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Lágrimas en la lluvia

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No he visto naves en llamas más allá de Orión, pero si un volcán explotar bajo mis pies, el magma fluyendo debajo, buscando por donde salir a la superficie. Sí he sentido vibrar la tierra y los suaves temblores aumentar, abriendo grietas que rellenaba la lava que empujaba y empujaba hasta conseguir aflorar a unos pocos cientos de metros. Sí oí los pájaros piar unos segundos antes prediciendo lo que iba a ocurrir. Sí escuché a cámara lenta el silencio de la explosión, y la nube de ceniza que emergía y subía y subía. Y vi los pinares verdes volverse rojos con los primeros chorros de lava, abriendo sucesivas bocas en la grieta que se formaba y que por suerte se alejaba de donde estábamos. Y vi la cara del guardia civil cuando me decía evacuen, evacuen, tan blanca y asombrada como la mía. Y a los periodistas de las teles intentando que no le temblara la cámara ni la voz mientras daban la exclusiva mundial.

Y allí estaba mi amigo Félix absorto grabando con su móvil y menos mal, para tener el recuerdo, porque yo no atiné a hacerlo.

Y allí había estado mi amigo José que cinco minutos antes no se le ocurre otra cosa que regresar a la capital por la carretera donde explotó el volcán. Poco faltó para que lo primero que saliera volando en La Palma fuera su coche. Su retrovisor lo avisó que le perseguía algo más violento que el 9º de caballería del teniente coronel Kilgore con su cabalgata de las valquiria a punto de lanzar el Napalm, pero aun así, él, fotógrafo que es, buen reportero de guerra, detuvo su coche para sacar la foto que luego me impresionó.

Y nos paramos en el mirador de Tajuya cuando aún no era mirador de ningún volcán y aún nadie había llegado allí porque queríamos seguir observando desde ese sitio que pensamos ya seguro.

Y allí se juntó el estruendo de la erupción con los cláxones de los coches, las bocinas de los autobuses que evacuaban a la gente, las sirenas de todo dios, policías, bomberos, la UME, los del IGN y el Involcan, los guardias civiles, los periodistas con sus unidades móviles y los políticos y los de más allá y más aquí. Y nosotros en una esquinita para no estorbar.

Y hasta los Ángeles custodios de la iglesia salieron a ver qué pasaba, pues la iglesia tiene que estar siempre en estas cosas, y allí estuvo sirviendo de refugio y punto de encuentro durante los meses que duró la explosión abierta las 24 horas.

Luego todo se fue ensuciando. El día siguiente volví. El mirador amaneció negro de la ceniza volcánica como un manto oscuro que cubrió la isla entera de tristeza, desgracia y dolor y fue hundiendo a los vecinos en la incertidumbre de su futuro.

Han pasado tres años ya, y pocas cosas se han hecho bien. Los políticos que al principio gestionaron la catástrofe priorizaron el consenso y el apoyo popular confiando en que así seguirían siendo ellos los que volverían a estar al mando. Pospusieron la toma de decisiones que creían impopulares y no aprobaron sus propios decretos. Traicionaron sus propuestas y acabaron en sus casas o en otros puestos, que puestos para políticos sobran en Canarias. La cobardía no es buena consejera ni en política. A los que los sustituyeron no se les puede pedir mucho ni esperar nada más que su conocido populismo. Es muy triste, pero es lo elegido. Detrás ya no hay ideas, ni propuestas, solo atender peticiones. La planificación del territorio no existe. ¿Por dónde pasaba el antiguo camino? Pues por ahí meto la pala. La retroexcavadora es su IA. De eso, no los saques o porque no saben o porque saben demasiado y otra cosa les quitaría votos.

Pero bueno todo eso ocurrió después, y es una pena. Yo solo quería acordarme hoy de ese 19 de septiembre de 2021, porque he visto un volcán explotar bajo mis pies. He sentido vibrar la tierra y los suaves temblores aumentar, abriendo grietas que rellenaba la lava que empujaba y empujaba, hasta conseguir aflorar a unos pocos cientos de metros. Ninguno de los momentos de ese día se borrará en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

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