamente, que se me está suavizando el lagrimal, porque de vez en cuando me salta alguna lagrima.
De Miguel hay numerosas historias. Creo que Rogelio es la persona que más tiene registradas (fue quien más lo protegió, el traje de Juan Isidro, con el que está Miguel en la foto, se lo puso Roge), todas son buenísimas. A mí se me viene ahora a la cabeza, quizás por eso de haber estado hablando de ángeles caídos, reencarnaciones y karmas, la que os voy a comentar. Llegaron Rogelio y Miguel, pasada la noche, y encendidos hasta no poder ver, a la casa de los padres de Roge. Decidieron sentarse un rato en el canapé que hay debajo y enfrente de la casa. Miguel se pone a cantar boleros casi hasta el amanecer. Según Roge, han sido los boleros más bonitos y mejor cantados que ha escuchado en su vida. Al día siguiente, Roge le dice que por qué no se pone a cantar los mismo boleros que cantó la madrugada pasada; la cara de Miguel fue de incredulidad total: “¿Boleros yo? Yo no conozco ningún bolero” ¡Quizás, nuestro Miguel también pudo haber sido compositor, letrista, o cantante de boleros, y conectó en esa madrugada con otra de sus vidas!
A veces sueño, que de tanto visualizarlo, ya os he dicho que cada vez que escucho una mentira, lo visualizo, que el camioncito sueña conmigo, y yo, en mi sueño, me dejo soñar por el sueño suyo. Soñamos los dos, en un mismo sueño, que volvemos a jugar juntos, gozosos, en los mismos sitios en los que jugábamos, y acaba el sueño bien, nadie aparece con mentiras para separarnos, es el despertar matutino el que lo hace. De tanto soñarnos juntos, durante tanto tiempo, un día, hace como un año, nos encontramos el camioncito amarillo y yo, fue en la casa que Gunter Grass y su hijo Raul compraron en Puntallana. Raul y Beatrice nos invitaron a comer en su casa con The Flower and The Bee ( La Flor y La Abeja ), ribeiro blanco y tinto. En el medio de la comida, me doy cuenta de que en un travesaño de tea, en lo alto, de una pared a otra, hay una colección de coches, voy sin pensarlo a mirarla, abducido, fueron cuatro pasos que me devolvieron cincuenta y cinco años de mi vida, lo había perdido con cinco años, allí estaba el camioncito amarillo con su volquete funcionando todavía. De cómo llegó hasta la casa de Gunter y Raul hablamos otro día, parroquianos. Como lo seguiremos haciendo de mi abuelo y de Bruno Braun, que hoy se vinieron a pasar parte de este rato con nosotros, y que ya toca a su fin. Se hizo visible, también, en estos renglones, la Orquesta Broadway, pero de ella, no os voy a hablar más yo, lo hará mi Hermano Pericles, el Apóstol del Jazz, que está preparando un libro sobre el tema ¡Aviso, va a ser un libro tremendo! Caerá otra tormenta del cielo, como cuando murió mi abuelo, pero no será de agua, será de jazz, se escuchará toda la música de la legendaria orquesta.
Yo estoy escribiendo en viernes, porque tengo que entregarle la tarea a Esther R. Medina el sábado ¡Me cambió la fecha de entregarle los artículos! Los órganos del poder, se van a constituir mañana, si alguno de vosotros tiene amistad con el que va a ser alcalde, o presidente del Cabildo, decidle, por favor, que vayan a ver la tumba de Bruno Brandt y su familia, en el antiguo cementerio civil (porque antes estaban separados los muertos que no creían de los que creían, como si El Padre no fuera padre de todos, creyentes y no creyentes ), y preguntadles, después si no les da vergüenza hacerle tres exposiciones en el Convento de San Francisco, y por otro lado, no hacerle un sencillo reconocimiento en su más que olvidada y abandonada tumba. ¿No podría, uno de tantos artistas de la Isla, isleño o no, hacer algo sobre la tierra que desnuda le cubre a él, a su mujer, y a su hijo? Preguntadles, de paso, si les gustaría ver el reposo de los huesos de sus familiares y seres queridos difuntos, de la misma manera.
A los que salgan de representantes de nuestras instituciones, me gustaría hacerles llegar desde aquí, con todo el respeto del mundo, porque han sido elegidos democráticamente, cosa que hasta hace poco no se podía hacer, mi opinión sobre lo que debiera ser la política: entrega y servicio a la humanidad, tal como se entregó y sirvió a los demás la Madre Teresa de Calcuta ¡Mucho nos cambiaría!
Abrazos por El Lado del Corazón. Salud y Alegría Interior
Las Cosas Buenas de Miguel
La casa en la que nací, es la que está pegada al Casino de Santa Cruz de La Palma. Aunque la fachada principal daba para la calle Real, la entrada, una puerta central, la tenía por la calle Garachico. Bajabas un escalón, y tenías el zaguán, bajabas tres, y estabas en el patio, en el que caían los helechos de la galería, en que el había una puerta a mano derecha que daba para la lonja, que guardaba las cosas de la fábrica de tabacos, y al fondo, te encontrabas con las escaleras, de madera, que subían a las dos plantas de la vivienda, y luego a la azotea y el granero, en donde estaba la fábrica de mi abuelo: ‘Rosas de España’.
Mi abuelo tuvo como primer destino la plaza de practicante en Fuencaliente. Allí, engendró nueve hijos, siete hembras y dos varones. Hizo un intento de irse a vivir a Cuba, en donde habían ido a dar sus padres y todos sus hermanos, y luego llevarse a la familia. En La Habana, recibió un telegrama de mi abuela al enfermar el primogénito: “Agustín, si quieres volver a ver a tu hijo vivo, vente”. Y se vino de Cuba. De regreso a La Palma, en donde vivió el resto de su vida, suspirando por La Habana y por su madre, ocupa nuevamente su plaza de practicante en Fuencaliente. Los años de la familia en Fuencaliente quedaron pintados en un cuadro de Bruno Brandt, ‘La familia Amaro en Fuencaliente’. Bruno, que era amigo de mi abuelo, le hizo un retrato, en el que mi abuelo no se reconoció. Agustín, le decía Bruno, que esa es tu alma. No sé si dentro de la obra de Bruno habrá algún otro retrato más. Si no es así, sería el único. Bruno visitaba con mucha frecuencia a la familia Amaro en Fuencaliente, y luego lo hacía con su mujer e hijo en Santa Cruz.